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Domingo, 20 de agosto de 2006

Un médico ahí

La guerra del rating: profesionales vs. pacientes

Mucho antes de Ross y Greene de “ER”, los doctores fueron Marcus Welby, Kildare y Ben Casey. Eran los años ‘60, y las series que protagonizaban se centraban en los dramas de los pacientes.

A mediados de aquella década nació la sempiterna telenovela diaria con los dramones sentimentales de delantal y estetoscopio de “General Hospital”, que atravesó generaciones, hasta el día de hoy. Para la época de “Centro Médico” (1969-1976), el foco ya se había corrido sin vuelta atrás del enfermo al matasanos, quien sin duda algo tenía que lo convertía a ojos de guionistas y público en el personaje ideal para volcar las altas y bajas pasiones humanas. Incluso eran médicos los personajes titulares de otras de las series más importantes de los ’60, ’70 y ’80 y que no pertenecían al drama de hospital. Por ejemplo, David Banner (“El increíble Hulk”) y Richard Kimble (“El fugitivo”) tendrían a la ley injustamente pisándoles los talones pero estaban ennoblecidos por su profesión, que los convertía en verdaderos héroes de todos los días.

Un artículo escrito por Ingrid Katz y Alexi Wright, residentes del Brigham y del Hospital de Mujeres de Boston, y compañeras de estudios en la Facultad de Medicina de Harvard, señala que si las series de los ’60 se centraban en los dramas de sus pacientes y no en lo de los doctores se debía en parte a que en aquella época los médicos tenían un enorme control sobre su imagen televisiva. Esto venía desde principios del siglo XX, cuando la American Medical Association comenzó a hacer campaña para redefinir a los médicos como científicos y sanadores, antes que los carniceros de cuchillos y sanguijuelas que eran para muchos. Cuando en 1951 apareció “City Hospital”, el primer drama televisivo de hospital, la AMA les exigió a los productores el derecho a supervisar los guiones en nombre de la “precisión médica”. Se firmaron acuerdos con las cadenas televisivas NBC y ABC que le daban poder de veto a la AMA a cambio de un sello de aprobación de la asociación. La AMA perdía tiempo bregando por el “decoro” de las series: en Ben Casey, los doctores varones no tenían permitido sentarse en las camas de las pacientes mujeres, ni manejar autos de lujo, ni discutir casualmente los casos de pacientes moribundos en una mesa de café. Ni, por lo general, cometer errores. Las vidas personales de los médicos quedaban fuera de cuadro y “los personajes complejos eran los pacientes, mientras que los doctores eran mostrados como superhéroes unidimensionales, siempre disponibles, altruistas y humildes, sin problemas propios”.

El poder de la AMA empezaría a resquebrajarse, cuentan Katz y Wright, con “The Nurses”, otra serie de mediados de los ’60, cuyo productor se negó a convocarlos y en su lugar usó como asesora a una verdadera enfermera. En 1972, en plena guerra de Vietnam, empezó “MASH”, la serie basada en la película de Robert Altman sobre el equipo médico del ejército norteamericano en la guerra de Corea. “MASH” disparó sobre la burocracia y sobre las autoridades militares; la protagonizaban un par de médicos tan dedicados a su misión (salvar a los anónimos heridos en combate), como a pasarla bien en el campamento, jugando al golf en campos minados o conquistando a las enfermeras. “No nos interesa la reconstrucción del paquete, sino que los chicos salgan con vida de acá, para que alguien más les haga el retoque final”, dicen, casi como una máxima, los personajes de Alan Alda y Wayne Rogers. Probablemente hasta “MASH”, la televisión norteamericana jamás había hablado con tanta insolencia ni ligereza sobre la medicina.

Katz y Wright señalan también que “St. Elsewhere” en los ’80 y “ER” fueron las primeras series estadounidenses que se animaron a mostrar el estado decadente de los hospitales urbanos y “algunas líneas argumentales controvertidas” (el sida). Pero esto sólo parece haber incrementado el efecto superheroico de sus abnegados protagonistas, que aparecen retratados como una suerte de Superman durante el día, salvando a todo el mundo, un paciente tras otro o varios a la vez, para después de una larga jornada volver a convertirse en un Clark Kent vulnerable a todo tipo de dramas amorosos, sexuales, matrimoniales y familiares, a las pujas laborales y los problemas de dinero. El éxito de “ER” marcó un punto sin retorno y desde hace una década no hay temporada televisiva sin un drama de hospital nuevo; dramático, romántico, paródico, o con formato de reality show. “Doctor House” ha conseguido deprimir a su público, mientras que “Scrubs” logró contrastar con humor la ingenuidad de los nuevos y el cinismo de los que ya llevan muchos años con el bisturí en la mano: “Eso es la medicina moderna”, instruye al protagonista su mentor, en una frase inspirada pero bastante menos que inspiradora. Y agrega: “Avances que mantienen viva a gente que debería haberse muerto hace mucho tiempo, en aquella época en que perdieron aquello que los convertía en personas”.

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