Domingo, 3 de marzo de 2013 | Hoy
ENTREVISTAS > EL FOTóGRAFO HOLANDéS MARTIN ROEMERS PRESENTA SU OBRA
Desde sus inicios en el fotoperiodismo y hasta ahora, dos décadas más tarde, la pulsión del holandés Martin Roemers para tomar una cámara y disparar es la misma: querer verlo todo. Dos veces ganador del premio Word Press Photo, visitó Buenos Aires para incluirla en su serie Metrópolis, proyecto que refleja la ebullición cotidiana de ciudades superpobladas, y habló con Radar sobre su preferencia por la fotografía analógica, sobre cómo es trabajar con la guerra y con las consecuencias de los conflictos y sobre sus retratos de las grandes urbes y sus habitantes, a quienes considera sobrevivientes.
Por Romina Resuche
Martin Roemers parece simpático, sencillo, tranquilo; un hombre sin demasiadas vueltas, seguro de sí mismo. Su reciente visita a Buenos Aires estuvo directamente relacionada con su nuevo proyecto: describir fotográficamente el caos citadino, algo que ya hizo con Phnom Penh en Camboya, con el DF mexicano, con Shanghai en China, y con otras urbes (demasiado) llenas de gente, de tráfico vehicular extremo, de movimiento incesante.
Nacido en Holanda, estudió fotografía en la Academia de Artes de Enschede, es representado por la agencia Panos Pictures –especializada en fotografía de asuntos sociales– y algunas piezas de su obra son parte de colecciones como la del Rijksmuseum de Amsterdam. Además de reconocimientos, exhibiciones y premios varios, publicó libros de cada uno de sus proyectos: The Eyes of War –impresionantes retratos de hombres y mujeres que quedaron ciegos durante la Segunda Guerra Mundial–, Relics of the Cold War –un trabajo de diez años documentando las construcciones militares fósiles de la Guerra Fría–, Kabul, The Never Ending War –retratos de la guerra en Afganistán tomados con una cámara callejera prestada por un fotógrafo local– y Trabant, The Final Days of Production –documentación del cierre de la fábrica del automóvil insignia de la ex República Democrática Alemana–.
Roemers siempre se sintió impresionado por la fotografía documental y dio sus primeros pasos influido por artistas de su tiempo que preferían el blanco y negro. “Quería hacer eso”, confiesa. Su acción en el fotoperiodismo comenzó colaborando con distintos periódicos europeos, pero al mismo tiempo les daba a sus proyectos personales un espacio fundamental, con la capacidad y las ganas de encarar varios trabajos en paralelo y dedicarles a todos largos períodos de desarrollo, sin apuro, sin perderse.
Desde hace cinco años está netamente abocado a sus búsquedas propias. El año pasado dio por concluido su minucioso seguimiento de historias de personas que quedaron ciegas durante la Segunda Guerra Mundial y hoy está completamente sumergido en el proyecto Metrópolis. “Siempre trabajé mucho en relación con los conflictos y sus consecuencias, con aquello que deriva de las guerras, con lo que ocurre después. Pero ahora cambié mi dirección y empecé esta historia, que es bien diferente.”
Vive en Delft, una relajada ciudad de menos de cien mil habitantes ubicada entre Rotterdam y La Haya, pero hoy recorre el mundo atraído por las ciudades monstruo que encierran mareas humanas amontonadas, localidades agobiadas por el exceso poblacional y su agite. Los puntos de reflexión de Roemers y su cámara en tierra porteña fueron Retiro, Constitución, Once y la esquina de Lavalle y Florida, que le gustó particularmente por ser un cruce peatonal “igual que cualquier otro, pero un poquito diferente”.
En cada ciudad elige con especial rigor la locación a fotografiar, la considera su teatro. “Las calles son mi escenario y la gente, mis actores”, explica. El método paciente del fotógrafo demuestra sutileza en la construcción de una imagen. Da la idea de un hombre quieto que, sin ansiedad pero con ansias, aguarda la captura perfecta en una pausa del movimiento frenético. “Me concentro en personas específicas, en individuos. Elijo una esquina, veo dónde comienza mi cuadro y dónde termina, y desde ahí miro muy cuidadosamente quién va hacia un lado y quién hacia el otro, quién se detiene; cómo entra y sale el tránsito, y espero el exacto momento en el que todo cae en el lugar correcto... o eso espero”, concluye entre risas.
