Domingo, 9 de septiembre de 2012 | Hoy
Son cuatro pero se multiplican y producen por dieciséis: empezaron con 15 mil pesos y una película tirada a la basura y una década después llevan adelante una productora pequeña, ligera y todoterreno que reniega de la producción cinematográfica a todo trapo, aprovecha al máximo sus otros trabajos para encontrar recursos, filma sin parar y avanza en cuatro o cinco películas al mismo tiempo. Historias Extraordinarias pareció su punto más alto. Hoy, con cada uno filmando su película con ayuda de los demás, aquella desmesura parece sólo el principio. A punto de estrenar Ostende, y con La flor en medio de un desorbitante plan, Mariano Llinás, Alejo Moguillansky, Agustín Mendilaharzu y Laura Citarella abren las puertas de El Pampero para hablar de su heroica manera de hacer cine.
Por Martín Pérez
Una chimenea flanqueada por varios sillones gastados. Un escritorio con una lámpara que tiene de base una cámara vieja, sin computadoras a la vista pero con una máquina de escribir bien expuesta y un álbum de Tintín entre las fotos familiares. Una cocina del otro lado de una barra, con una enorme mesa de madera y todo lo necesario para hacer una buena comida en la mesada. La planta baja del pequeño departamento de una poco común propiedad horizontal en Barrio Norte donde funciona El Pampero se parece demasiado a la locación de sus películas. Sólo un ojo avezado descubriría algunos detalles: el monolito de la Compañía Fluvial del Plata –uno de los extraordinarios McGuffin de Historias Extraordinarias– ubicado sobre la chimenea; la enorme figura de metal que preside el cuarto donde está el escritorio, supuesta escultura de Zucco, protagonista del último de los capítulos de Balnearios; y también, principalmente, los tres impresionantes retratos de los protagonistas de Historias, realizados en plastilina por el grupo Mondongo, que fueron utilizados para el afiche y presiden una de las paredes de la productora.
Por supuesto, el particular recepcionista de El Pampero, el entusiasta Cacho –el perro de Mariano Llinás, que es el perro de todos–, podría formar parte de cualquier elenco. Cuando Alejo Moguillansky aún no ha alcanzado a terminar abrir la puerta de entrada, Cacho ya está asomando su hocico, moviendo tanto la cola de felicidad que su todo cuerpo se sacude con ella. Al decir de Agustín Mendilaharzu, otro de los cuatro socios de la atípica productora, el contagioso entusiasmo del perro de Llinás por todo lo que lo rodea le recuerda un pasado compartido –con sus amigos de entonces, colegas actuales en esto de imaginar historias en diversos formatos– de jóvenes cachorros, interesados por todo lo que les ofrecía la vida. Un entusiasmo vital que floreció hasta llevarlos a formar parte de un colectivo cinematográfico que cumple ya una década navegando en contra de todas las costumbres –estéticas, prácticas y económicas– que guían al medio.
“La vida de nuestras películas se parece más a nuestra vida que a la vida que suelen tener las películas”, intenta explicar Laura Citarella, rostro femenino de la productora, directora de Ostende, que El Pampero está estrenando en su décimo aniversario tras un recorrido particular que sirve como ejemplo de esa otra vida cinematográfica: filmada casi sin presupuesto durante un verano, presentada en el Bafici, volvió a rodaje para agregar un plano más, se volvió a exhibir en la playa donde se rodó y ahora, dos años después, se estrena oficialmente. “El nivel de libertad y de posibilidades que tienen nuestras películas recorre otro camino que el de las estructuras cerradas que maneja la industria”, resume.
