Domingo, 31 de marzo de 2013 | Hoy
Por Dante Panzeri
Revista Análisis 15/10/71
Ganar, es obvio. Descontado. Jamás se hizo nada en la vida para perder. Pero además de ganar, que es cuestión asimismo implícita en jugar bien, en jugar mejor... ¿qué es jugar al fútbol?... ¿para qué jugamos al fútbol? Para una satisfacción artesanal que tanto puede ser personal, como de un conjunto de compañeros con los que nos vamos haciendo camaradas. Aunque terminemos haciendo del fútbol una máquina calculadora de pesos; un trabajo y sacrificio, como ahora mucho se menciona para justificar que no se juegue al fútbol; una actividad financiera; aunque lleguemos alguna vez a eso, es una sola la razón por la que jugaremos al fútbol cuando niños; por la que seguiremos jugando cuando adolescentes; por la que jugaremos como adultos: aquella satisfacción artesanal. Puesto que si ella no fuera la causa por la que jugamos, jamás nos elegirían para posteriormente “trabajar y sacrificarnos”.
“El público pide y exige resultados y nosotros nos debemos al público.” Es una de las explicaciones que suelen darse para el hecho de haber convertido al juego en un no juego. Yo afirmo que eso es mentira. Quien así habla y así juega, juega así, porque el que quiere resultados es él. Y pretende transferirle la culpa de ello al público. Se parece al dirigente o gobernante que dice hacer “lo que pide el pueblo”. Cuando la realidad es que lo que hace, como lo hace, apunta solamente a durar él ante el pueblo en cuestión. Jugador y gobernante que así filosofan respecto de sus deberes, son la equivalencia del escritor que, con el pretexto de escribir para el público lo está despreciando y estafando al negarle la riqueza de lo que emerge de quienes escriben para sí mismos y para que luego el público acepte o rechace, según es imposible saber, jamás, quién y cómo es el llamado público (hinchada). Los tres –futbolista, gobernante y escritor– están, en esos casos, señalando al llamado público como un ignorante a perpetuidad, inmerecedor o incapacitado de gustar nada ajeno a su ignorancia estancada. Quienes más gustaron en esos tres terrenos fueron siempre aquellos que se respetaron a sí mismos.
Jugador de fútbol es el sibarita de la satisfacción de jugar bien. Jugar bien supone un montón de cosas. Y la que menos cuenta entre ellas es la de ganar, según una conciencia nos dirá ganamos, pero qué mal jugamos, del modo que otro día nos recordará perdimos, pero qué bien jugamos; en el próximo partido tenemos que matar. El fútbol se divide en pasión, en técnica, en juego (coordinación), en lucha, en resultados, en amistad, en dolor, en goce, en alegría, en furia. Es un juego con el que se puede ganar dinero. Pero para ganar dinero tiene que ser juego. Y con dinero sólo, no es juego ni es ganancia. Es una pasión que puede dar espectáculo. Pero no puede ser espectáculo sin pasión. Da espectáculo con pasión, si hay técnica y belleza y juego (técnica la individual, belleza la coordinación). Es lo que sale y se presenta, mucho más que lo se piensa o se planea. Es una camisa de sangre y no de género. El profesionalismo exige separar sentimientos. Pero sin sentimiento no puede haber profesión. El hombre caluroso no puede ser suplantado por la fría maquinaria. Y el fútbol es arte (ciencia es lo que exige maestros) de calurosos apasionados. Con el que se puede llegar a la guerra. Pero solamente a la guerra de los afanes, nunca de la intención. Esa es la guerra que paga el público y quiere el público. Y a la que hace honor el jugador que concreta un gol por gran jugada de un compañero y corre a abrazarlo diciéndole: Me daba vergüenza hacerlo; gol era tuyo. Fútbol es recuerdo de lo que jamás se repetía. Es momento. El fútbol no tiene futuro.
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