> EMILIO GARCíA WEHBI Y HéCUBA O EL GINECEO CANINO
En un trabajo de dramaturgia muy impresionante, García Wehbi cruza a Hécuba con Medea, creando una “madre-furia” que mata ella misma a su descendencia antes de que se la maten otros. Así, en una puesta con una impronta estética avasallante característica del director, Hécuba o el gineceo canino habla del dolor, el sometimiento, y las posibilidades humanas frente a la tragedia. Y crea un paréntesis en medio de la obra en el que el documentalista y escritor Nicolás Prividera sube al escenario y lee un poema en el que no se priva de hablar de Kirchner, de Menem, todos los muertos de la Argentina y los modos imposibles de velarlos.
¿Creés que la imposibilidad de montar estos clásicos respetando el original es una cuestión de tiempo y presupuesto, o el único modo de versionarlos hoy es desintegrarlos?
–El teatro sólo puede hablar desde el hoy con la forma del hoy; si no estaríamos haciendo (y se hace mucho, lamentablemente) teatro museístico.
¿Qué asuntos de Hécuba rescataste que dialogaran con tu obra y tu lenguaje?
–Me centré en tres aspectos: la venganza, lo femenino como potencia y la animalidad, entrelazándolas en un entramado político. Busco un teatro –espacio escénico más platea– que sea un espacio subjetivo y de disenso, no de comunión y catarsis (lo más común). El tema de la venganza es paradojal. Por un lado, la venganza no calma el dolor, sino que lo redobla, pero parece calmar circunstancialmente una voluntad individual de justicia inmediata. La venganza animaliza, destruye el ideal ilustrado, nos devuelve a la fascinación y horror de la horda. ¿Y cuál es la potencia de absoluta potestad de lo femenino? La de negarse a la reproducción de la especie, la de no tomar el mandato de la maternidad como un hecho natural. La potencia de lo femenino está en la posibilidad de la extinción de la especie humana. Mi Hécuba copia a Medea: da muerte a su propia descendencia para evitar el horror, cometiendo –violenta paradoja– un acto de horror.
Además de las continuas referencias políticas que atraviesan todo tu texto, decidiste consagrar un tiempo y un espacio apartes para esta reflexión en la que Prividera lee un poema que está llamado a generar polémica. ¿Cómo surge esa necesidad?
–Yo trabajo, desde hace un tiempo, con un procedimiento escénico que denomino Interferencia, y que consiste en interrumpir momentáneamente la acción dramática que se está desarrollando e introducir un nuevo relato –formal y conceptual–. Por lo general, esa interferencia tiene alusiones a la actualidad, que no explican su relación directa con la obra pero le indican al espectador que el tema de la obra está asociado a una problemática de su propia realidad. Funciona como un interrogante. Por ejemplo, cuando el año pasado monté Dr. Faustus Lights the Lights, de Gertrude Stein, introduje en la mitad de la obra un texto mío que se llamaba Carta Política para Carla Bruni. Lo mismo con el poema Bufido, de Prividera, que habla de la tragedia de los muertos, de los sobrevivientes y de sus deudos de modo tal que no hay reparación posible, ni institucional, ni familiar, ni colectiva, y a veces, ni personal. En este sentido, ese poema es bellamente trágico, dolorosamente humano, brutalmente inconformista y políticamente incorrecto. Todo lo que yo espero del teatro.
Todos los sábados hasta el 19 de noviembre a las 21.
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