Hace quince años, en abierta oposición a un Festival de Mar del Plata arbitrario, despótico y estancado que se había vuelto –como bien se señaló entonces– “en el coto privado de Julio Mahárbiz”, nacía, bajo la dirección de Andrés Di Tella, el primer Festival de Cine Independiente de Buenos Aires. En poco tiempo inyectó en los cinéfilos cantidades tan puras como caudalosas de nombres, películas, hallazgos y visitas inimaginables. Una década y media después pasaron cuatro directores, hubo salidas intempestivas, polémicas furibundas, enfrentamientos políticos, acusaciones cruzadas, debates y cientos de miles de espectadores. A punto de comenzar su 15ª edición bajo la flamante dirección de Marcelo Panozzo, abandonando por primera vez el Abasto y relocalizado en los cines de Recoleta, Radar los convocó a todos para discutir el festival que lo trajo todo y ahora se plantea el desafío de qué mostrar en tiempos de Internet.
› Por Mariano Kairuz
Desesperación. “El romance entre el primer Bafici y la ciudad en 1999 tuvo que ver con la desesperación”, dice Marcelo Panozzo, nuevo director artístico del festival porteño, que el próximo miércoles arranca con su 15ª edición. Y recuerda: “En el ’99 no había nada para ver en los cines argentinos, salvo el boom de El sabor de la cereza. Había una suerte de explosión de Internet, medio en pañales todavía, pero la información de que otras películas existían empezaba a llegar. Y es más fácil no añorar lo que no sabés que existe; pero cuando sabés, decís: ¡la puta!, quiero ver esto que está pasando. Así que cuando nació el festival, fue perfecto: la gente se volcó ahí porque ahí estaban las cosas que había que ver. Con los años fue creciendo y creo que de vuelta estamos en una situación parecida. Hay un hueco grande que llenar. En un principio, cuando estábamos armando la programación de este Bafici, me amargué porque no íbamos a poder traer la última película de Harmony Korine, pero en cuanto me enteré de que la compró un distribuidor y que se va a estrenar, se acabó la amargura. Porque mi preocupación no es tanto el Bafici como la cartelera de cine y todo lo que no hay, que me parece que es más grande que el festival”.
Hay que recordarlo, 1999 está algo lejos ya. El panorama para el cinéfilo local era tristísimo, el único refugio para el que quería ver algo más que los estrenos comerciales más grandes de las majors (las filiales locales de las distribuidoras norteamericanas) eran la Lugones, la Filmoteca (que todavía no contaba con su espacio estable en el Malba) y algunos cineclubes sobrevivientes. También una sección un poco aislada del renacido festival de Mar del Plata, Contracampo, programada por el cineasta Nicolás Sarquís, que prefiguró, a una escala menor, la búsqueda alternativa que iniciaría el festival porteño: en su marco se dio, por ejemplo, el citado éxito de Abbas Kiarostami, antes de que se desbordara inesperadamente la sala única de la avenida Corrientes en la que tuvo su estreno en Buenos Aires, disparando lo que por un tiempo se conoció como “el boom del cine iraní”. Así estaban las cosas, entonces, cuando la venta de entradas del primer festival porteño (BA Festival Internacional de Cine Independiente: todavía no se lo designaba por su sigla) sobrepasó las expectativas de todos sus responsables, incluidos Ricardo Manetti (director general de Promoción Cultural de la Ciudad) y su primer director artístico, Andrés Di Tella. Era un programa reducido en cantidad de películas, al menos en relación con las dimensiones que adquiriría en los años siguientes, pero esa selección de 150 cortos y largometrajes alcanzaba para empezar a recuperar algo de la diversidad que había caracterizado a la cartelera porteña de otros tiempos, para dar cuenta de los “nuevos cines” que despuntaban en el mundo casi a la par del argentino: Pizza birra faso se había dado en Mar del Plata, ahora Mundo grúa, la ópera prima de Pablo Trapero, se iba a ir premiada de la primera competencia internacional del nuevo festival.
