Domingo, 21 de julio de 2013 | Hoy
PERSONAJES > LUIS GUZMáN, DE VILLANO LATINO A COMEDIANTE DE CULTO Y SECUNDARIO DE LUJO, EN LA NUEVA ANIMACIóN DE DREAMWORKS, TURBO
Por Mariano Kairuz
La idea era recomendarle a todo aquel que tuviera planeado ir a ver Turbo –la nueva película de animación de DreamWorks– que lo hiciera, de ser posible y no mediar niños en el plan, en una copia subtitulada, con las voces originales. No para escuchar a Ryan Reynolds, que hace del molusco protagónico, un caracol de jardín que mediante una transformación mágica cumple su anhelo de participar de las 500 Millas de Indianápolis. No, no por Reynolds, pero sí por varios de los otros grandes actores que le prestan su voz a esta historia. Esa era la idea; pero no va a ser posible, porque Turbo se estrenó sólo en copias dobladas en castellano.
No es terrible: Turbo es una aventura simpática, pero irrenunciablemente infantil, que no ofrece demasiado de ese doble nivel de lectura que caracteriza a mucho de la animación actual. Y, por otro lado, las actuaciones a cargo de sus actores reconocidos dan forma no sólo a la manera de hablar sino a otras características de los personajes; sus movimientos, sus tics, algunos detalles gestuales. Los sofisticados bichos de los dibujos animados digitales actúan con todo el cuerpo. Por ejemplo es posible reconocer a Paul Giamatti en los modos y en los gestos de Chet, el gordo, cauteloso y hasta temeroso hermano del protagonista, sin conocer de antemano el reparto de la película. Quizá no puede decirse lo mismo de Angelo, uno de los dos hermanos mexicanos de la película que sueñan con hacer un éxito de su pequeño emprendimiento gastronómico (un carrito de venta de tacos), pero es perfectamente apropiado que este personaje, en una película ampliamente poblada por personajes latinos, esté interpretado por Luis Guzmán, un gran comediante de culto, pero que aún no es tan famoso como merecería.
Nació en Puerto Rico hace 56 años pero, según la leyenda que él mismo alimentó, su madre se lo llevó consigo a EE.UU. quince minutos después del parto. Criado en el East Village neoyorquino por esta empleada de un hospital y un técnico de televisores, Luis Guzmán empezó a labrarse su fama lentamente, haciendo repetidamente de villano en los ’80, en parte porque es el estereotipo latino en Hollywood, pero también, suele decirse, gracias a sus facciones “lobunas”: esa carota cuadrada y ese entrecejo gordo, de grueso pliegue que le da a su mirada un raro aspecto de enojo permanente, o de amenaza. Muchos lo habrán visto sin reconocer aún su nombre en films de mafia como Carlito’s Way, y en varias de Soderbergh (incluyendo un papel fundamental en Traffic), o en Boogie Nights, donde hacía de Maurice Rodriguez, el dueño del night club donde es descubierta la futura estrella del porno Dirk Diggler (Mark Wahlberg). Pero su carácter de comediante de fama subterránea, de contraseña casi secreta de la nueva comedia americana, empezó a consolidarse con su participación en Locos de ira, la comedia con Adam Sandler y Jack Nicholson, donde interpretaba a Lou, el integrante del grupo terapéutico de control de temperamento, recordable por, entre otras cosas, su camiseta obscenamente transparente.
No circula mucha información sobre Guzmán porque él mismo no parece considerarse una estrella, y lleva una existencia bastante reservada y familiar en Vermont, donde se dedica aplicadamente a la cocina (trata de convencer al mundo de que sus tacos son tan buenos como los de su personaje en Turbo) y a su pequeña granja, y no revela demasiado en las entrevistas: habló una que otra vez de su admiración incondicional por el Marlon Brando de Nido de ratas (1954), opina que los “galanes protagónicos son descartables, pero los actores de carácter” (como él) “son para siempre”; y nunca olvida que el origen de su carrera fue “pura suerte”. Azar, casualidad, chiripa, culo. Fue a principios de los ’80. Vivía de su empleo como trabajador social, cuando “un día iba caminando por una calle del Lower East Side y un tipo se me acerca y me dice: ‘Llamá a este teléfono, en una de esas te conseguís un papel’”, recuerda. “Muy poco después estoy trabajando en la serie División Miami, sin la menor idea de lo que estaba haciendo. No era algo que yo hubiera buscado, pero de pronto me dije: ‘Carajo, yo puedo hacer esto’. Y me volví mejor y mejor, y empecé a diferenciar el arte de la mierda”.
En cualquier caso, mientras lo espera en algún lugar el protagónico de su vida, Guzmán sigue siendo ese secundario que con su gracia natural eleva tres puntos cualquier película: entre las más recientes a las que les prestó ese “servicio” están Viaje 2: la isla misteriosa, libre versión de la obra de Julio Verne en la que se sumó a The Rock y Michael Caine –que ya estaban en plan suficientemente payasesco– y El último desafío, como el agente de la ley temeroso pero noble que secunda a Schwarzenegger en su regreso al cine después de la política. Guzmán vuelve graciosa una escena con su sola presencia (con esa jeta, y el contraste entre su ceño grueso y su amabilidad y timidez), y hay temporadas en las que hace esto en no menos de diez películas casi simultáneas. Con el tiempo se ganó el derecho a escaparle, hasta ahí nomás, al viejo estereotipo latino (“Ahora –dice–, no por ser puertorriqueño uno tiene que hacer de plomero o de verdulero: puedo ser el mismísimo jefe del FBI”), pero sus personajes son, cuando no tipos un poco en el margen, chantas como mínimo. Quizá su próxima aparición en Aztec Warrior, como el guerrero azteca del título, haga por él algo parecido a lo que Machete hizo por Danny Trejo (aunque no haya un Robert Rodriguez sosteniendo el proyecto y se trate de una producción de menos de 2 millones de dólares con participación de Televisa y efectos visuales de una casa uruguaya): terminar de consolidar su lugar de culto y de figurita pop.
Mientras tanto, en una rara excepción a su tácita política de discreción, Guzmán asoma su jeta en su espacio en YouTube, Luis Guzmán TV, donde anuncia su cuenta de Twitter, y promete, sin tomarse nunca a sí mismo demasiado en serio, un “acceso fácil” (easy access, sic), un contacto directo con su público. Espontáneo, casi improvisado, sin temor al ridículo y despojado de todo narcisismo, hace cosas como grabarse mientras viaja en el subte de Nueva York, donde sus fans “verdaderos” (sic, de vuelta) pueden verlo, saludarlo y hasta abrazarlo. “Easy access –dice–. Easy access.”
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