Domingo, 24 de marzo de 2013 | Hoy
MUESTRAS > LOS REVELADORES RETRATOS DE SIGMAN-SARDóN EN PROA
¿Qué mira el ojo cuando se enfrenta con un rostro? ¿Dónde hace foco, dónde se detiene antes de saltar a otra parte, dónde habilita la imaginación? ¿Es posible registrar esa información y reconstruir lo que se ve realmente durante los primeros 8 segundos? A partir de un dispositivo que permite mapear los movimientos, los recorridos oculares, el artista y físico Mariano Sardón, junto al neurobiólogo Mariano Sigman y a los becarios Germán Ito, Laila Kazimierski e Iván Lengyel, dedicaron dos años a crear una extraordinaria comunión de arte y ciencia: tomaron los rostros de un puñado de amigos e invitaron a 200 personas a prestar su mirada sobre ellos. El resultado es 200 miradas recorriendo sus rostros, la reconstrucción de esas caras con la información que esos 400 ojos capturaron, y que dice mucho del modo en que nos figuramos –salvaje, instintiva, desconfiadamente– a los otros a partir de la mirada.
Por Gustavo Nielsen
El biólogo Diego Golombek escribió hace unos años un libro imperdible sobre conciencia y cerebro titulado Cavernas y palacios. En él detalla un experimento perceptivo muy extraño basado en el gato de Cheshire de Alicia en el país de las maravillas. La historia de Carroll nos cuenta que el animal desaparece ante los ojos de la niña, dejando solamente su sonrisa como recuerdo. Diego nos invita a fabricar el gato con tres elementos: un espejo de mano, una pared blanca y un amigo.
Tenemos que sentarnos frente a nuestro amigo, quieto como una foto. La pared está a la derecha. Con la mano izquierda apoyamos el borde del espejo sobre el eje de simetría de nuestra nariz, con la parte espejada apuntándole a la pared. “Ahora habrá que rotar el espejo unos 45 grados hacia el muro –escribe Golombek–, de modo tal que el ojo derecho vea la imagen blanca, mientras que al izquierdo no le quede otro remedio que ver al amigo que está enfrente. Si ahora movemos la mano derecha por la pared (como borrando un pizarrón) veremos cómo partes de la cara del amigo desaparecen.”
Lo hice dos o tres veces sin resultado; cambié de tamaños de espejo, de ángulos, de distancias, de amigos. Cuando ya me daba por vencido, pasó. El susto es inolvidable. Golombek explica que los ojos informan acerca de partes del mundo ligeramente diferentes a un cerebro que es el encargado de combinar la data. Con el espejo rompemos la integración, haciendo que cada ojo vea cosas distintas. La percepción visual, especialmente sensible a los movimientos, elige hacer énfasis en el dato de la mano moviéndose más que en nuestro amigo quieto, borrándole las facciones en el aire. Como al gato, los ojos son lo anteúltimo que se borra. Lo último, la sonrisa.
Acabo de volver a sentir ese experimento, pero al revés. El artista y físico Mariano Sardón y el neurobiólogo Mariano Sigman, junto a los becarios Germán Ito, Laila Kazimierski e Iván Lengyel, durante 2011 y 2012 se dedicaron a componer una colección de gatos de Cheshire con los rostros de sus amigos y la mirada prestada de cientos de personas. Lo hicieron en el Instituto de Artes Electrónicas de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y en el Laboratorio de Neurociencia Integrativa de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Lo mostraron primero en la Galería Ruth Benzacar, ahora en Proa. Quedan unos días, no se lo pierdan. Yo diría que junten coraje y hagan los experimentos en orden: primero el shock de Golombek en sus casas; después las pantallas de los Marianos en la Fundación de la Vuelta de Rocha.
Lo que en Alicia era desaparición, acá aparece. 200 ojos recorriendo tu foto
La premisa es una pregunta aparentemente sencilla: ¿cómo se construye la mirada? Sardón utiliza un término divertido para referirse a sus comienzos: “Vamos a trackear a 200 pibes”. Le llaman trackear al rastreo de las miradas que logran con unas cámaras especiales. Hacen así: cada estudiante apoya el mentón en un aparato como de oftalmólogo. A cuarenta centímetros de su cara hay un plasma en el que le pasarán fotografías de rostros humanos, con una duración de 8 segundos por cuadro. La cámara apunta a los ojos del que mira, registrando la posición de las pupilas sobre la imagen. Sigue a la pupila en su movimiento y reacciona a las variaciones de su diámetro. El experimento busca entender qué hace el ojo cuando intenta ver.
