Domingo, 17 de julio de 2011 | Hoy
> LAS PELíCULAS UNA POR UNA
El niño que gritó puta (1992)
Con su retrato de un preadolescente brutal, la ópera prima de Juan José Campanella sigue siendo una gran película 19 años después de su estreno; en ella puede detectarse algo de esa declarada fascinación de su director por el cine norteamericano de los ’70. Lamentablemente nunca pudo verse en Argentina, donde alguna vez circuló en copias truchas en VHS y hoy ni siquiera se consigue pirateada en Internet, salvo por una copia deficiente y en español en la que se pierden, entre otras cosas, las grandes actuaciones del reparto encabezado por Harley Cross. Es poco probable que esto cambie en el futuro cercano, ya que ni el propio Campanella conserva un master de su película. “La casa de duplicación que la tenía en su poder en Estados Unidos cerró sin aviso en un momento en que yo no estaba allá; y desapareció del mapa –cuenta el director–. Su productora, Karen Young, debe tenerla, y yo sé dónde encontrarla, pero es una mujer problemática: de hecho, es la protagonista de la película, y se trata de una historia muy autobiográfica. Lo que ella hace en la película, hay que decirlo, es muy bueno; está muy en el borde.”
Ni el tiro del final (1997)
La de su segunda película fue para Campanella una experiencia traumática y humillante, que alcanzó para empezar a quitarle las ganas de trabajar en Hollywood. “Terminamos un primer corte a las 4 de la mañana del día que cerraba la inscripción en Sundance. A los dos días el director del festival lo llama al productor de Columbia para decirle que era la mejor película del festival, que no le tocáramos un fotograma. Tanta manija le dio que, como allá nadie tiene una opinión propia, me dijeron que no la cambiara, ¡pero era un primer corte! Cuando se produce la debacle y la prensa nos mata, empezó el sálvese quien pueda, donde parecía que nadie tenía que ver con la película excepto yo. En ese clima se recompagina la película. Creo también que fui muy prolijo y había cosas que fueron fruto de la inexperiencia: me ataba a ciertas cosas teóricas; todavía no había descubierto lo importante que es la energía en una película. Dennis Leary la entendía, es un actor que parece argentino en su sensibilidad, pero el ambiente yanqui no, ya había perdido mucho de lo que tenía en los ’70 y en el cine clásico. El gran problema sigue siendo que es yanqui: si la hubiéramos hecho acá con Darín, hubiera sido un golazo.”
El mismo amor la misma lluvia (1999)
“El origen de la película –recuerda Campanella– fue el reencuentro que tuvimos Fernando Castets y yo con un amigo al que no habíamos visto durante una década. Nos fuimos del encuentro shockeados: este pibe que era un flaco muy idealista se había convertido en el Jorge (el personaje de Darín) del final de la película, un tipo de una angurria y un cinismo terribles, que decía: Lo único que me importa es que me vaya a bien a mí, y que se vayan a la mierda todos. Nos quedamos hablando de él, porque le teníamos mucho afecto, y nos preguntábamos qué le había pasado. Y nos fuimos dando cuenta de que los picos de entusiasmo y decepción que genera la Argentina erosionan mucho; que somos muy inmaduros, como pibes de 6 años que creen que los padres son geniales y que cuando se dan cuenta de que los padres son normales, pasan a odiarlos y pensar que son una mierda.” A la hora de buscar financiación, dice, nadie quería hacer la película. “Hubo mucho menosprecio y maltrato. La rechazaron los canales de televisión, el 13, y Telefe, donde nos dijeron: ¿A quién le interesa Ricardo Darín? La gente lo quiere ver en comedietas. Al final se hizo gracias a Ricardo Freixa, que fue quien consiguió que la Warner invirtiera en cine argentino por primera vez en su historia. La recepción fue en general muy tibia; pero yo la volví a ver hace poco, y me emocionó como hacía mucho que no me emocionaba.”
