Domingo, 6 de febrero de 2011 | Hoy
> CHARLES PORTIS, EL AUTOR DE LA NOVELA
Por Rodrigo Fresán
Algunas –pocas, no demasiadas, las justas– cosas que se saben de Charles McColl Portis. Nació en El Dorado, Arkansas, en 1933. Combatió en Corea y estudió periodismo de regreso en casa trabajando como corresponsal en Londres del New York Herald Tribune. Es amado hasta la locura y el fanatismo absoluto por sus bastantes lectores. Está considerado “un escritor de escritores” (entre los que, orgullosos, levantan la mano Norah Ephron, Ira Levin, Roy Blount Jr., Walker Percy, Jonathan Lethem, Ron Rosenbaum, Donna Tartt, George Pelecanos, Richard Condon, Tom Wolfe, Roal Dahl y siguen y siguen las firmas galopando hacia el horizonte). Y Portis es celebrado y conocido por ser el autor de una novela legendaria: True Grit, de 1968 (única entre las suyas publicada en castellano indistintamente como Mattie y Valor de Ley; acaba de ser rescatada por De Bolsillo luego de décadas desaparecida en acción), llevada al cine por Henry Hattaway con John Wayne en 1969 (quien en el rol del marshall crepuscular Rooster Cogburn ganó un Oscar y un Globo de Oro), objeto de una secuela televisiva y ahora recreada con maestría por los hermanos Coen quienes –no podía ser de otro modo– siempre amaron esa novela, siempre la tuvieron en la mira hasta que, por fin, gritaron aquello de “Shoot!”. Y, por supuesto, dieron en el blanco.
DUELO A LA SOMBRA Y lo que sucede es que Charles Portis –sin llegar a los extremos de J. D. Salinger o de Thomas Pynchon– no suele mostrarse mucho. Alguien cercano explicó que es “alérgico a la fama”. Y punto. Lo que no quiere decir que no sea fácil cruzárselo en algún bar de Little Rock, Arkansas, donde vive hace medio siglo y que –como reportó The New York Times– no dude en ir a recibir un premio a su trayectoria literaria aunque, eso sí, ocupando un asiento en la fila 14, lejos de las luces y del escenario. No tiene e-mail, su teléfono no figura en la guía, no concede entrevistas (ni siquiera por el estreno de la película de los Coen) y no acude a congresos ni se junta con otros escritores. También, Portis lleva mucho tiempo sin publicar luego de haber firmado cinco novelas inequívocamente suyas, pobladas por personajes freak y donde cualquier cosa puede suceder. A saber. En su debut, Norwood (1966), un ex marine es convencido por un estafador para que lleve un par de automóviles a New York, cobre una deuda de setenta dólares, y por el camino... Después viene True Grit (más detalles más adelante). Pasaron más de diez años hasta The Dog of the South (1979, el favorito de muchos) en la que un hombre cruza la frontera rumbo a México y, en busca de su esposa fugitiva, se cruza con gente muy pero muy rara y donde Portis –en el decir de Roy Blount Jr.– se propuso cambiar de paso con “una novela divertida pero contada por el más aburrido de los protagonistas”. En 1985 llegó Masters of Atlantis girando alrededor de sectas obsesionadas con los rosacruces. Y en 1991 apareció Gringos con ovnis y ciudad perdida de los mayas y corazones rotos. Y como bien precisó Charles McGrath todas tienen algo en común: todas descienden de ese sentimiento donde confluyen la sabia locura y la eterna persecución de una ballena blanca o de una luz verde o de ese puñado de dólares sucios en los bajos de un cartel de WANTED o de lo que sea.
Pero lo importante, siempre, no es llegar a destino o alcanzar la meta.
Lo importante es el viaje.