El movimiento del ojo es vertiginoso, involuntario aunque parezca voluntarioso, esquizoide y nervioso como el vuelo de una mosca. Tiene dos momentos muy diferenciados: las fijaciones y las sacadas. En las fijaciones el ojo busca lo que quiere deteniéndose ahí: se queda vibrando en un lugar determinado. Las sacadas pasan cuando la mirada sale disparada hacia la próxima fijación. El cerebro corrige, finalmente, todos estos movimientos desaforados, para que no acabemos vomitando. Uno no es consciente del proceso causal que va desde la toma de datos hasta el cerebro; de todos esos pasos no queda vestigio. La obra de arte de Sardón-Sigman busca evidenciar ese vestigio.
Cada mirada de cada uno de los 200 participantes queda registrada en un archivo separado de los demás. La suma de los 200 archivos proyectada simultáneamente reconstruye el rostro de la foto. Cada ojo humano ha aportado una línea. Todas las miradas juntas recrean la aparición. Las miradas individuales parecen aportar patrones similares cuando se las estudia en el conjunto, haciendo foco en ojos y boca, eje sagital y contornos. Cuando los ojos parpadean, se produce un rulo afuera de la cara, lateral y ausente de colores.
Sardón dice que con 100 miradores ya se reconoce a la persona de la foto. Le pregunto qué pasa cuando los miradores conocen de antes a esa persona de la foto, le tienen estima o les ocasiona un recuerdo emotivo. “Es lo mismo”, contesta. “El retrato de tu esposa te puede hacer sentir muchas emociones, pero tu ojo lo leerá como si fuera el de una desconocida.”
Sardón dice: “Hay determinados lugares del rostro que son más importantes a la hora de reconstruirlo. La gente se fija mucho en la comisura de los ojos, la parte opuesta al lagrimal. Los bordes de la boca. El entrecejo. Son los lugares en los que siempre el ojo se detiene, antes de buscar el próximo sitio al que ir. Pareciera que el ojo está buscando una respuesta en estos sitios, más que sólo tratar de mirar. Como si desconfiara, o buscara poder confiar más. El rostro humano genera una indagación preventiva en el observador.”
“Mirada y visión son cosas diferentes. Las personas son conducidas por sus ojos sin tener control real sobre la mirada. Esto fue una novedad para mí. Pensaba que la intención gobernaba el mirar. Todo es más salvaje, más animal de lo que suponemos.”
“La construcción de la imagen se parece a la de la lectura, uno no lee letra a letra. Uno afirma haber visto la imagen completa, pero en realidad recogió poquísimos datos. Todos los datos que no vi, los construí con la imaginación. Los inventé. Es muy poco lo que vemos del mundo, para poder afirmar qué es lo real. Probamos unas migajas y decimos que la torta nos gusta. Serán todas las tortas que comiste en tu vida las que te autorizan a hablar sobre el gusto, pero a esta última solamente le pasaste un dedo por la cobertura. Con eso solo creés saberlo todo.”
La obra de arte
El plano de lo que cada persona ve en los 8 segundos se parece a un garabato infantil, esos primeros dibujos que los niños hacen para entrenar los ojos. Los elementos que a un niño le hablan de un rostro son pocos y estéticamente salvajes.
Escribe Rudolf Arnheim en El pensamiento visual: “La mente infantil opera con formas elementales que se distinguen fácilmente de la complejidad de los objetos que pintan. (...) El dibujo (infantil) da testimonio de una mente que descubre libremente los rasgos estructurales pertinentes del tema y encuentra formas adecuadas para ellos en el medio que constituyen las líneas sobre el papel en blanco”.
Ver estas pantallas de Sigman y Sardón produce una familiaridad cálida relacionada, quizá, con la memoria de nuestros propios garabatos infantiles. Nos quedamos rato largo mirándolas, cada vez más cómodos. Sardón explica: “La familiaridad está dada por el registro directo de lo orgánico. Los garabatos no son trazados por modelos matemáticos, no son fórmulas. Las personas los hacen con sus ojos. Por eso esta empatía humanitaria que logran en el espectador”.
Cada persona que mira elabora una huella del rostro que ve. La lectura final es una construcción, un toma y daca entre la realidad y la ficción. El plano de visión orgánica no coincide con el de la visión construida. Sofía, en 8 segundos, no vio el fondo de la foto. Su plano de visión lo asegura. Sin embargo, si le preguntamos, es posible que describa ese fondo, o que lo invente. Lo único que Sofía pudo ver son los lugares adonde fijó la vista. El resto lo puso ella. “Uno da más fe de las cosas que en realidad ve”, completa Sardón.
Le pregunto si no estuvieron tentados de imprimir en papeles las miradas individuales. Me dice que no, para qué. Para dárselas de recuerdo a los participantes. Nadie pidió.
–Al fin y al cabo es el gesto de tus ojos –digo.
–La conciencia del gesto de tus ojos –corrige.
Si yo hubiera sido uno de los 200 examinados de Sardón, me hubiera gustado llevarme mi garabato.
200 miradas recorriendo sus rostros
puede verse hasta el 7 de abril en
la Fundación Proa.
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