Domingo, 20 de enero de 2013 | Hoy
TEATRO > MANUEL PUIG EN ESCENA: BAJO UN MANTO DE ESTRELLAS, DE MANUEL IEDVABNI
A 80 años del nacimiento de Manuel Puig brotan los homenajes, desde la reedición de toda su obra narrativa hasta jornadas temáticas en su General Villegas. Pero quizás de entre la catarata que trae consigo la efeméride, el efecto más importante sea el redescubrimiento del Puig dramaturgo, que es casi secreto, con piezas nunca puestas en la escena local, salvo por El beso de la mujer araña, que por su enorme fama ensombreció a las demás. Ahora mismo se puede ver Bajo un manto de estrellas, una extraña pieza que une elementos del cine de gangsters con cierto absurdo alucinado. Y en los próximos meses se podrá ver otra de sus obras menos vistas, la oscura Triste golondrina macho, y también Impalpable, basada en su estética y su universo.
Por Mercedes Halfon
El periódico La Idea, de General Villegas, en su edición del 1º de enero de 1933 publicó el siguiente anuncio: “Nacimientos: El hogar de los esposos Delledonne-Puig se encuentra de parabienes desde el 28 del pasado mes con la llegada de un precioso bebé que constituirá las delicias de sus jóvenes papás, y que responderá a los nombres de Juan Manuel. Nuestros plácemes.” El texto, que podría aparecer tal cual en cualquier novela de Manuel Puig, pertenece en verdad a la vida real y habla justamente de la llegada al mundo del por entonces bebé y, más adelante, escritor. Este mes se cumplen ochenta años de aquel suceso y los homenajes ya han comenzado. A fines de 2012 tuvieron lugar las jornadas en su pueblo natal, llamadas “Manuel Puig, escritor de varios mundos”, a las que acudieron amigos, especialistas y fans a participar de charlas, radioteatros, proyecciones, obras teatrales y una muestra fotográfica, todo organizado por la municipalidad, en lo que quizás haya sido la mayor confirmación del haberse convertido finalmente en profeta en su tierra.
De forma paralela arremetió la reedición de toda su obra narrativa a cargo de Editorial Planeta, que se inició con La traición de Rita Hayworth, Pubis angelical, Cae la noche tropical y Maldición eterna a quien lea estas páginas, a la que le seguirán en febrero Boquitas pintadas, The Buenos Aires Affair, El beso de la mujer araña, Maldición eterna a quien lea estas páginas y Estertores de una década-Nueva York 78; en unos volúmenes de estética pulp, muy vistosa, muy acorde con el imaginario actual en torno del escritor. Por último y no por eso menos importante, llegaron las obras de teatro. Y es que el Puig dramaturgo es el menos conocido de todos. No el hijo de la familia Delledonne-Puig que construyó una obra literaria de cara y espaldas a ese pueblo suyo en los años cuarenta; no ese narrador que es revisitado desde las estéticas que él mismo generó, sino el escritor teatral, el puestista escondido en sus didascalias, donde construyó una obra diferente, incluso más abstracta y vanguardista, que en sus textos narrativos.
Este Puig dramaturgo es casi secreto pese a que lo que siempre se resalta de su estilo, ese ausentismo como narrador y la contundente presencia de sus personajes como conciencias que se muestran a sí mismas a través de monólogos, podría ser descripto como teatral. Eso siempre estuvo ahí. Toda su obra podría pensarse de ese modo: a través de ese manejo dramatúrgico de la palabra, como una clave oculta de su filigrana de oralidad.
Por eso el Puig dramaturgo es el que más revelador puede resultar encontrarse hoy, a ochenta años de su nacimiento y más de veinte de su muerte, en el exilio mexicano. Y nos lo podemos encontrar durante este afiebrado enero en el Teatro de La Comedia, con la versión de Bajo un manto de estrellas, que realizó Manuel Iedvabni, con un elenco acorde con el desafío: Pompeyo Audivert, Adriana Aizemberg, Héctor Bidonde, María José Gabin y Paloma Contreras. La primera de una serie de obras teatrales que seguirán durante todo el año que tienen a Puig en las palabras, que tienen y tendrán a los espectadores bajo su manto estrellado.