Para dar un ejemplo claro de la estela que dejó el festival a lo largo de 15 años, basta con mencionar unos cuantos de esos nombres que un principio eran desconocidos por acá pero que hoy son viejos amigos de los espectadores del Bafici: Takeshi Kitano (que llegó a estrenarse comercialmente por acá, pero ya hace un buen tiempo que no, y no es que haya dejado de filmar) y Kore-eda Hirokazu, Tsai Ming Liang, Miike Takashi, Kiyoshi Kurosawa, Johnny To, Kim Ki-duk, Jia Zhang-ke, Wong Kar–wai, Noami Kawase, Laurent Cantet, Aleksandr Sokurov, Avi Mograbi, Apichatpong Weerasethakul, Elia Suleiman, Hou Hsiao Hsien, Otar Iosseliani, Bruno Dumont, Nuri Bilge Ceylan, Guy Maddin, Michael Haneke (ahora “estrenable” y hasta oscarizado, pero en ocasión de su primera retrospectiva, un desconocido con solo un film editado acá, en VHS), el húngaro Bela Tarr (que bautizó al público con su gran Satantangó, de 7 horas de duración), el camboyano Rithy Panh (autor de la devastadora S21 Khmer Rouge). A la vez que se vieron los primeros films de la nueva generación argentina: entre otros, Albertina Carri, Celina Murga, Juan Villegas, Verónica Chen, Ezequiel Acuña, Gastón Solnicki, Lisandro Alonso, Pablo Fendrik, José Luis García, Mariano Llinás, Gabriel Medina, Santiago Mitre, Alejandro Fadel. Antes de alcanzar su quinta edición, el festival había crecido en cantidad de público, de salas, y en especial de películas: de las ciento y pico iniciales a más de 400. Otro tipo de desesperación cundió pronto: cómo ver todo lo posible en menos de dos semanas.
Y ahora que son 15, el equipo de programación eligió uno de esos nombres tan vinculados con la trayectoria del festival para dedicarle una de sus retrospectivas principales: el coreano Hong Sang-soo. “Tengo reverencia total por el festival”, dice Panozzo, que integró el equipo de programación de las cuatro ediciones de Quintín, trabajó en el equipo editorial de Fernando Martín Peña y luego fue programador de una edición de Wolf. “Y creo que a la hora de asumir su dirección tenés la obligación moral y estética de mirar de dónde viene, cosa que hicimos con dos o tres cosas puntuales desde el punto de vista de la programación y del armado. Por un lado, propuse que a partir de este año todos los ex directores sean jurados de la Competencia Internacional del festival, de a uno por año en orden cronológico, es decir, empezando por Di Tella. Y la retrospectiva de Hong Sang-soo tiene que ver con que es un festival que creció a la par de la carrera de Hong, y de algún modo representa al Bafici.” También, cuenta, se le pidió a Fipresci –la filial local de la federación internacional de prensa cinematográfica– que eligiera quince películas argentinas que hayan pasado por el Bafici a lo largo de su historia y que testimonian ese progreso en paralelo del festival y las nuevas generaciones del cine criollo.
Panozzo señala que su asunción fue la transición más tranquila que se haya dado entre dos directores del festival, acaso “la primera sin trompadas ni tiroteos”. Porque estos quince años que el festival festeja con algunos de sus personajes y títulos más emblemáticos no transcurrieron precisamente en la mayor de las tranquilidades. Pergeñada por el gobierno radical de la ciudad para que hubiera un festival que escapara a lo que Monteagudo definió en Página/12 en su momento como “el coto privado de Mahárbiz, el festival de Mar del Plata”, la primera edición de Di Tella fue un éxito tan inesperado como instantáneo, cosa que los programadores terminaron de comprobar cuando, al empezar a armar la segunda edición se encontraron con que muchas de las películas que querían ya habían sido adquiridas por distribuidores locales para su estreno comercial: la convocatoria de público del primer festival, al igual que la de El sabor de la cereza, habían demostrado que existía en Buenos Aires mucha gente con ganas de ver todo ese cine al que los “estrenadores” no le habían estado prestando atención. De pronto, durante los siguientes años, el público volvió a vivir un romance con un cine internacional diverso en procedencia, temas y estilos narrativos. Sin embargo, a pesar de la clara influencia de las dos primeras gestiones de Di Tella, éste fue separado de su dirección sin mayores explicaciones.