“El cine es un objeto infinitamente moldeado por el dinero y el profesionalismo”, explica Llinás, que desde su primera película se decidió a cargar contra esos preconceptos, contra ese reinado del presupuesto por sobre el hecho artístico. “Siempre me resultó asfixiante esa sensación que tiene la industria de que hay una sola manera de hacer películas, esa terca indiferencia ante la diversidad”, confiesa Mariano, mientras despliega ante los presentes el resultado de su esfuerzo en la cocina, un extraño manjar de queso a medio fundir al que todos llaman El Luski, en honor al veterano de la Antártida que se los enseñó in situ, a comienzos de este año. Aquel viaje fue apenas el más espectacular de todos los trabajos cinematográficos que la productora viene realizando durante su década de vida para recaudar los fondos con los que financian sus objetivos artísticos. “Hacer películas y sobrevivir como se pueda”, es como resume Llinás la filosofía de El Pampero, aunque el destino antártico no sólo forma parte de ese “sobrevivir como se pueda” sino que también marca tarjeta entre los sueños de aventuras de esos chicos aún deslumbrados por el mundo, el cine y todo lo que pueden hacer mezclando ambas experiencias. Esos chicos –y esa chica– que a esta altura son como aquella celebérrima aldea gala, permitiendo que ante la afirmación de que “toda la industria del cine argentino termina funcionando de la misma manera” pueda agregarse una corrección: ¿Toda? No, El Pampero todavía hace las cosas como las comenzó haciendo.
“Hacía mucho frío y el tipo sólo tenía una gran horma de queso”, intenta explicar un admirado Llinás, de regreso al origen del Luski. “Lo cortaba directamente de la horma, lo tiraba en la sartén y se armaba una pasta fenomenal”. Desde que volvió del viaje, explica, toda excusa es buena para intentar repetir la experiencia culinaria, nada que ver con un quesito cortado para acompañar una charla de domingo. “Mariano nunca hace las cosas a medias”, intenta justificar Citarella semejante despliegue, digamos, pamperístico. Pero no hace falta. Porque resulta digno de un grupo de orgullosos cómplices en la búsqueda de un cine también Luski. Cortado directamente de la horma a la sartén.
Como diría la voz en off de las más clásicas películas de El Pampero, lo mejor en estos casos es comenzar por el principio. Y en el principio hay un premio. Un guión premiado, precisa Llinás, con apenas 15 mil pesos, convertibles a dólares aún, todavía era esa época. Una cifra que, según los cánones de la industria, era apenas el comienzo. Un dinero que le permitía a su autor comenzar a producir lo que, de tener suerte, podría llegar a ser realmente una película. “El camino sugerido era utilizar la plata para fundar una empresa, realizar una preproducción del guión, conseguir un co-productor y hacer una película como-se-debe”, explica el autor de ese guión que terminó siendo Balnearios. “Pero durante todo ese recorrido sugerido por la industria, el costo de la película terminaba multiplicándose una decena de veces. Es el camino que siguieron, por ejemplo, películas pequeñas como Mundo Grúa o La Libertad”, aclara Llinás, que compartió ese premio iniciático –otorgado por la Fundación Antorchas– con Sábado, de Juan Villegas y el corto Barbie también puede estar triste, de Albertina Carri. “Pero a mí 15 mil pesos, o dólares, me parecía un montón de plata”, sonríe Llinás, como preparándose para recorrer la misma aventura nuevamente, como si volviese a ver ahí delante esa piedra fundacional del concepto de El Pampero. “Así que tuve la sensación de que se podía hacer la película con ese presupuesto, sin nada más.”
Como dice el tango, la lucha fue cruel y mucha. Llinás recuerda que le costó mucho conseguir gente, que penaron para terminarla sólo con ese dinero. Pero lo que tampoco olvida es que, después de haberla terminado y presentado con éxito, después de haber inaugurado una vía de exhibición no tradicional (hoy camino obligado del circuito independiente) en el Malba, para el resto del medio esa vía de producción era algo irrepetible, apenas un desvío del camino único, que sólo se podía transitar una vez. “Así fue como nos embarcamos en El amor (primera parte), la película de Alejandro Fadel, Martín Mauregui, Santiago Mitre y Juan Schnitman. Para demostrar que se podía volver a hacer una película en esas condiciones”, cuenta Llinás.
