Domingo, 30 de noviembre de 2014 | Hoy
CIENCIA
En algún lugar de los vastos arenales de Marte hay un cristal muy pequeño y muy extraño.
Si alzas el cristal y miras a través de él, verás el hueso detrás de tu ojo, y más adentro luces que se encienden y se apagan, luces enfermas que no consiguen arder, son tus pensamientos. Si oprimes entonces el cristal en el sentido del eje medio, tus pensamientos adquirirán claridad y justeza deslumbrantes, descubrirás de un golpe la clave del Universo todo, sabrás por fin contestar hasta el último por qué.
En algún lugar de Marte se halla ese cristal.
Para encontrarlo hay que examinar grano por grano los inacabables arenales.
Sabemos también que, cuando lo encontremos y tratemos de recogerlo, el cristal se disgregará, sólo nos quedará un poco de polvo entre los dedos.
Sabemos todo eso, pero lo buscamos igual.
AMOR
Desnudos, se hacen el amor delante de la chimenea.
El resplandor de las llamas les caldea la piel, los cuerpos son un solo, rítmico latido.
Un solo, rítmico latido cada vez más pujante.
Por fin, el paroxismo.
Agotados, los tres cuerpos se desenroscan lentamente, las antenas se separan. Las llamas se multiplican en las escamas triangulares.
EXILIO
Nunca se vio en Gelo nada tan cómico.
Salió de entre el roto metal con paso vacilante, movió la boca, desde el principio nos hizo reír con esas piernas tan largas, esos dos ojos de pupilas tan increíblemente redondas.
Le dimos grubas, y linas, y kialas.
Pero no quiso recibirlas, fijate, ni siquiera aceptó las kialas, fue tan cómico verlo rechazar todo que las risas de la multitud se oyeron hasta el valle vecino.
Pronto se corrió la voz de que estaba entre nosotros, de todas partes vinieron a verlo, él aparecía cada vez más ridículo, siempre rechazando las kialas, la risa de cuantos lo miraban era tan vasta como un temporal en el mar.
Pasaron los días, de las antípodas trajeron margas, lo mismo, no quiso ni verlas, fue para retorcerse de risa.
Pero lo mejor de todo fue el final: se acostó en la colina, de cara a las estrellas, se quedó quieto, la respiración se le fue debilitando, cuando dejó de respirar tenía los ojos llenos de agua. ¡Sí, no querrás creerlo, pero los ojos se le llenaron de agua, d-e-a-g-u-a, como lo oyes!
Nunca, nunca se vio en Gelo nada tan cómico.
GENESIS
“Y el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza.
Y hubo amor, y placer, y virtud en el mundo. Y los días fueron largos, demasiado largos.
Entonces el hombre creó al Demonio, a su imagen y semejanza.
Y hubo así amor y odio en el mundo, placer y dolor, virtud y pecado.
Y los días fueron cortos, muy cortos.
Y fue bueno vivir”
Nota de Mariano Chinelli y Martín Adis:
Esta serie fue publicada originalmente en la antología Los argentinos en la Luna (1968). Creemos que los microrrelatos o “supercortos” (así denomina H. G. Oesterheld a los microrrelatos) que la conforman son aquellos a los que Oesterheld hace referencia en su “proyecto de libro”. Consideramos, en todo caso, que estos cuatro textos breves representan, en conjunto, una de las cumbres más elevadas de la producción literaria de Oesterheld.
En el planeta sin dioses, los neblines sueñan con tener cada uno su dios.
Hasta que llega un diosero con su gran muestrario de dioses.
Una enorme multitud de neblines, pálidas vejigas concéntricas, se apiña en torno al diosero. Todos se entenan, impacientes, bien desplegados los eleos.
Tres días más tarde, cuando ya no vienen más neblines, el diosero se esfera y comienza a vibrar:
–Todos mis dioses son de invisibilidad e incomprensión garantidas, son ajustables a todas las necesidades individuales. Mis dioses, neblines, son dioses a la medida.
