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Domingo, 16 de febrero de 2003

ENTREVISTA CON MICHAEL CUNNINGHAM

¿Quién le teme a Virginia Woolf?

¿Cuánto debería saber alguien sobre Virginia Woolf antes de ver la película o leer el libro?
–Siempre me pareció importante, tanto en el libro como en la película, que la historia fuese accesible para quien no sabe nada de ella. Y creo que eso se da en ambos casos. Cualquiera puede leer el libro o ver la película, incluso alguien que no está del todo seguro de si Virgina Woolf fue una persona o un personaje inventado por Edward Albee para su obra ¿Quién le teme a Virginia Woolf?
¿Cómo hilvanó las tres historias? Alguna vez dijo que en realidad había comenzado el proyecto con una sola historia: la de una señora Dalloway contemporánea, ambientada en el Chelsea neoyorquino.
–Exacto. Era un hombre gay contemporáneo que vivía en Chelsea, el barrio en el que yo vivo, moviéndose en un ambiente gay masculino sorprendentemente parecido a la sociedad londinense de Clarissa Dalloway en los años veinte. Iba a ser la historia de este gay de 52 años organizando una fiesta, y teniendo una epifanía similar a la que tiene Clarissa Dalloway en su propia fiesta. Pero, después de trabajar sobre esa idea un tiempo, me di cuenta de que no alcanzaba. Me interesaba, pero no me parecía suficiente para escribir o leer una novela entera al respecto. Así fue como empecé a probar otros caminos, hasta que en determinado punto me pareció que debía ser una historia de mujeres. Y La señora Dalloway y la vida de Virginia Woolf son eso: cómo ser una mujer en el mundo.
¿Cuándo decidió incluir a Virginia Woolf como personaje?
–Cuando pensé que no podía ser simplemente una versión actualizada de La señora Dalloway. Pensaba que quizá debía descartar todo el material, pero no estaba dispuesto a hacerlo. Así que empecé a juguetear con la idea de que el fantasma de Virginia Woolf rondaba mi proyecto de reescribir su libro. Incluso probé escribir la historia de la señora Dalloway en las páginas de la derecha y la historia de Virginia Woolf en las de la izquierda, para que se besaran cada vez que alguien daba vuelta las hojas, pero me parecía que eso no era más que un truco, y ni siquiera uno demasiado interesante. Sólo cuando incluí a Laura Brown, el tercer personaje, todo encajó en su lugar: tenía una escritora, una lectora y un personaje de ficción.
Pero ese personaje no fue siempre ficcional.
–Laura Brown comenzó siendo mi madre. Cuando recién empezaba el libro, pensé: “Tengo un día inventado en la vida de un personaje real, Virginia Woolf; un día inventado en la vida de un personaje inventado, la señora Dalloway; ¿y por qué no un día real en la vida de un personaje real?”. Así que tomé a mi madre, usé su nombre, Dorothy Cunningham, y escribí sobre mi infancia con ella, tratando de recrear de memoria un día en su vida sin ningún artificio. Pero entendí muy rápidamente que uno no recuerda con precisión. El personaje se convirtió en ficción por definición, y si no lo hubiese acomodado a la historia del libro, hubiese sido una ficción bastante aburrida. Así fue como mi madre se convirtió en Laura Brown, quien es y no es mi madre. Aunque Laura Brown nunca hubiese existido sin mi madre.
¿Qué quedó de su madre en el personaje?
–Creo que lo más importante es esa sensación que me hacía ver a Laura Brown como una reina amazona condenada a una vida demasiado pequeña para ella. Algo muy cierto en el caso de muchas mujeres de la generación de mi madre, y en el de unas cuantas hoy en día. Era una mujer capaz de mucho más que mantener la casa limpia y ordenada. Además, mi madre padecía el mismo perfeccionismo que atormenta a Laura Brown. Una de las cosas que llegué a entender de Laura Brown, y que creo que es cierto también en el caso de mi madre, es que ardían por el mismo deseo que impulsaba a Virginia Woolf: el deseo de crear algo más grande que cualquier cosa que pudiera crear un ser humano. La única diferencia es que una trataba de cocinar la torta perfecta y la otra trataba de escribir un gran libro.Pero eliminando eso de la ecuación, es el mismo impulso, y tienen el mismo derecho a sus éxtasis y sus desesperaciones.
¿Cómo fue ver a las actrices encarnando a sus personajes?
–Raro y extraordinario. Antes de que se hablara de filmar una película, alguien me preguntó qué actrices me imaginaba en los papeles, y lo único que podía responder era: “Tengo una idea tan clara de estos personajes que sólo ellos los podrían interpretar”. ¿Quién haría de tu madre en la película sobre la vida de tu madre? Tu madre. Sólo tu madre, porque nadie es como ella, ¿no?
Pero ya que sucedió, ¿qué sintió?
–Fue algo maravilloso. Fue como si hubiese muerto alguien muy querido y poco después uno se encontrase con un perfecto desconocido y, por la manera que habla, que se mueve, por algo inefable en él, uno comprendiese que se trata de la persona amada, reencarnada en un cuerpo nuevo. Ese tipo de emoción y reconocimiento es lo que sentí.
¿Y qué pensó cuando Nicole Kidman decidió usar una nariz falsa para interpretar a Virginia Woolf?
–De hecho, estuve ahí el día que se la probó por primera vez. Y, por supuesto, me encantó. Todos estaban un poco nerviosos. Era comprensible: nadie sabía si iba a parecer verdadera. Una nariz falsa está muy bien siempre y cuando no se note nunca, ni por un segundo, que es falsa. Un instante en el que se nota que es una prótesis y se arruina toda la película. Pero apostaron y ganaron. Y me pareció maravilloso que Nicole quisiera mostrar esa belleza diferente de Virginia Woolf. La gente ni siquiera se da cuenta que es Nicole Kidman. Fue un salto tremendo para ella como actriz.
¿Alguna vez pensó que el libro llegaría a esto?
–No, no, no. Yo pensaba –y mi editor compartía mi opinión– que Las horas iba a ser mi “libro artístico” y que con suerte iba a vender unos pocos miles de ejemplares antes de marchar con la poca dignidad que tuviese a las mesas de saldos. Nadie nunca leyó el libro y me dijo: éste va a ser tu éxito.
¿Y qué piensa del público de la película? ¿Cree que es diferente al del libro?
–Creo que sólo es más numeroso. Las películas mueven cifras enormes, y los libros son minúsculos en comparación. Eso es lo bueno de que adapten un libro: va a ser visto por millones de personas. Un libro que vende 500 mil ejemplares es un éxito como pocos. Una película con 500 mil espectadores es un fracaso estrepitoso. Por eso hay mucho más margen al escribir un libro. Se pueden empujar más los límites. Por eso aprendí a amar la pequeñez de la literatura.

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