Domingo, 18 de diciembre de 2011 | Hoy
> MODS, JAZZ Y ESPEJOS RETROVISORES
Por Diego Fischerman
The Who, junto a The Beatles y The Rolling Stones, es uno de los grupos con más discos “clásicos” de la historia. Sell Out, de 1967; Tommy, de 1969, y Quadrophenia, de 1973, figuran en varias de las listas de lo que no debería dejar de escucharse antes de morir, de lo que ha cambiado al mundo para siempre y de los mejores discos a secas. Pero, además, exceden intencionalmente el marco del disco standard de larga duración de la época, no necesariamente en extensión –Sell Out ocupa un solo disco, los otros dos, concebidos como óperas rock, sí fueron álbumes dobles– pero sí en concepto. En todos ellos hay una idea de unidad e incluso en el primero de esos discos, donde las canciones no parecen tener un eje temático, los falsos avisos comerciales que unen una y otra tejen un relato acerca de la relación entre un grupo musical y la industria.
La tapa de Quadrophenia mostraba –y aún lo hace, en la ejemplar reedición remasterizada y ampliada que acaba de publicarse localmente– a un mod: alguien en una motoneta viendo en el reflejo de sus cuatro espejos retrovisores a cada uno de los integrantes del grupo. Se trata, por un lado, de una alusión al tema de la obra. Un esquizofrénico cuyas cuatro personalidades reproducen las características salientes de cada uno de los músicos de The Who. Y hay allí, también, una alusión al aspecto menos explicitado de la moda mod: los hábitos intelectuales, el gusto por el cine de la nouvelle vague y la literatura existencialista y, en particular, la ironía. La moda de utilizar cuatro –o más– espejos en el “scooter” fue la respuesta a la ley que impuso la obligatoriedad de su uso. Y The Who, que en Quadrophenia cuenta la historia de un mod, fue, qué duda cabe, un grupo mod. No habría que olvidar, en ese sentido, que la palabra comenzó a utilizarse para diferenciar a quienes escuchaban jazz moderno de los que consumían jazz tradicional. Los gustos luego se ampliaron a otras músicas de los negros estadounidenses, en particular el soul, pero hay dos elementos del jazz moderno sin los cuales resulta imposible entender el estilo de The Who: las acentuaciones a contratiempo y la independización de la función del bajo.
Si en varios de los grupos surgidos a fines de los ‘60 el virtuosismo ya es un dato esencial, The Who es más un grupo de la vieja escuela. No hay allí guitarristas ni tecladistas heroicos. Curiosamente, su virtuosismo está en la verdadera base. Y es que el grupo, en rigor, no es otra cosa que base: la guitarra rítmica de Touwnshend (una de las más originales e influyentes del pop rock), la batería (jazzística, más cercana al be bop que a la mera marcación de pulsos) de Moon y, en particular, el bajo de Entwistle, convertido muchas veces en el único solista instrumental posible del cuarteto que completaba un cantante. Entwistle, incidentalmente, también tocaba la trompeta y el corno y, sobre todo este instrumento, utilizado con profusión en Tommy y Quadrophenia, acabó siendo uno de los sellos del grupo. Son obvios el talento melódico de Townhend y Entwistle (los principales compositores), la imaginación de las canciones y la impactante energía de las interpretaciones, tantas veces mencionada. Suele pasar más inadvertida una fineza en el trabajo rítmico que aún asombra. La vieja idea del bajo continuo que se había impuesto en el siglo XVII –un instrumento haciendo el bajo, otro los acordes– encontró en The Who, en todo caso, una de las encarnaciones más perfectas y potentes que pudieran imaginarse.
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