El hijo de la novia (2002)
Como contó él mismo en su momento, la primera película de Campanella que consiguió una nominación al Oscar a mejor extranjera está inspirada en sus propios padres. “Con Fernando (Castets) veníamos trabajando en el personaje de Jorge (Darín), que era muy parecido a nosotros: 40 y pico cortos, incapaz de establecer raíces. Fernando estaba separado con dos hijas y yo todavía soltero; ambos con una vida muy a los saltos, como un zapping: de hecho, la primera imagen de la película, que filmamos pero al final no quedó, era la de un tipo solo a las tres de la mañana haciendo zapping sin quedarse en ningún canal. Teníamos ganas de hablar de esa falta de compromiso que sentíamos en nosotros mismos. Y un día, cenando con mi viejo, en una escena muy similar a la de la película, cuando mi mamá ya estaba en el geriátrico con Alzheimer, él me dice que quería averiguar cómo hacer para casarse por iglesia con ella. No lo habían hecho en su momento porque ella había sido una de las pocas divorciadas del breve divorcio de la época de Perón. Al día siguiente lo llamo a Fernando y se lo cuento, aunque sólo como anécdota, porque nos conocemos desde siempre y los viejos de uno siempre fueron como los tíos del otro para nosotros, y ahí me dice: ‘Ese es el disparador: confrontar tan poco compromiso nuestro con tanto compromiso de ese lado’.”
Luna de Avellaneda (2004)
“2002, pleno caos, Menem ganando cómodo en las encuestas; asambleas en las calles. Todos buscábamos una especie de refundación de la Argentina –recuerda Campanella–. Estábamos trabajando sobre el cuento ‘Esperándolo a Tito’, de Eduardo Sacheri. Como ni Fernando ni yo éramos grandes futboleros, necesitábamos investigar un poco el ambiente del fútbol barrial. Le pedimos a Atilio Pozzobón, actor y gran amigo que fue relator deportivo, que nos contactara con clubes de barrio, y así llegamos al Juventud Unida de Llavallol. Esa tarde volvimos con otra idea: lo que había que contar era la historia de ese club, que era una Argentina que no conocíamos desde nuestro lugar de críticos de café capitalinos. Me llenó de esperanza, me daba la impresión de que esta gente que buscaba salvar al club no sabía la magnitud de lo que estaba haciendo. Pasamos seis meses yendo a las reuniones de la comisión directiva, a los partidos de básquet, a las funciones de su grupo de danza; pero lo que surgió durante el guión era que realmente no teníamos ninguna solución. Que el argentino no sabe qué es la democracia, no sabe manejarse en el debate, que inmediatamente todo se revierte a la pelea. Cuando se estrenó El secreto de sus ojos me enteré de que Luna de Avellaneda no le había gustado a parte de la crítica, pero para mí es mi película más importante. Me ha llenado de orgullo: no hubo taller, villa, seminario, librería, o biblioteca que no la mostrara. Y es la que, una vez que haya pasado el coletazo del Oscar, se va a seguir mostrando.”
El secreto de sus ojos (2009)
Es notable que, tras filmar una película sobre un club barrial y llevar al cine la novela de Sacheri La pregunta de sus ojos, plasmando la escena más impresionante de un estadio de fútbol que haya dado el cine argentino –ese indeleble plano secuencia trucado en el que la cámara vuela sobre la cancha de Huracán durante un multitudinario encuentro con Racing–, Campanella se declare nulo en materia de fútbol. “Fui a la cancha dos veces en mi vida, no sé ni un solo jugador de Boca, que es el equipo con el que me crié en casa; y de la ida a la B de River lo único que me interesó es el video del Tano Pasman, que va a pasar a la historia como una muestra de la locura que puede generar un equipo de gente que por más plata se iría a otro club. Pero soy observador y sé lo que genera este tipo de cosas. Lo que aprendí de Sacheri, que nadie hace como él, es la épica del potrero. Yo había leído a Fontanarrosa, que me hacía reír pero no me interesó más en el fútbol, y a Soriano, de quien me interesan mucho más todas las otras cosas que escribió. En Sacheri puedo ver en blanco y negro el valor humano que tiene el fútbol y es partir de él que empiezo a sentirlo.” Lo que no esperaba, dice Campanella, es que la película emocionara como lo hizo. “A mí no me ha hecho llorar en ningún momento, tal vez porque estaba muy preocupado por los resortes del thriller; mientras que El hijo de la novia no puedo ni mirarla por cómo me hace llorar. Para mí es un plus, porque emocionarme es algo que no me pasa con ninguna película de los últimos diez años.”
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