¿Quién escribió esto? por David Byrne
En el proceso de ensamblar esta antología de Talking Heads fue inevitable que me encontrara con muchas páginas llenas de letras que nunca llegaron a utilizarse. Hay un montón de ellas, y todas ellas están escritas en una vieja máquina de escribir... siempre en mayúsculas. Aquí va una muestra:
HE AQUI EL SONIDO QUE HACEN LAS FOTOGRAFIAS / CUANDO LAS MIRO / CUANDO LAS OIGO
CONTEMPLO REGIONES DE AGUDA PERCEPCION / POR ENCIMA DE LA ABUNDANCIA / POR ENCIMA DE LA INDULGENCIA
TODO ATADO CON SOGA E HILO / TODO PEGADO CON GOMA Y PEGAMENTO / DOS VIEJAS TABLAS DE PINO NUDOSO / UN PAR DE CLAVOS ATRAVESANDOLAS
Como pueden ver, tienen un estilo peculiar, pero aun así resultan reconocibles como letras de canciones por más que no haya mucha rima en ellas. Buena parte de las primeras canciones de Talking Heads emergieron de versos parecidos: “The Girls Want To Be With The Girls”, “Tentative Decisions”, y muchas otras.
Al leerlas ahora me doy cuenta de que jamás podría volver a escribir cosas parecidas salvo que me propusiera hacer una parodia de mí mismo. Lo que no deja de ser un poco triste, ya que se trata de un método original y único a la hora de ponerse a hacer canciones; pero lo cierto es que yo ya no soy la persona que era cuando me senté a componerlas.
Y como les ocurre a la mayoría de los artistas, soy consciente de que hay fans que extrañan este estilo mío, un estilo que en el principio los enganchó y que significaba tanto para ellos (y para mí) en aquellos tiempos.
El artista, en cambio, tiene una tendencia a gemir y a quejarse cuando le piden que escriba otra vez “aquellas canciones tan raras que solías hacer”. El artista piensa que a él o a ella no se le está permitiendo crecer y madurar. Los artistas (tanto los visuales como los musicales) que mantienen cierta constancia en lo suyo y que por el resto de sus vidas producen una y otra vez variaciones sobre aquello que los hizo conocidos son los que acaban teniendo mayor éxito. Pero a menudo un artista del tipo celoso –como yo– contempla este tipo de éxito como la prueba incuestionable de que estos artistas se están convirtiendo en parodias de sí mismos. Y nos miramos a nosotros como aquellos que –siendo más íntegros– optaron voluntariamente por no transitar este camino que conduce al triunfo seguro.
Los fans que se aferran con fuerza al material más antiguo son, por lo tanto, despreciados (un poquito), y esa obra juvenil es devaluada por su propio creador. El progreso y la evolución, cueste lo que cueste, es lo que importa. No mires atrás.
Pero al volver a leer y escuchar todo esto, me doy cuenta de que los fans también tienen razón. Las canciones tienen una perturbadora resonancia emocional que tal vez no supe apreciar en su momento. Son –ahora lo siento así– el producto de una mente perturbada (la mía) que se valía de estas letras y de estos sonidos para descubrir cuál era su sitio y cómo comportarse dentro del mundo. Nueva York es muy tolerante: existen en la ciudad sitios y nichos para absolutamente todos; se puede ser el más auténtico de los excéntricos y, al mismo tiempo, encontrar gente que te aprecie e, incluso, hasta algo de amor. Pero si uno empieza a salir de este capullo psicológico –y yo pienso que esta música me permitió comenzar a intentarlo– uno acaba abandonando ese refugio temporario así como a los medios y a la mente que produjeron esa obra. La sintaxis bizarra y la visión retorcida que crearon a estas canciones son, por lo tanto, irrecuperables e irrepetibles. No puedo volver a ese lugar otra vez. Ahora me parecen los delirios de alguien viviendo en un estado alterado. Pero no es un estado que yo pueda revisitar con la ayuda de drogas o el manual de instrucciones de un determinado proceso creativo. Sólo puedo regresar como un lector, como un visitante. Espero poder resucitar algo de esta forma de escribir, porque ahora para mí es como si se tratara de algo que me regala alguien que no conozco. Y esa persona que no conozco soy yo.
Texto incluido en el libro que acompaña a Once In a Lifetime. Traducción de R.F.