Pasado el pequeño escándalo que generó en el ambiente de la crítica especializada, asumió Quintín, que –según el consenso general– no solo profundizó y radicalizó el rumbo marcado por su antecesor, sino que posicionó el festival a nivel internacional, poniéndolo en pie de igualdad con otros eventos similares, convirtiéndolo en un modelo para la región y generando innumerables contactos con programadores y otros especialistas extranjeros. Esta política fue la que permitió que el festival saliera a flote en medio del desastre de diciembre de 2001 y pudiera realizarse en 2002, con un presupuesto que en pesos se había visto reducido, en el verano de la salida de la convertibilidad, a un cuarto de su valor. La gestión “abierta al mundo” del Bafici de Quintín le permitió cosechar una gran adhesión internacional, traducida en un movimiento de solidaridad muy concreto: hubo invitados que se pagaron sus pasajes de su bolsillo, screening fees (derechos de proyección) reducidos, y un masivo aporte monetario de otros festivales y en particular de Fundación Príncipe Claus, de Holanda.
Lo cierto es que ese estilo personalista, ambicioso y confrontativo de Quintín que tanto había hecho crecer el festival, motivó encontronazos con las autoridades culturales de la ciudad, que cuando se acercaba la quinta edición bajo su gestión, lo despidieron con un pretexto (oficial) menor. Siguiendo las líneas ya consolidadas por el trabajo de su predecesor, el coleccionista, historiador y divulgador Fernando Martín Peña introdujo algunos cambios conceptuales en la programación, como hacer competir documentales en pie de igualdad con las ficciones (ahora que la hibridación entre unos y otros se había terminado de convertir en una de las marcas mas fuertes del cine contemporáneo), darle un espacio importante al cine de animación e incrementar el que se destinaba a grandes films no canonizados de la historia del cine. Peña también debió librar varias batallas públicas, entre ellas una bastante pública por la participación financiera del Incaa en el festival, y la que marcó su salida: la falta de dirección en materia cultural del macrismo, que recién asumía y un ministro (Lombardi) que no le daba señales claras de continuidad. Peña dejó su puesto en diciembre de 2007, preparando la transición para Sergio Wolf, que hasta entonces había pertenecido a su equipo de programación. Wolf fue quien, siguiendo la línea ya consolidada del festival, más tiempo se sostuvo en su cargo, con cinco ediciones, y se retiró el año pasado dando por cumplido un ciclo y pasándole la posta a Panozzo en su presentación pública. Lo cual, como señaló este último, proponía una tentación peligrosa para un festival que se caracteriza por su espíritu de renovación: la de dejar todo eso que tan bien estaba funcionando, tal como está.
Sin embargo, dice Panozzo, desde que asumieron, él y su equipo se propusieron una serie de transformaciones en cuanto a la arquitectura del evento. “¿Cómo hacer para producir cosas nuevas en un esquema que funciona, que es querido y también criticado pero criticado de una manera muy vital? Creo que el mayor movimiento estructural fue incorporar la competencia Vanguardia y género, como idea de tratar de esquivarle un poco a un cine festivalero medio pelo y de ver que en los extremos había cosas muy buenas que había que tratar de correr bien al centro del festival, ponerlas bajo el foco. Creo que hay muchos directores que, basados en la crisis, en la falta de medios económicos, empezaron a pensar sus proyectos a la medida del gusto de los programadores de los festivales, del gusto de la gente que pone la guita de los fondos, de los financistas, lo cual, sobre todo en Latinoamérica, generó un cine muy codificado, muy ahogado por unas exigencias que no tienen nada que ver con la creación sino con la producción. Nosotros tratamos de hacer un trabajo para que ese cine no tenga un lugar central, porque no es interesante.” Otro cambio, algo menor, consistió en depurar “la arquitectura del programa, que se había dispersado en miles de secciones, seccioncitas, focos y foquitos. Es difícil de comunicar el Bafici, y a veces este esquema termina forzándote a programar películas que no te gustan porque hay que llenar la sección Personas y personajes. Así que tratamos de hacer bloques más concretos, y una sección Panorama más grande, para que armes tu propio recorrido. No tener que programar esas películas medio pelo que se ajustan a un título: al medio pelo hay que combatirlo con todas las armas posibles”.
