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Domingo, 26 de mayo de 2013

PLáSTICA > CLAUDIA DEL RíO EN LA GALERíA NORA FISCH

Esa feroz ingenuidad

Con obras gestadas entre 1996 y 2013, la artista y docente rosarina Claudia del Río presenta en Buenos Aires una selección de su vasta obra que permite admirar la manera particular en que indaga en la violencia con un humor tierno y fulminante. Desde sus telas bordadas con títulos de noticias policiales hasta sus piezas con fragmentos de diarios y revistas que ponen en escena, de manera amenazante, el consumismo voraz, Del Río muestra una colección que alude al horror y la despersonalización con alegría y audacia.

 Por Verónica Gómez

Infierno es el título de la muestra que reúne un varieté de obras –cuya fecha de ejecución oscila entre 1996 y 2013– de la artista rosarina Claudia del Río, y que permanecerá en cartelera hasta el 7 de junio en la galería Nora Fisch del barrio de Palermo. Se sabe que con las buenas intenciones muchas veces no alcanza. Y si la intención de la muestra persigue, como la gacetilla de prensa y el texto curatorial vaticinan, la puesta en valor de la obra de una artista de culto, la puesta en escena dista de cumplir el loable objetivo. Las razones son obvias: no hay espacio físico. Si la galería Nora Fisch, nacida en el año 2010, tuvo la autocrítica suficiente como para adaptar las muestras a su metraje, teniendo además la suerte y el buen tino de llevar a cabo un acopio de artistas talentosos para su staff, en este caso, el objetivo, o la declaración del objetivo, suena un poquito pretencioso: no parece posible dar cuenta de la vastedad y prolífico quehacer de una artista como Claudia del Río en un espacio, aunque digno, poco más grande que un pasillo. Inés Katzenstein, curadora de la muestra, con una conciencia clara de esa imposibilidad, como manifiesta en su texto de presentación, en un intento humilde pero fallido, decide plantear la exposición como “una antología forzosa que intenta destilar y exponer un núcleo duro de su obra”. Algo así como una puerta de entrada a otro mundo que nos avisan que es inmenso y que está buenísimo, pero que por ahora no podemos traspasar el umbral para visitarlo. Qué macana. La vastedad necesita desplegarse a sus anchas. La generosidad precisa de la abundancia. Y Claudia del Río, tanto en su obra como en su intensa labor docente, es una artista generosa. Sin embargo, dejando de lado el aspecto publicitario –y conflictivo– de la curaduría, nada nos impide disfrutar de una selección de obras entrañables que escarban en la violencia valiéndose de un humor tierno y fulminante. Claudia del Río transita los estados anímicos de los materiales, imágenes y textos elegidos con la aparente ingenuidad de una Caperucita Roja llevando en su canasta papel y lápiz, hilo y aguja, como únicas y delicadas armas para enfrentar la espesura de un bosque atestado de lobos.

NOTIBORDERLINE

Miña es amada en Rusia. aluminio Y pintura sobre papel, 27 x 35, 2007

Apoyados sobre una mesa alargada, los tres montoncitos de telas apiladas lucen inofensivos a simple vista. Uno podría deleitarse un buen rato escudriñando el dulce añejamiento de las telas que se traduce en amarillos de Nápoles, ocres, blancos cenicientos y una amplia gama de ambarinos. Luego, guantes blancos calzados, nos seducirá la caída de las telas, diferente según su blandura y espesor, al desplazarlas o sostenerlas entre las manos para leer la escritura bordada en ellas. Y es allí cuando el encantamiento se quiebra. Borbotones de amarillismo periodístico nos asaltan. Leemos: “Descarriló un tren que chocó con un camión y el vagón entró en una casa”, “Bebé murió en una pileta”, “Una nena murió aplastada por una mesa de cemento”, “Mujer policía encubierta apresó a un violador serial”, “Asesinaron a una mujer china en un cabaret”, “Un preso se untó el cuerpo con jabón para poder escapar”, “Denuncian que un policía baleó a un adolescente y luego fraguó un tiroteo”, “Se tiró del piso 11 y se salvó por unos cables”, “Asaltaron un autoservicio 15 veces”, “Vándalos atacan por novena vez una escuela para discapacitados”, “Baleó a un chico porque no lo dejaba escuchar el televisor”, “Un suboficial está sospechado de integrar el grupo que robó 203 vacas”, “Quería suicidarse para no quedar preso pero una jueza lo hizo desistir”... la enumeración de los titulares de periódicos que Claudia del Río borda pacientemente sobre telas de diversa índole (sedas, lienzos, liencillos) es adictiva y sucumbiría encantada a la tentación de volverse interminable. Fácil es suponer que bordar cada noticia extraída de los policiales le ha llevado un tiempo considerable a la artista. ¿Cuánto tiempo hay que convivir con el horror para sentirnos inmunizados? ¿Cuánto tarda el horror en volverse anodino? ¿Acaso la fascinación mórbida no es una estrategia de la hipersensibilidad que nos permite gozar de lo monstruoso y salir relativamente ilesos? Los sucesos que Claudia elige para bordar aluden reiteradamente a la violencia (asesinatos, violaciones, secuestros, robos), a la niñez pervertida, a la cárcel (fugas, motines), la prostitución, los amantes que obtienen su final trágico, el encubrimiento, el suicidio y el tiro por la culata. Porque contra la “maldad” parece no ser tanto una Justicia con mayúscula la que actúa y rectifica, sino la equivocación, el fallido, la torpeza y el azar que anidan en el corazón mismo del mal. Al estilo Ladrones de medio pelo, de Woody Allen, los malos pueden ser malos de pacotilla, llevados a delinquir por una serie de eventos más o menos desafortunados sin una concatenación demasiado lógica. La tragedia es hija de la imbecilidad. Y la Justicia junto a las fuerzas policiales, lejos de ser entes impersonales, cuentan con recursos similares a los de aquellos que combaten, sin diferenciarse ostensiblemente. Trampean, escamotean, simulan, hacen el ridículo, se las ingenian y hasta se enternecen.