En verdad, nunca está seguro del resultado inmediatamente. El efecto sorpresa que le genera trabajar en analógico aumenta la adrenalina que encuentra al elaborar esas largas exposiciones. Y así describe su manera de hacerlo: “En dos o cuatro segundos puede pasar muchísimo. Sigo a alguien con mis ojos, alguien que parece interesante y espero a que se quede quieto. Si se mueve puede ser una foto perdida, porque cada elemento podría ser el centro de atención. Esa es la parte difícil. Por eso al final termino teniendo dos fotos de cada ciudad, o tres o cuatro como mucho, después de pasar una semana en cada una. Y como trabajo con película, sólo puedo saberlo cuando vuelvo a casa y veo lo que obtuve”.
Comenzó esta serie en India, donde la ansiedad citadina se imponía ante sus ojos al visitar Mumbai cada invierno. Se preguntó cómo poner visible para los demás toda esa gravedad, ese desorden, esa energía en una sola imagen. Plantearse ese desafío resultó en un experimento panorámico del fluir de las megaciudades y los seres que las habitan, como pueden. “El elemento fantasmal de esta serie muestra la energía de la ciudad, la historia es cómo la gente sobrevive en un lugar donde miles de cosas ocurren al mismo tiempo y cómo logran subsistir individualmente en ese ambiente las 24 horas del día”, señala.
Para su sorpresa, las estadísticas le contaron que casi la mitad de la población mundial las elige como residencia. Polución y pobreza son referentes de estos espacios de vida humana que incrementarían aún más el número de moradores hacia 2050. En sus palabras: “Metrópolis es un documento de la vida en el comienzo de este siglo, de cómo se ve este modo de vida”.
En cada fotografía de Metrópolis pueden encontrarse pequeñas historias adentro. El mismo Roemers reconoce que con esta serie cada vez que ve alguna de las imágenes impresas en gran formato halla nuevas historias, y destaca: “Que estén llenas de detalles es lo que las vuelve más interesantes”. Con una de esas fotos ganó el primer premio en la categoría Vida Cotidiana del Word Press Photo 2011.
Ya en 2005 obtuvo un segundo lugar en el mismo premio, pero en la categoría Retratos, con The Eyes of War. En su intención de hacer visible la ceguera quería ser directo y mostrarlo todo: cada arruga, cada cicatriz (como bien definió un crítico en una reseña de esta obra: la memoria en esos rostros). Para lograr cercanía no sólo fotografió, sino que también tuvo entrevistas con los retratados y conversó ahondando en sus recuerdos, preguntando cuáles fueron las circunstancias en las que perdieron la vista, cómo lidiaron luego con eso y cómo es su vida diaria sin poder ver.
Aunque Roemers cree que esta obra pudo ser incómoda para ciertas personas, esas imágenes están lejos de ser perturbadoras. “Creo que a la gente le gusta saber cómo vive otra gente. De hecho, en los diarios hay cada vez más secciones que ponen atención al estilo de vida y hay cada vez menos espacio para las imágenes que perturban”, revela.
En su serie anterior (The Never Ending War) se ocupó de aquellos que habían sido parte activa de la guerra, victimarios en muchos casos. Bondad y maldad se desdibujan en las caras de quienes atravesaron hechos dramáticos como un enfrentamiento bélico, y a Roemers le interesa detenerse en lo que cuentan esas almas desde sus facciones.
Sin ser un fotógrafo de guerra, sus alrededores y traspiés quedan expuestos en gran parte del material que generó a lo largo de su carrera. Parafraseando un proverbio latino, desliza: “Si se quiere la paz, se debe estar preparado para la guerra”.
Retratos muy cercanos e intimidad por un lado, y espacios abiertos y paisajes por el otro. Un gran foco en el día después de las guerras desde la visión de un hombre que proviene de uno de los países con mayor tradición pacifista. La obra de Roemers parece estar atravesada por los opuestos.
Es capaz de tomarse diez años para buscar las imágenes que compongan un proyecto, viajando para encontrarlas, escuchando remembranzas y datos en varios idiomas. Este método le funciona tan bien como sus guiños técnicos, variables, como el elegido para la serie Kabul, en la que usó una cámara de placa que pidió prestada a un fotógrafo callejero de Afganistán. Con este tipo de decisiones, sin miedo a la imperfección, y dedicando extensas temporadas a cada fragmento de su cuerpo de obra, suma sentido a su hacer fotográfico. “Necesito el tiempo para contar la historia, para pensar cómo contarla y encontrar el modo justo –relata–. Con las fotos de los ciegos, por ejemplo, pensé mucho en cómo hacer retratos que dejaran una gran impresión. Pude hacerlo de cien maneras distintas, pero fue ésa. Siempre pienso el cómo, porque en ello está lo que le da significado.”
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