La mayor parte de sus obras de teatro fueron escritas durante su exilio. En 1974, Puig se instaló en México, empujado por la prohibición de su novela The Buenos Aires Affair y las amenazas telefónicas que había vivido en la Argentina. Y es entonces cuando comienza su compromiso con el teatro. Primero con dos comedias musicales imbuidas del color y el sonido de la tierra azteca: Amor del bueno (1974) y Muy señor mío (1975). Luego de algunas mudanzas más entre Nueva York y Río de Janeiro, donde finalmente se instala, pone manos a la obra a la adaptación de El beso de la mujer araña (1980), su novela más celebrada y que ya había sido informalmente llevada a las tablas, aunque claro, sin su consentimiento. Luego vinieron, entre otras piezas, Bajo un manto de estrellas (1981), Misterio del ramo de rosas (1987), Triste golondrina macho (1988) y el musical Un espía en mi corazón (1988). Todas fueron editadas por Entropía en 2009, en su Teatro reunido.
Puig en el teatro opta por alejarse del realismo. Como cuando en sus épocas de estudiante en el Centro Sperimentale di Cinematografía denostaba el neorrealismo rosellineano obligatorio que se aprendía y practicaba de Roma, en sus búsquedas teatrales también se aleja del realismo que oficia de eje de la historia del teatro argentino desde su misma fundación. Todas sus piezas, los musicales y los dramas, comparten ese punto de partida: la utilización gozosa de recursos “teatralistas”, artificiosos, la escasa pretensión de realidad. Como si en cada uno de estos procedimientos se acentuara su marca autoral, Puig avanza hacia una mayor irrealidad en cada obra.
Bajo de un manto de estrellas, el texto, no escapa a tal caracterización. Comedia negra o baile de máscaras ambientado en los años cuarenta, donde el dueño y dueña de una espléndida casa de burguesía rural –con escalera de mármol en el centro de la escena, que conduce a “los aposentos”– reciben la visita de dos extraños vestidos con trajes de antaño. Estos personajes irán tomando la forma de sus pesadillas: serán los padres de su hija adoptiva muertos en un accidente, dos famosos ladrones de joyas, dos enfermeros de un manicomio, el hombre y la mujer de sus sueños. Sin llegar a ser teatro del absurdo la obra mantiene las situaciones y personajes en un clima humorístico de gran ambigüedad, que se va ensombreciendo, pervirtiendo inclusive, llegando a una escena en que el extraño desvirga a la joven hija del matrimonio, mientras sus padres observan la escena desde adentro y afuera de la cabeza de la chica.
Todos estos elementos se hacen presentes y brillan con el elenco elegido por Manuel Iedvabni. Pompeyo Audivert, conocido en el ámbito teatral por su estilo de actuación, precisamente alejado de los parámetros del realismo hacia una poesía actoral “automática”, no podría encarnar con más intensidad su papel de visitante: sus caras, sus juegos con los ojos, su manejo de ese cuerpo inmenso, construyen un ser como de mercurio, siempre cambiante, siempre inaprensible y en cada una de esas variaciones –como ladrón, como falso amante, como enfermero– posee un humor y una ambigüedad moral perturbadora. María José Gabin, precursora del teatro under porteño con su grupo Gambas al Ajillo, también se luce como pareja de este peligroso visitante. Pequeños pases de baile, un rostro siempre dislocado, una disposición física perfecta para el exceso, la convierten en un personaje que hace reír en cada aparición. Aizemberg y Bidonde acompañan el clima extraño y alborotado como la pareja burguesa en crisis, y la pequeña Paloma Contreras aporta la belleza y sensualidad necesaria para que se cumpla esa atmósfera nocturna, deseante y absurda de la pieza.
La propuesta teatral de Puig resulta extraña a lo que el público local suele ver. Aquí hay elementos del cine de gangsters y de divas y divos bajando por escalinatas. Pero todo está un poco pasado, extrañado, todos los personajes son un poco lunáticos, un poco desesperados esperando que alguien les explique quiénes son, que alguien los ame. Cine clásico filtrado por el teatro del absurdo, por el psicoanálisis, con puntos de contacto con su obra narrativa, entre muchos otros rasgos que podrían encontrársele. En su particular sentido del drama, Puig pone en escena la tragedia vista desde los ojos de una chica de provincia. El mayor temor, o el mayor dolor, es que el amor no se presente nunca.
El hallazgo de la puesta de Manuel Iedvabni es haber plasmado estos elementos en el juego de la actuación. La traducción que los directores teatrales hagan de estas proposiciones tan particulares de Puig se seguirá viendo a lo largo de este año.
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