En La Salpêtrière (la exposición que realicé en el hospital) había muchas obras, pero la exposición estaba sumergida en la oscuridad y todas las piezas se mezclaban para hacer una sola. En arte, el gran secreto es no tener miedo y ahí, no sé por qué, me atreví. Me atreví a no burlarme más, me atreví a afirmar que soy religioso, que soy serio, algo muy importante... Mucha gente consideró que mi trabajo de antes era bueno y éste malo porque, justamente, me tomé en serio, porque me atreví a afirmar que el arte es algo muy, pero muy importante, algo cercano a la religión, a una búsqueda del conocimiento, que yo mismo estaba cercano a la religión y que una exposición no es un sitio de diversión o de placer, sino un lugar donde uno debe, sino rezar, por lo menos meditar. El hecho de afirmar esto provocó una verdadera ruptura, por un lado, respecto a la mayoría de los artistas de mi tiempo, especialmente frente a los artistas conceptuales, que tenían una forma de pensar completamente distinta, sin emoción, y por otro lado, con respecto a todos aquellos a quienes les gustaba el lado divertido, amable, conceptual de mi trabajo.
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