Domingo, 3 de abril de 2005 | Hoy
Me interesaba abordar esos doce años de historia, entre 1933 y 1945, porque fue una época crucial que cambió al mundo entero: Rusia, que no era nada, se volvió una potencia realmente grande, y Estados Unidos se involucró en la guerra y también cambió. Fue el fin de toda la comunidad burguesa de Europa. Como los judíos, la alta burguesía europea era una comunidad muy cultivada: tenían modales y dinero y ocupaban posiciones clave. Era gente realmente inteligente. Y Hitler los borró por completo en toda Europa. Hitler cambió el mundo, sí, pero lo cambió especialmente para los europeos: aceleró todo –todo sucedió en apenas doce años– y lo que sucedió fue asombroso.
Pero la persona de Hitler era impresionante y fue espantoso estar tan cerca de él. Una vez que superé mis problemas morales me dijeron: “La gente siempre te va a reconocer como el actor que encarnó a Hitler, etc. Y en Alemania siempre te van a preguntar por qué lo hiciste, y por qué de ese modo. Y la película te va a robar varios años de vida y vas a quedar entrampado en ese personaje, en Hitler”. Ese aspecto no me gustaba demasiado, así que al principio estaba un poco remiso. Como muchos actores alemanes, yo era de la idea de que no se podía interpretar a Hitler de un modo serio. Chaplin lo interpretó en El Gran Dictador, pero no se puede hacer dos veces lo mismo: uno no es Chaplin. Y la otra opción, sobre todo en Alemania, era darle una cara a esa clase de maldad. Lo que es imposible, porque el mal es tan terrible, tan inmenso. Como seres humanos somos demasiado débiles para hacer de Hitler. No es el trabajo normal de un actor.
El productor me envió el guión, algunos videos y una película que dirigió Georg Wilhelm en 1955 con Oskar Werner, Der Letzte Akt (“El último acto”), sobre el mismo período: las últimas tres semanas de la vida de Hitler. El personaje de Oskar Werner es inventado, pero los demás no: están Hitler y Goering y todos esos jerarcas del nacionalsocialismo. Y también vi una interpretación de Albin Skoda, un famoso autor y actor de teatro nacido en Austria, pero no tenía mucho que ver con Hitler.
Después de tres o cuatro minutos dije: “Está bien, acepto: lo voy a hacer”. Y aprendí mirando esa película. El actor se esforzaba enormemente en el plano emocional, pero no hacía nada con la voz ni con el lenguaje. Y pensé que si yo trabajaba con esos materiales mi interpretación sería mejor. Ver esa película fue como ver caer un telón. Así que dije: “Listo, puedo hacerlo. Lo sentí. Es posible. Hagámoslo”.
Por otro lado, somos actores y solemos decir: “Dios mío, cuánta gente encantadora he conocido haciendo cine y teatro. Hagamos ahora a un mal tipo, a un tipo realmente jodido. No uno de esos malos de película norteamericana, esos gangsters siempre tan atractivos. Hitler era un mal tipo, así que yo pensé: “OK, esta vez voy a poder decir lo que les gusta tanto decir a los actores: ‘Fue un desafío. Un gran desafío’”. Técnicamente podría decir que fue el papel más difícil de mi carrera. Muchos de los papeles que hice en teatro fueron más complicados, pero acá lo difícil fue aprender a través de documentos, leyendo libros.
Me interesaba mucho lo que pasaba en la mente de Hitler. ¿Qué había ahí adentro? No me interesaban tanto las teorías sobre su infancia y su relación con su padre. Hay muchas maneras de explicar a Hitler, de meterse dentro de él. Pero después de haber investigado tanto y leído todos esos libros, sigo sin entender del todo qué había en el centro de la mente de Hitler. Muchos testigos dicen que había una especie de agujero, un vacío, algo imposible de tocar, algo impenetrable. Algo completamente escondido. Hitler era tan impiadoso, tan brutal, que a veces pienso que no existía. Y aun cuando Hitler hablaba en términos teóricos y se preocupaba por justificar por qué había que odiar a los judíos, uno sigue preguntándose por qué, por qué. A veces Hitler trataba de justificarse y era tan ridículo, tan estúpido, que todo seguía siendo opaco, todo seguía tan escondido como antes.
Pero en el corazón de lo que decía está el darwinismo. El decía: “El más fuerte sobrevive”. Es eso. Esa es su razón. La raza favorita debería regir el mundo. En Alemania son los arios. La raza aria es la número uno. Es algo completamente estúpido y ridículo, pero en esa época, lamentablemente, había muchas teorías que encajaban en ese darwinismo. Y el ultradarwinismo estaba ampliamente difundido. En otra época, Hitler jamás hubiera llegado a ser líder. Pero por entonces las circunstancias históricas parecían estar de su lado. Alemania parecía estar necesitando a alguien así.
No tenía miedo de las reacciones de la gente. Estaba más allá del miedo. Me enteré de que los neonazis, sobre todo los jóvenes de Alemania del este, iban a tratar de usar la película como propaganda: era la primera vez en Alemania que productores alemanes hacían una película alemana con actores alemanes sobre Hitler en acción. Sesenta años después de la guerra estamos acostumbrados a ver a Hitler en documentales, pero nunca antes hubo una película de ficción. Esta es la primera.
Lo que me sorprendió, sí, fue la reacción de los críticos. Parece haber un desfasaje entre los espectadores comunes como yo y la gente que trabaja en los medios, que le reclaman a uno una suerte de “Yo especial”, a la altura de un tema tan particular como éste. De modo que si uno habla en términos cinematográficos normales –que son los términos en los que está contada esta historia–, de algún modo los contrariás. Es como si te exigieran un punto de vista especial. Los críticos sienten que junto con las imágenes tenés que emitir un juicio moral. Es la primera vez que estoy realmente en desacuerdo con la crítica. Sobre todo con la crítica alemana, y con el modo en que aborda una película sobre Hitler. Me apena que me reprochen haber hecho un Hitler “demasiado humano”. Quieren ver el icono del mal. El mal mismo. Pero por Dios, ¿qué es el mal? Aunque los entiendo: Hitler hizo cosas que lo excluyeron de la comunidad humana. Fue demasiado lejos. Pero la gente –sobre todo los alemanes– quiere ver algo que se corresponda con el modo en que ellos creen que deberían ser las cosas. Y no apoyan, o les cuesta apoyar, una película común y corriente, que cuenta de manera común y corriente que Hitler era encantador con las mujeres y adoraba a su perro.
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