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No recuerdo bien el momento exacto en que nos conocimos con Aída, cuyo nombre conocía por el periodismo. Lo más probable es que nos hayamos visto por primera vez en Teatro Abierto: ella escribió una de las obras del primer ciclo, y se involucró mucho a pesar de las limitaciones físicas que tenía para moverse. Su obra Papá querido fue una de las mejor recibidas de aquel primer ciclo. A partir de aquella época siempre tuvimos una muy buena relación, muy cordial y también muy cargada de humor: ella era una persona brillante, muy irónica, nos divertíamos cada vez que nos encontrábamos.

Lo más cerca que estuvimos no fue sin embargo en Teatro Abierto, sino cuando escribimos juntos un ciclo de televisión que fue por canal 13 en el año 1980, plena dictadura. Fue Hombre en pugna, una miniserie histórica sobre los hechos ocurridos después de la derrota de Rosas en Caseros. La escribimos junto con Carlos Somigliana y José María Pasquini Durán. Yo participaba en forma clandestina, porque estaba prohibido, por eso no figuro en los créditos. Recuerdo aquella experiencia como algo muy placentero, una mezcla de trabajo y diversión: nos reuníamos en la casa de ella, siempre muy acogedora, y creo que, a pesar de estar trabajando bajo el control político del canal, salió un buen libro. Lo escribimos sabiendo siempre dónde estábamos y tratando de filtrar una mirada lo más independiente posible. Hoy puede verse como un programa que no parece haberse hecho en esa época.

Es cierto que Aída era muy dura, muy exigente, irónica y peleadora, y por eso no es raro que hubiera gente que estuvo mucho tiempo distanciada de ella. Pero es igual de cierto que era una tipa que, detrás de esa figura conflictiva, era un ser muy sensible, vulnerable, y sentimental, que lo que hacía era defenderse con ese humor filoso y crítico que la caracterizaba. Con sus amigos y la gente a la que quería siempre fue una persona de una adhesión total.

Testimonio recogido por Radar mediante entrevista