Como en las películas de El Pampero, la trama de la saga Llinás se complica y multiplica: su padre –Julio, poeta surrealista, amigo de Aldo Pellegrini, que viajó a París a trabajar de telefonista de la embajada argentina mientras intimaba con Breton– pierde un brazo pero decide dedicarse a la publicidad, y se hace rico. El niño Mariano nace después de dos hermanos en medio de esa holgura, pero rápidamente descubre que ser rico es otra cosa: es seguir siéndolo siempre. Papá Llinás en cambio lo pierde todo, salvo la literatura (es el maduro autor del cuento en que está basada De eso no se habla, de María Luisa Bemberg), y Mariano se queda sólo con sueños de campos y aventuras. Se inscribe en la facultad de Antropología pensando en tener una vida de viajes, pero termina dedicado al cine, a soñar con rodar toda la vida, decidido a luchar contra los que le exigen someterse a la burocracia cinematográfica, al punto de que cuando se embarca con el resto de los Pamperos en la épica Historias Extraordinarias, lo hace en gran parte para demostrar que ese modo de producción puede llevarse a un extremo y encarar una empresa épica, desmesurada, y además se trata de un proyecto que a nadie se le hubiese ocurrido llevar adelante de la manera más tradicional.
“Con El Pampero somos hijos de varias tradiciones, pero por un lado nuestra independencia recoge el guante de la escena más alternativa del rock argentino de los ’80”, asegura Llinás, que se presenta como fanático de los Redondos y de Sumo (“Estoy rodeado de viejos vinagres”, dice para ejemplificar la lucha de El Pampero frente a la ortodoxia del cine argentino), y asegura no haberse olvidado del espíritu de independencia del Parakultural, donde recuerda haber ido vestido con su uniforme de escolar secundario a ver a su hermana Verónica, integrante de las Gambas al Ajillo. La otra tradición independiente en la que abreva El Pampero es la del más reciente Teatro Alternativo Porteño, en la que se empezaron a sumergir con la excesiva Historias Extraordinarias, una película con un centenar de personajes. “Podríamos haber utilizado actores no profesionales, como era tendencia en el Nuevo Cine Argentino. Pero para nosotros era un orgullo buscar un actor para cada personaje, abrevar en ese mundo al que admirábamos, de artistas que no le pedían permiso a nadie para interpretar sus obras.”
Puesto a remontarse al comienzo, Alejo Moguillansky va un poco más atrás. Recuerda, por ejemplo, el primer trabajo que hicieron juntos con Llinás, un noticiero para la Fundación Universidad del Cine (FUC), el semillero del Nuevo Cine Argentino. O un video sobre Paul Auster para la Fundación Costantini. “Teníamos que tardar una semana en terminarlo, y recién lo entregamos a los siete meses”, se ríe Alejo, que empezó, al igual que Mariano, como editor. “Teníamos una vida muy ociosa. Por eso bromeábamos y nos llamábamos La Improductora.” Aquel noticiero para el festival de cortos de la FUC –de la que todos los Pampero fueron primero alumnos y luego profesores– sirvió como prólogo para un noticiero del primer Bafici. “Eramos unos pendejos rompebolas, que nos cagábamos de risa de todo –recuerda Moguillansky–. Empezamos trabajando, pero quitándole a ese trabajo su aura industrial, y tratando de divertirnos. Tal vez de ahí venga esa relación directa y no mediada que tienen las películas de El Pampero entre su modo de producción y el producto final”, calcula Alejo, director de Castro, la película más “normal” –en su modo de producción, al menos– de El Pampero. Si Historias Extraordinarias demostró que la particular forma de producción del grupo servía incluso para realizar el proyecto más desmesurado, Castro –una particular adaptación slapstick de Beckett como si lo interpretasen los Kesytone Cops– funcionó para probar que se podría realizar también un rodaje reducido en el tiempo, más tradicional.