Si el titular impreso en un periódico es inevitablemente fugaz (pronto oficiará como envoltorio de huevos, papel maché o limpiavidrios) no sucede lo mismo con el titular bordado que hace pie en el terreno del arte. La fugacidad informativa se convierte entonces en ficción perdurable. ¿Una forma más de protegernos del dolor? La noticia, despojada de fotos truculentas y detalles escabrosos, es ahora la punta del ovillo de una historia que nos toca inventar, a fuerza de hipótesis y suposiciones. Una historia repleta de enigmas a dilucidar: ¿por qué un suboficial robaría vacas? ¿Y por qué 203 vacas y no 210 o 150? ¿Logró escapar el preso con el cuerpo untado de jabón? ¿Qué palabras habrá usado la jueza para convencer al futuro preso de no sucumbir al suicidio? ¿Qué hacía la niña debajo de la mesa de cemento que terminaría aplastándola fatalmente?

LA FLACA ESCOPETA EN EL PAIS COCA-COLA

Sín título Chapa y esmalte, 58 x 100, 2005

Niñas y no tan niñas, encapuchadas (o encapsuladas), portan escopetas como si portaran carteras, mientras lucen su figura en poses entalladas por vestiditos de lamé, minifaldas, blusas estampadas, polleras plisadas, vestidos de novia o vestiditos de primera comunión con moño y organdí. Sus cabezotas a veces ostentan orejas redondas y negras, como las de Minnie Mouse. Otras están más cerca del pasamontañas terrorista o del burka islámico. Estos collages, que Claudia pergeña con fragmentos de periódicos y revistas, y luego interviene con lápiz o fibra, traen a colación un mundo fashion y consumista plagado de amenazas. Las letras de la marca Coca-Cola atraviesan los collages como una melodía efervescente. Tan impregnados estamos de esa tipografía y sus colores que podríamos reconocerla apenas con una sola de sus vocales o consonantes, que aún aisladas se resisten a perder su condición de marca para convertirse en ojo o en oreja de un personaje. La colonización de las marcas altera las fisonomías. Así vemos sujetos con cabezas infladas y negras, tan andróginos como impersonales, haciendo compras en el supermercado, codiciando una limusina blanca o mostrando su heladera rebosante. En este mundo fantástico, entre Grete Stern y Raoul Hausmann, Claudia del Río parece divertirse más que denunciar los estragos del capitalismo. Pero en ese divertimento se cuela un pulso macabro. Como bien señala Katzenstein, en las obras de Claudia del Río “la información de la muerte es el trasfondo de todas las fantasías”. Y Coca-Cola es un ejército cuya militancia, además de hincharnos el estómago, nos vuelve pelota la cabeza.

EL PODER DE LA FRAGILIDAD

Rosa y Thor, Lapiz y aceitE de lino sobre papel canson, 50 x 72, 2013

Si la despersonalización es una de las consecuencias del consumismo, la formación de un club, centro de reunión de corte barrial y promotor por excelencia del intercambio amistoso cara a cara, pareciera contrarrestar el efecto. No es casual entonces que Claudia del Río, junto a Mario Gemín, diseñador y fotógrafo, director marplatense de la entidad, haya fundado el Club del Dibujo en 2002, que tiene también su representante en Barcelona, el diseñador gráfico, fotógrafo, dibujante, calígrafo outsider y pedagogo América Sánchez. En su texto fundacional (www.clubdeldibujo.com) se expresan las claves políticas de la necesidad de un club: “Pensamos que estos modos de agrupación y gestión son algunas de las formas del arte del siglo XXI. Decimos que más de 2 hacen un club. Estamos convencidos que la conexión con la capacidad creativa es base del crecimiento de las personas y una vía de construcción de ciudadanía. El arte puede ser un lugar de recuperación de humanidad y de felicidad pública”.

Con más de diez años en su haber, el Club del Dibujo ha defendido su objetivo a lápiz y papel, organizando jornadas intensivas de entrenamiento dibujístico, eventos, muestras y formación de colecciones de dibujantes outsiders y de los otros.

Tanto en su actividad docente como en su obra (basta mirar sus delicadísimos dibujos de cabezas de mujeres labradas con líneas finas y enroscadas sobre una base de aceite de lino) Claudia del Río parece recordarnos en cada gesto que la fragilidad no es debilidad, sino el germen de un cambio explosivo. Una fisura, que es apenas una delgadísima línea en la superficie brillante, puede hacer estallar la porcelana más bella.

Familia Bolten Lapiz y aceite De lino sobre papel canson, 65 x 50

Claudia del Río
Infierno. Una aproximación a su obra,
1996-2013
Del 23 de abril al 7 de junio de 2013
Galería Nora Fisch
Güemes 2967-CABA

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Imagen: Ariel Authier
 
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