Tiembla la multitud. En el fondo de los eleos hay lucecitas blancas, esperanza.
El diosero, esferado en todo su diámetro, elea con elocuencia de viejo difusor de dioses:
–Este dios, por ejemplo, te hermosea el mundo si le rezas con toda la melancolía que necesita, diáfano, sutil dios estético, ideal para seres con tendencias vegetales o impulsos al cristal. Este otro dios, también por ejemplo, es un dios de aire, aire más o menos físico o espiritual, según la calidad del creyente, es un dios bueno y necesario, de aroma femenino, frío y fuego, cambiante e inesperado como todo aire.
Silencio y niebla sobre la multitud, y nostalgia de dios, anhelo que duele. Los eleos casi se cierran.
–Este otro dios es lágrima y consuelo, por el dolor te lleva al amor y a la dicha, es ideal para sociedades nuevas, ricas en dolor. En los mundos viejos y bien organizados el dolor es escaso, y escaso es por lo tanto el amor. En esos mundos ya nadie se comunica ni se odia siquiera.
Luces de colores irisan los eleos de la multitud. Es como si quisiera nacer una felicidad, pero hay un neblín que se adelante con los eleos opacados:
–¡Charlatán! –asperiza el neblín–. ¿Por qué ofreces, diosero, lo que bien sabes que no sirve?
–Mis dioses...
–¡Contesta, diosero! –el neblín no le deja responder–. ¿Cuál es la forma última, la flor final de la materia-energía?
–¿La flor final de la materia-energía? Pues... la vida.
–Bien. ¿Y cuál es la flor final de la vida?
–El espíritu.
–¿Y la flor final del espíritu?
–Dios.
–Perfecto. Y ahora, diosero, ¿cuál es la forma última, la flor final del dios?
–Este... No hay... Ningún dios florece en flor final...
–¿Por qué mientes, diosero? –relámpagos sombríos en los eleos del neblín–. ¡Tú sabes cuál es la flor final del dios! Tráenos esa flor final y entonces sí cerraremos trato. ¿Para qué queremos todas estas mediocres caras del mismo dios con que intentas embaucarnos? ¡Llévate ya tu muestrario, diosero, que nadie aquí desea tus dioses! ¿No es así, neblines?
Pero ninguno le ha escuchado. La multitud ondula ya en medio del muestrario, se llena de dios los eleos, es el éxtasis, tan de atrás les viene el ansia.
Los neblines se dispersan, se van. Cada uno tiene su dios, ya ninguno estará solo, jamás hubo tanto gozo en planeta alguno.
El diosero ya sin dioses y el neblín de los eleos opacados tiritan de vacío. Todo es páramo alrededor.
–¡Es un fraude, diosero! Tú sabes que todos esos dioses...
–Silencio, amigo... ¿Quién sabe nada de nada? Te lo repito, no hay flor final del dios. Y no me atormentes más. Toma, quédate con este dios. No lo puse en el muestrario, suelo reservarlo para mí.
El diosero llena entonces los eleos del neblín con un dios cifra y cristal, los eleos se diáfanan, encienden luves vagas, frías pero dulcemente resignadas.
–Cuídalo, neblín... Con este dios alcanzarás la calma a través del número y la ecuación.
Inncesaria la advertencia. El neblín se aleja, sumido ya en un alto y errado cálculo que le consumirá la vida entera y le hará feliz.
El diosero queda solo. Como nunca nadie quedó solo en el Universo todo.
Mintió al neblín cuando negó la flor final del dios. ¿Para qué quebrarlo con el peso de tanta angustia?
Justamente él, el diosero, está en eso, en la flor final del dios.
Si todo dios es incomprensible, ¿cómo no lo será la flor final del dios? Soledad última, diosero: te usan pero no son para ti, pobre abeja en la flor, ni el aroma ni el color ni la liturgia vital en el secreto del ovario.
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