“Veníamos de hacer películas que tardaban más de un año en filmarse, y Alejo quería rodar en semanas, así que hubo que forzar la máquina”, recuerda Laura Citarella, que conoció al Dogo –así denomina a Llinás– siendo su alumna en la FUC. Formó parte de la promoción ’99, aquella que se graduó formando parte del equipo de rodaje de El amor (primera parte), y probó el camino oficial realizando su corto Tres juntos (incluido en Historias Breves V) antes de terminar encarnando algo así como un dream team de producción junto al Dogo para Historias. “Sentí que el cine tenía más que ver con esta forma de hacer las cosas”, intenta explicar Laura. “Había algo que se potenciaba, al romper la estructura verticalista de la producción tradicional. Fui y vine, pero con Historias sentí que se había armado algo.” Equipos pequeños y responsabilidad colectiva: ésa parece ser la clave en el esquema Pampero. “Nunca vas a escuchar la frase que siempre escucha Producción: traeme soluciones, no problemas. Porque los problemas son de todos.” Nacida en La Plata, con ambiciones de periodista pero finalmente mudada a Buenos Aires para estudiar danza primero, y cine después, Citarella –cantautora además, con un hermoso disco bajo el brazo, editado en el 2009 por El Pampero Records, y otro por venir– recuerda con una carcajada un apartado de Producción que tenían durante el rodaje de Historias: se llamaba Problemas imposibles de resolver. Ahí estaba el León, el viaje al Africa, y el capítulo de la 2da Guerra Mundial. “¡Los terminamos resolviendo todos! Con este formato de producción, incluso lo imposible se podía vencer.”
Si por sus orígenes platenses, Laura Citarella es la integrante de El Pampero ajena al Club de Tobi formado alrededor de Llinás, se podría decir que Agustín Mendilaharzu es dueño de uno de los primeros carnets. Amigo de la adolescencia del Dogo –también lo llama así–, es el único de los Pamperos que no dirige cine. “Soy director de fotografía por accidente”, se presenta. “Sterling Morrison decía que él no era guitarrista, sino que tocaba la guitarra con Velvet Underground. A mí me pasa lo mismo.” Sin embargo, está ahí desde el comienzo. Incluso desde antes, ya que recuerda El ocio, un proyecto inconcluso filmado en 16 mm que terminó en la basura después de ver Mundo grúa. Para Balnearios, hizo la investigación del segmento dedicado a Mar del Sur, y no se olvida del capítulo perdido, dedicado a La Ciudad de Invierno, el delirante proyecto que el mismo grupo empresario que construyó Mar del Plata intentó llevar a cabo cerca de Empedrado, en la provincia de Corrientes y sobre el Paraná, a comienzos de siglo.
Aunque no dirige cine, junto a su amigo de la infancia Walter Jakob –el protagonista de Historias que no forma parte de El Pampero– tiene dos obras de teatro en cartel: Los talentos y La edad de oro. Las dos son tiernas y nerd, pero la admirable Los talentos tiene la ventaja de que es disfrutable aun cuando no se empatice con sus protagonistas (que están basados en Mendilaharzu y Llinás, obviamente). “Fue un alivio para mí que las obras hayan sido bien aceptadas, porque si no hubiese sido frustrante”, confiesa Agustín, que asegura que se estaba volviendo un problema para el grupo esto de ser dejado de lado a la hora de los méritos Pamperos. “Para el Dogo era un problema que se pudo sacar de encima, porque si no se hubiese sentido en la obligación de solucionarlo. ¿Por qué te pensás que decidió que protagonizásemos Historias Extraordinarias?”, asegura Mendilaharzu, quien entiende –al contrario de Llinás– que las obras se completan con los espectadores. “Al Dogo no le gusta ver las películas con gente, pero yo terminé de comprender lo que habíamos hecho con Historias cuando se estrenó en el Bafici. Era un material tan generoso, tan pletórico, tan múltiple, que la gente no podía terminar de entenderla. Pero salían con los ojos rojos durante cada intervalo, y te agarraban para saludarte, para agradecerte. ‘¡Quiero que dure toda la vida!’, me dijo uno, y es algo que no me voy a olvidar jamás.”
