Dom 05.10.2008
radar

PAUL NEWMAN ES GRANDE

El tipo que zafó del estigma del arroyo

› Por José Pablo Feinmann

Sé –todos sabemos– que fue uno de los tipos más queribles de Hollywood. De los más afortunados también. Debutó en El cáliz de plata y se portó mal con sus compañeros, con el director, con todos. Si tanto lo humilló llevar calzoncillitos romanos no se los hubiera puesto. Pero de ahí a poner un aviso en cada ciudad en que el film se proyectaba pidiendo disculpas lo ponía por encima de sus compañeros, que no lo hacían. Uno de ellos era Jack Palance, que en Ataque muere de un modo en que nunca Newman ni soñó hacerlo. Hay que desairarse, Newman. No ser una estrella todo el tiempo. Pero desairarse sin glamour, no como en El veredicto. Un fracasado con la pinta de Paul Newman. ¿Quién se lo cree? Además, en El cáliz de plata estaba Virginia Mayo, actriz de méritos relevantes porque de novia de Danny Kaye pasó a chica mala, muy mala en Alma negra y En los mejores años de nuestras vidas y sobre todo en esa relectura magnífica que Raoul Walsh hace de su propio film Altas Sierras, que se llamó Juntos hasta la muerte y en que la Mayo hace una mestiza que muere como una perra, una de las minas más originales de los westerns. Pero después de su odiada El cáliz de plata ya hace El estigma del arroyo. Yo era un pibe, me encantó, me gustaron Newman, Pier Angeli y me devoré la película. Lo único que demoré en saber fue qué diablos quería decir “estigma”. Después lo aprendí. Hizo El largo y ardiente verano donde lucía un lomo transpirado por el que las minas aullaban en el cine. Donde laburó con Joanne Woodward, con quien estuvo casado como cincuenta años y eso que ella era bastante feúcha y él era tan lindo que tanta belleza le quitó credibilidad en demasiados papeles. Hizo La gata sobre el tejado de zinc caliente, con Elizabeth Taylor y libro de Tennessee Williams. Nada del otro mundo salió de ahí. Sólo que la Taylor tenía un escote altamente meritorio. Y que Newman en silla de ruedas no perdía su pinta imbatible. Dejemos algunas y lleguemos a The Hustler. Bien, lo mejor de Newman. Aquí era la oportunidad del Oscar, señores de la Academia, siempre preguntando dónde está el tarro para mear lo más lejos posible. Dirigida por Robert Rossen. 135 minutos. Newman, como nunca. No es la estrella a la que le sale todo. No es un buen tipo. Es complejo, es ácido, ventajero. Sólo tiene una contra en esta película. Tiene dos actores que se la disputan de punta a punta. ¿Ustedes alguna vez vieron actuar a Jackie Gleason? Hizo poco cine. Pueden verlo en una buena película de Ralph Nelson, Réquiem para un peso pesado. Y luego: Piper Laurie. ¿Saben quién es? La que hace la madre loca de Sissy Spacek en Carrie. ¡Qué actriz! Y empezó haciendo películas de capa y espada con Tony Curtis. De princesita de Bagdad. Cuando Bagdad era un sueño lejano y maravilloso para Hollywood, no un territorio para sus misiles. Y Newman sigue. Y hace películas horrendas como Cortina rasgada con Hitchcock ya hundido en su propio abismo, enchastrándose de anticomunismo barato. Y hace otro horror: El Premio. Con esa alemanita que era rica, pero que de actuación no sólo nada: nada de nada. Elke Sommer. Pero era linda, es cierto. Yo había pegado una foto de ella en mi escritorio (en los sesenta) entre Hegel y Sartre. Jean-Paul, con su ojo torcido, la miraba a Elke, se le había desviado para el lado de ella. Y después más cosas meritorias. Empieza a dirigir. Esa del título imposible: la del efecto de los rayos gamma sobre qué sé yo qué. Buena peli y con la formidable Joanne, que le respondía siempre. Y por fin: ¡El golpe! Y la pareja con Redford, que ya venía de antes con Butch Cassidy y The Sundance Kid. Dos sonrisas imbatibles. Dos pintonazos espectaculares. Un film de George Roy Hill, que nunca fue nada del otro mundo, hecho a la grande. Y otro horror: Infierno en la torre. Pero antes, mucho antes, en 1966, había hecho Harper, con un supporting cast increíble: Bacall, Shelley Winters, Julie Harris, Robert Wagner, Janet Leigh, Pamela Tiffin (que estaba infartante)... ¡con guión de William Goldman basado en la novela de Ross Macdonald! ¿Qué no le dieron a Paul Newman? ¿Y quieren saber algo? Estaba intolerable en Harper. Agrandado, cancherito, consciente de su pinta. Por ahí no, Newman. Y en 1982, Será justicia (The Veredict). Todo bien. Todo bien. Pero, ¿quién se traga que Paul Newman es un derrotado? ¿Alguna vez murió? ¿Lo mataron como a un perro? ¿Hizo un villano irrecuperable, un antihéroe irrescatable? Ah, con las superestrellas. No les gusta morir, quedar desairados, dejar en el espectador la imagen de su falibilidad, de su posible fracaso, de su indignidad. Es así. Lo vi por última vez con Redford. Los dos, muy viejos. Newman más. Le dice a Redford: “Vení, nos quieren sacar una foto. Dejá, está bien. Que nos vean viejos”. Redford se demora. Pregunta: “¿Sentados?”. “No –dice Newman–, parados. Por lo menos, mientras podamos.” Yo lo quise mucho. No se equivoquen. Pero le dieron tantas oportunidades, que tenía derecho a esperar más. Como sea, no es poco lo que dio. Es cierto: se fue un grande.

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