Otro cambio que no va a pasar desapercibido para quienes vienen siguiendo al Bafici desde hace años va a ser su cambio de sede central, de Hoyts Abasto –su espacio histórico, desde la primera edición– al Village Recoleta, que carga por su parte con cierto peso simbólico en una ciudad tan conflictiva como Buenos Aires. “Nos sentamos con la productora del festival, Paula Niklison, que también es nueva, y nos preguntamos: el festival se hizo en el Abasto desde el principio, ¿por qué esto es así? Lo cierto es que a nueve de cada diez invitados internacionales les parecía raro que las cosas sucedieran en un shopping tan shopping: no es el indicador más importante, pero sí para tenerlo en cuenta. Así que por un lado, está que el Recoleta Mall es como un shopping puesto arriba de un cine, podés casi ni enterarte de que existe. Por otro lado, las quejas del público por maltrato de parte del personal de Hoyts fueron in crescendo con los años, siempre fue poco placentera la experiencia. Y a la vez el Hoyts siempre me dio la impresión de que no le interesaba mucho tener el festival, que no le era negocio. Cosa que no les discuto: ellos tienen un modelo de negocio que tiene más que ver con un cine concentrado, de grandes estrenos, y creo que el resto del año el complejo es lo más distinto del Bafici que se pueda encontrar en Capital. En cambio, el Village tiene puntos más parecidos: cuando llega la película en 3D de Wenders, Hoyts no le da una sala 3D y Village sí; Herzog lo mismo; durante el año ahí se hacen las semanas del cine de distintos países; en suma, el Village tiene un público más parecido al festival durante el año. Y nos sentamos a hablar con la gente de Village y estaban contentísimos con tener el festival, a la vez que nos ofrecían dos salas más en Caballito, y que acá además teníamos el Centro Cultural Recoleta cerca para instalar las oficinas y no tener que andar como de campamento, como cada año, tratando de alquilar un lugar libre en el Abasto. El combo era muy poderoso. Cerró por todos lados y la oferta económica fue lo menos importante; eran términos logísticos: qué arma mejor el festival. En cuanto al tema Norte-Sur de la ciudad, creo que es una discusión que excede mucho al Bafici. La discusión tiene que ser más sobre el centro de la ciudad, con cómo hacés para que sea más vital y más vivible hoy, que es una especie de pandemonio”.
Finalmente, una cuestión nada menor para plantearse ante un cumpleaños significativo como el 15: ¿cómo debe pensarse un festival ahora que, a diferencia de lo que pasaba en 1999, cuando no había otra manera de ver películas, existen tantos medios para hacerlo, aunque sea informales? Incluso es posible encontrar gente que usa el catálogo más como una guía para buscar las películas en internet una vez terminado el festival. “Si ése es el peor escenario posible –dice Panozzo–, me encanta, porque de alguna manera el catálogo es una carta de intención sobre el cine. Entonces, si te quedaste con el catálogo, y googleaste las películas y las viste igual, también me hace feliz. Sigue estando ese trabajo de encontrar qué dar, de ofrecer la película que te llamó la atención por algo que leíste en el catálogo. Por eso también volvimos a poner las firmas en el catálogo, porque está bueno ponerles el cuerpo a las películas, decir en primera persona por qué es que esta película está en ese lugar. Y por eso trabajamos en muestras más grandes en lugar de foquitos. El foquito te lo podés armar en tu casa, podés bajarte tres o cuatro películas de (el brasileño) Júlio Bressane, pero damos 17 películas de él, y no tenés manera de hacer eso en tu computadora, ni de conseguir todo Hong Sang-soo ni los diez programas de vanguardia austríaca. Así que ésta es una manera de complementar aquello otro: ya no la dispersión sino una apuesta más radical a determinadas cosas. Hacia dónde estamos yendo, todavía es muy raro, por ahora solo pienso en una cosa muy macro, de ver que entre la crisis de la distribución y la entrada de la piratería como un jugador importante. Hay algo del cine en salas que hay que tratar de mejorar más allá del Bafici: creo que los festivales de cine van a tener que trabajar de ahora en más como distribuidores no convencionales, tratando de garantizar en la cartelera algo más de diversidad durante el resto del año. Todavía no tengo claro cómo se hace y vamos a tratar de empezar a trabajar en eso ahora. Por ahora, quiero que la gente se encuentre acá, hable de cine, descubra películas, se entusiasme y esto tenga visibilidad para que pueda seguir más allá de abril”.
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