Una de las características de las películas de El Pampero es que, ya desde Balnearios, son trabajos que, a partir de la puesta en duda de la posibilidad de narrar, ponen en funcionamiento una maquinaria narrativa que arrasa con todo. Arremangándose y poniéndose, justamente, a contar historias. “Nuestro problema es cómo volver a la ficción, desde un lugar que no sea reaccionario ni anacrónico”, barrunta Llinás. “Cómo hacer ficción después de Godard, digamos.” Una pregunta que está incluso en la obra más atípica de El Pampero, Castro. Y que está en la esencia de Balnearios y El amor, aunque es en Historias donde mejor se ejemplifica esa idea de –en palabras de Llinás– “construir máquinas de ficción que se emancipen de su origen, que se echan a andar de manera incontrolable”. Algo que también se puede encontrar en Ostende, suerte de eslabón perdido entre el interés por las ciudades estivales de Balnearios y la narrativa de-satada de Historias: su silenciosa y dinámica observación del ocio veraniego comienza y termina con dos relatos dignos de la voz en off de sus referentes. “En Ostende esa voz en off está en boca de dos de sus personajes. Algo que también sucede en La flor, la película que está filmando Mariano”, asegura Citarella. “Por eso me parece que tienen un idioma en común, son producto de los mismos procesos, incluso de nuestro crecimiento como productores. Pero eso es algo que recién se va a poder decir cuando se estrene La flor, así que todavía falta.”
Después de haber atravesado un año en el que casi ni filmaron para sus proyectos personales, la actualidad de El Pampero es –con permiso de Llinás– floreciente. El proyecto que los llevó a la Antártida, para Tecnópolis TV, les permite –según explica Alejo– “surfear tranquilos el año”. Una tranquilidad que incluye seguir llevando adelante media docena de proyectos, concretando el sueño eterno de estar todo el tiempo en rodaje. Moguillansky es quien parece estar más activo, con una película que empezó siendo personal, filmando al grupo de danza Krapp, del que forma parte su mujer, hasta terminar convirtiéndose en una suerte de melodrama protagonizado por grupos de danza y el Loro, el sonidista de El Pampero. ¿El nombre? El loro y el cisne. También tiene una coproducción con Suecia que es casi un documental sobre El Pampero y los avatares de la coproducción, que termina desatándose hasta devenir en una aventura a lo Asterix, que probablemente se titule El escarabajo de oro, en homenaje a Poe. El elenco incluye a Rafael Spregelburd. “La financiación de la sueca ya está en rojo, y la otra nació en rojo”, adelanta Alejo, que está preparando también La guerra submarina, un proyecto a lo grande que espera ver luz verde para el año próximo. “El año pasado fue un año difícil, tal vez porque pensamos que iba a ser más fácil conseguir financiación después del trabajo hecho. Pero no fue así. Pero nunca estuvo en riesgo el proyecto. Porque... ¿dónde nos íbamos a ir?”
La lista continúa con la película del Loro, el sonidista de El Pampero desde el primer día, Rodrigo Sánchez Mariño. Se llama Historia de Müller, la protagonizan Walter Jakob y Adrián Fondari, y su primera etapa de rodaje se está llevando a cabo en este momento en Alvear, provincia de Buenos Aires. Por su parte, Citarella filma con un equipo reducido y a veces incluso sólo femenino –liberándose de la mirada del Club de Tobi– su segundo trabajo, La mujer de los perros, un proyecto que en realidad es el de un personaje en busca de una película, protagonizada por Verónica Llinás. Y después está La flor, claro.
