PERSONAJES > TERESA PALMER, LA AUSTRALIANA QUE NO QUIERE SER NICOLE KIDMAN
› Por M. K.
R no recuerda su nombre, apenas su inicial, pero sí conserva la vaga memoria de una época en la que “todos podíamos expresarnos y disfrutar de la compañía de los demás”. Esto, al menos, es lo que dice R, al comienzo de la comedia romántica con muertos vivos estrenada por acá hace unos días con el título deliberadamente ochentoso y genérico Mi novio es un zombie (es menos interesante que el original Warm Bodies, pero también es cierto que aquél era, por su ambivalencia, difícil de traducir, ya que warm puede ser indistintamente tibio o cálido, pero body es cuerpo y también cadáver). La cosa es que, mientras R se entrega a la lamentación, se nos aparecen las fantasmagóricas imágenes de ese añorado pasado de contacto humano, con ironía: un montón de gente toda junto, pero absolutamente ensimismada, indiferente a los demás, colgada de sus celulares. Y ok, hasta ahí llega la metáfora-zombie del día: como ha quedado suficientemente claro, los muertos vivos de Romero en adelante fueron el concepto fantástico perfecto para alegorizar todo tipo de dilema social: los zombies como los expulsados del sistema, o como las víctimas de los desastres medioambientales, bélicos, políticos, o como el rebaño descerebrado de la sociedad de consumo. Lo que probablemente ninguna película había hecho hasta ahora era contar la historia de los zombies desde el punto de vista de un muerto vivo enamorado. Uno que extraña la época en que sentía algo. Que se alimenta de carne humana, pero prefiere el cerebro, porque le permite recuperar los recuerdos de otros y con ellos algo de la sensación de estar vivo. Que guarda una notable colección de vinilos algo retro (suenan en la película Dylan, Springsteen, Guns’n’Roses, y, con mucho humor, “Missing You” por John Waite). Completada la zombificación de casi todo género y producto cultural, ahora que a los muertos vivos se los puede seguir por el cable semana a semana, el tema parecía estar agotado (vaya uno a saber qué ansiedades nuevas, qué pulsión mortuoria y apocalíptica anima esta insistencia). Pero con Mi novio es un zombie entra en escena el emo-zombie.
Y una de las primeras cosas que llaman la atención es la cara del muchachito en proceso de putrefacción que nos introduce en la historia: ¿de dónde lo tenemos? R es Nicholas Hoult, cuya carrera parece resucitar con fuerza por estos días (también protagoniza Jack el cazagigantes, estreno de la semana próxima) pero a quien la mayoría recordará como el nene difícil que se lo ganaba a Hugh Grant en About a Boy (Un gran chico). Con su cadencia un poco indie –y su colección de discos– Hoult le aporta a su zombie la sensibilidad y la melancolía que hacen funcionar todo el asunto. Pero basta de corazones podridos y a lo que importa, que es que también hay una chica. Que vendría a ser la que dice, en el título de acá, que su novio es un zombie. La chica capaz de levantar el muerto se llama Teresa Palmer y es una de esas razones por las que seguimos viendo algunas películas cuando la promesa inicial de originalidad e ingenio se desvanece y ya no queda otra cosa para ver.
Hasta ahora, la carrera breve pero ascendente de Teresa Palmer se vino sosteniendo en su belleza rubia y pálida, y cierta gracia. Esto no significa que no tenga talento, solo que todavía no tuvo grandes oportunidades de probarlo. Muchos la comparan físicamente con la anémica Kristen Stewart, y su participación en el romance zombie, adaptación de una novela para adolescentes editada el año pasado con el título R y Julie (Mondadori), parece refrendarlos. Ella misma reconoce, pobre, que la paran por la calle para felicitarla por la saga Crepúsculo (aunque la otra, siempre con esa cara de aflicción inconsolable, no es rubia) y acepta que hay cierto parecido físico, en los ojos, los labios, el mentón. Muchos preferimos ver su parecido con Naomi Watts, que además de hermosa y agraciada es una extraordinaria actriz. Y australiana como ella (Watts nació en Inglaterra, pero es una australiana honoraria). Aunque Teresa no es una de esas aspirantes a actrices australianas que se pasan “toda su juventud aspirando a convertirse en Kidman” (parece que es todo un género). No, Teresa entró en el cine un poco por accidente. Nacida en el pueblo de Adelaide (sur de Australia) en 1986, pasó una infancia humilde, criándose un poco con su madre misionera en una vivienda pública y otro poco con su padre (y madrastra y medios hermanos) en una granja. Al terminar el secundario trabajaba en una casa local de comida rápida cuando el director de un film independiente la llamó por una foto que había dejado en una agencia. La película –inédita por acá– se llamó 2:37 y por ella –donde hacía de una popular colegiala que adquiría un instinto suicida tras ser embarazada por su hermano– viajó a Cannes, donde fue aplaudida de pie por el público de la sección Un Certain Regard. Hace dos años fue la chica que enamoraba a un joven nerd en la millonaria e inesperadamente encantadora El aprendiz de brujo (superproducción con el mercenario Nicolas Cage basada en el corto clásico del ratón Mickey en Fantasía); en el medio participó de varias producciones de diverso calibre, como la comedia Take Me Home Tonight (con quien luego sería su novio, Topher Grace, el chico de That 70s Show), December Boys (debut de Daniel “Harry Potter” Radcliffe en escenas “adultas”), el decente thriller Restraint (editado en DVD como Juegos perversos, donde hacía convincentemente de chica rea en dúo criminal devenido trío, previsiblemente para el desastre; y donde aparecía desnuda, para quien aprecie el dato) y la pavada fantástico-adolescente Soy el número 4 (ella era Número 6, y no pregunten), y otras más. Y ya vendrán muchas otras.
Mientras, se la puede ver en un gracioso corto del sitio de Will Ferrell Funny or Die y visitar la página que lleva adelante con una amiga, Your Zen Life, acaso la parte más dudosa de su breve obra, donde se dedica a predicar la vida sana. “Las chicas católicas dan miedo”, dice Bruce Willis en Hudson Hawk y a Teresa –que se llama así en honor a la Madre Teresa–- parece que le gusta sermonear sobre las ventajas de comer lechuguitas y cualquier cosa hecha con aceite de almendra. Hasta acá, todo bien, y ojalá la podamos ver mucho más seguido en el cine, pero la verdad que antes de verla entregarse sin retorno a las hordas de veganos radicales, muchos preferiríamos dejarnos devorar por una zombie, cerebro y todo.
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