Hubo una pieza muy importante para mí que es la de la Documenta de 1987: Archivos. Mi idea era la de meter en un espacio lo más reducido posible a la mayor cantidad de gente; entonces, dibujé una serie de rejas como las que se encuentran en los depósitos de los museos, y la sala, que era chiquita, estaba completamente recargada con esos muros enrejados, recubiertos de fotografías. Para mí, era la cámara de gas, esta vez de manera muy evidente. Y para esa obra utilicé fotografías mucho más grandes, que por haber sido agrandadas quedaron borrosas. Lo borroso llegó casi por casualidad. Había encontrado en un libro una fotografía del liceo Chase de Viena en 1933, y comencé a fotografiar las caras y agrandarlas. La imagen estaba tramada, por lo tanto un poco borrosa, y las caras eran tan chiquitas que al ampliarlas se volvían muy borrosas. Pero lo que fue un impacto fue que, si bien se trataba de una fotografía bastante feliz –una fotografía de fin de curso de jóvenes que tienen dieciséis o diecisiete años–, agrandando las caras parecían cabezas de muertos.
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