Cuando tiene que explicar de qué se trata la nueva ballena blanca de El Pampero, Llinás hace un esquema que consta de cuatro líneas por arriba, una espiral en el medio y una sola línea por debajo. Un dibujo que puede recordar una mano. O, mucho más apropiadamente, una flor. Se trata de una película que lleva tres años de rodaje, y recién va por el tercer dedo, o pétalo. “Pero eso es porque es complicado de rodar algo ambientado en la Guerra Fría. Una vez que terminemos ese segmento, todo será más rápido”, intenta explicar Mariano sobre la película con la que parece empecinado en doblar la apuesta de Historias Extraordinarias. Consta de varias tramas, todas protagonizadas por el mismo grupo de actrices, las integrantes del grupo teatral femenino Piel de Lava, que originalmente se acercaron a El Pampero para que filmasen su obra Neblina. Pero el proyecto fue tomando otro cauce, más imprevisible. O tal vez previsible, dadas las características de la productora, y los intereses de Llinás. “Cuando empecé a pasar tiempo con las integrantes del grupo, se me empezaron a ocurrir ideas. Así que pensé: ¿por qué no hacer una película que las incluya a todas?”
Las cuatro líneas superiores, dedos o pétalos del esquema que representa La flor indican el comienzo de cuatro tramas, que a diferencia de Historias no se intercalarán, sino que serán sucesivas. “Todo venía siendo más convencional, pero en esta tercera historia regresó la voz en off”, confiesa Llinás, que no parece preocupado por la dimensión de la obra en la que está trabajando. “Porque además de las historias, lo que estamos testimoniando es una etapa en la vida de las personas que la hacen. Por eso es un proyecto que necesita del paso del tiempo.”
Según confiesa Citarella, el particular rodaje de La flor generó una pequeña crisis en la productora. “Nos costó entender lo que significaba estar filmando semejante proyecto. Todos nos resistimos un poco”, explica Laura. Pero poco a poco fue como si las historias de La flor, además de multiplicarse para adentro del film, comenzaran a hacerlo también hacia afuera. La aparición de una película como Ostende les abrió la puerta a proyectos como los que se están filmando ahora, mientras La flor sigue en su propio mundo. “Sólo una productora como El Pampero puede encarar esa clase de rodaje”, se termina enorgulleciendo Citarella, productora en todas las películas de El Pampero. “Lo único malo de La flor es que falte tanto para poder verla”, asegura Mendilaharzu, director de fotografía del grupo.
Aunque resulte difícil de imaginar al verla terminada, nadie en El Pampero imaginó que Historias Extraordinarias iba a terminar durando cuatro horas. “Dicen que una página de guión dura un minuto, pero nadie había hecho en cálculo con la voz en off”, intenta explicar Moguillansky. Todos los Pamperos tienen ahora conciencia de la posible duración de una película como La flor. Pero siguen adelante. “Cuando supimos que Historias iba a ser larga, nos concentramos en que sea toda buena, en que mantenga todo el tiempo su nivel, que nunca puedas dejar de mirarla”, recuerda Mendilaharzu. La apuesta con La flor será la misma. “Tal vez la terminemos exhibiendo en dos partes, pero aún no lo sé”, se defiende Llinás, que asegura no querer torturar a su público ni romper ningún record ni nada parecido. La flor será lo que deba ser. Ya pensará en eso cuando llegue el momento. Ahora sólo quiere seguir filmando todo lo que se le ocurra. Y apenas se le ocurre, además. Sin tener que someterse a la espera de los rodajes convencionales, gracias a algo llamado El Pampero. “Si me obsesiono con el viento, por ejemplo, habrá una historia de tornados. Todo entra en La flor. Entonces no la quiero terminar. Siento que es la última obra de ficción que voy a filmar en mi vida. Y por eso es que quiero seguir filmando.”
Ostende se exhibe los sábados a las 22.
en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415).
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