Domingo, 17 de enero de 2010 | Hoy
Por Chris Anderson
Antes de Gutenberg, teníamos una tecnología distinta para comunicar ideas e información. Se llamaba “charlar”. La conversación entre humanos es poderosa. Evolucionó durante millones de años y consiste en mucho más que transmitir palabras de cerebro a cerebro. Hay modulación, énfasis, pasión. El espectador no sólo escucha sino que observa el movimiento de los ojos y manos del que habla, el arqueo del cuerpo, la respuesta de la audiencia. Todo esto es importante en la manera en que el cerebro categoriza y prioriza la información entrante. Leer un discurso de Martin Luther King no se compara con ver y escuchar uno de sus videos. Es una experiencia completamente diferente. Uno puede sentir la fuerza de las palabras. Uno termina motivado, inspirado.
Nuestros ancestros lo sabían bien. La gente se juntaba alrededor del fuego, de los tambores. Un respetable anciano hipnotizaba a su público al comenzar a contar su historia. Esto se ha repetido incontables veces en nuestra historia evolutiva. No es descabellado pensar que nuestros cerebros están diseñados para responder al poder evocativo y teatral del discurso.
Y ahora, como se ve en la explosión online de todo tipo de charlas, la web hace posible que esos ancianos –ahora conferencistas– consigan lo que los escritores hacen desde hace siglos: llegar a una audiencia masiva. La web nos permitió redescubrir el fuego.
Chris Anderson es uno de los curadores de las charlas TED.
No confundir con otro Chris Anderson, el editor de la revista Wired.
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