LA IMPERDONADORA Cuando en 1968 True Grit llegó a las librerías, muchos de los seguidores más fundamentalistas de Portis vía Norwood se sintieron entre desconcertados y un poco defraudados. ¿Por qué quien parecía llamado a ser una cruza entre Kerouac y Twain y Pynchon se decantaba por un western que transcurría en 1873, ajeno y lejano a todo perfume contracultural, narrado por una casi anciana totalmente solterona en la Depresión que alguna vez, en el Far Far Far West, fue una intrépida chica de catorce años llamada Mattie Ross? Algo que podía entenderse tanto como un Mujerzota o Acribillar a balazos a un ruiseñor o La buena, el malo y el feo o, mejor, La guardiana entre el whiskey de centeno. Una novela “de voz” –de voz como la de Huck Fin o Holden Caulfield– en la que una joven huérfana contrata a un crepuscular tirador tuerto adicto a mitificar su cada vez más lejano y amplio pasado para vengar el asesinato de su padre a manos del cobarde Tom Chaney. Algo que puede leerse y disfrutarse como parodia y pastiche pero, también, como potente destilado/homenaje a la literatura de sombrero y revólver que acaso arranca con Fenimore Cooper y llega hasta Larry McMurtry con altos ocasionales en alguaciles que incluyen a Elmore Leonard o E. L. Doctorow, entre muchos. Todo –lugares comunes y rastros tantas veces seguidos– sin obviar el ingrediente particular y fundamental de la mezcla: el muy particular fraseo y léxico de la vieja por siempre joven. Y todo muy Coen, sí. La versión cowboy de lo que los hermanos hicieron con la serie negra vía Miller’s Crossing. Una road novel a caballo que permaneció veintidós semanas en la lista de más vendidos de The New York Times, está hoy considerado un clásico moderno no sólo del género y –dicen los que lo conocen– incomoda un poco a su autor por el volumen de atención recibida a lo largo de los años. Algo así como su Lolita con su título –ese True Grit– ingresando como modismo en el habla popular norteamericana junto al Catch-22 de Joseph Heller y convirtiéndose, en el decir de Pelecanos, en “algo para todas las edades” y en el de Tartt en “el único libro que les gusta a mi bisabuela, a mi abuela, a mi madre y a mí”.
A LA HORA SEÑALADA “Como Cormac McCarty; pero divertido”, sintetizó Ed Park en la revista The Believer. Y la definición es ocurrente, maliciosa pero, a la vez, apropiada. Porque True Grit funciona como la contracara complementaria e inseparable de Meridiano de sangre, ese otro western bíblico donde la sangre corre y no deja de correr. Y hay signos y señales que la reciente atención sobre Portis –vía una de las películas de vaqueros que más recaudó en toda la historia y el film de más éxito en toda la filmografía de los Coen– tal vez signifique que algo nuevo se viene acercando desde el Oeste o del Este. Antes de todo esto, la editorial Overlook reeditó su obra completa con éxito y fuegos artificiales por parte de crítica y nuevos seguidores y Portis comenzó a publicar artículos autobiográficos en revistas así como un relato de fantasmas titulado “I Don’t Talk Service No More” en The Atlantic. Quién sabe. Portis ya avisó que irá al cine pero no dirá nada a la salida. Hace poco, alguien lo alcanzó por las calles de Little Rock, lo invitó unas cervezas, Portis accedió advirtiendo antes que no estaba concediendo una entrevista y que nada de lo que dijera podía ser citado entre comillas y, finalmente, dejó un billete de cinco dólares. Leí la crónica del encuentro hace poco, en The New York Times y –como suele ocurrir cuando se lee a Portis– me quedé con ganas de más, de saber más y de que Portis dijera algo como “Tengo nuevo libro. Estoy corrigiéndolo”. Pero no. Y aquel que se lo cruzó y lo interceptó, un tal Carlo Rotella (nombre muy pero muy portisiano) cerró todo evocando aquella perfecta línea con la que abre un capítulo de Gringos: “Te pasas la vida dejando cosas para después hasta que un buen día te levantas de la cama y te dices ‘Hoy voy a cambiarle el aceite a mi camión’”.
Vamos.
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