› Por Umberto Eco
Oski es conocido mayormente, no sólo en Sudamérica sino también en Europa, como un sabroso dibujante de viñetas humorísticas. Pero esta definición es ya restrictiva, ya que sólo por momentos Oski se permite el dibujo con diálogo, la tira cómica propiamente dicha, y cuando lo hace se vuelve sospechoso de “clasicismo”, a tal punto sus personajes evocan artísticamente un universo que es más el del primer Steinberg cuando en los años ’40 elaboraba “Bertoldo” que el trazo más esencial del dibujante contemporáneo. Porque el estilo de Oski es florido, barroco, se adapta mejor al paseo del caballero con sombrero de copa (pero también sobre patines con rueditas) por un paisaje de frondosa vegetación tropical o en un salón lleno de cosas hermosas de pésimo gusto, que a los fines –que conozco– del apunte contemporáneo de costumbres, a la sátira política con personajes reconocibles, a la evocación de la cotidianidad alienada.
Cuando analizamos sus viñetas, descubrimos que Oski les dedica más tiempo y malicia de las que aconsejaría el carácter efímero del destino del producto.
La sospecha de que Oski no es un viñetista queda demostrada cuando hojeamos sus folletos destinados a ilustrar manuales deportivos, textos medievales, zodíacos de naipes, páginas de historia patria, crónicas renacentistas. Donde Oski no es el dibujante que añade alguna viñeta al texto original: ese procedimiento sería por lo menos ofensivo, desde el momento que justifican la existencia de sus vagabundeos gráfico y fantástico por territorios misteriosos, habitados por fieras inexistentes, o que si han existido se desrealizan bajo su lápiz, señores en frac subidos a velocípedos inverosímiles, conquistadores y médicos de los antiguos tratados de escuela salernitana. Y sin embargo, no traiciona los textos; los extraña, pero no los niega, porque curiosamente Oski traduce en imágenes todo lo que el texto dice. Sólo que exagera, toma demasiado al pie de la letra y con minucias de manual técnico, o bien interpreta en clave grotesca, transforma la gravedad en arrogancia, lo extraño en anormal, desnuda casi las posibilidades de la comicidad inconsciente contenidas en el texto.
Así descubrimos su secreto: en el plano del dibujo, recita una vez más la comedia argentina de la imaginación sin normas y filologizante (oxímoron insostenible), la de los Borges y los Cortázar; inventa (glosando datos de bibliotecas) bestiarios fantásticos, reproduce bibliotecas de Babel en miniatura, en una palabra, juega con la cultura y toma la cultura prestada para tratarla sin respeto (aunque con una atención alerta a sus misterios).
Hablamos de miniatura: y Oski es en efecto un monje enloquecido que hace arabescos sobre los textos sagrados, pero no como los quiere el padre prior. Está de parte del diablo, aspira a serlo. Se comprende entonces por qué sólo en sus obras “de caballete” revela su vocación medievalizante y simbólica (pero Oski no es ni Satanás ni Lucifer, es un Astarotte, un demonio molesto, que trompetea con su culo en los congresos de los archivistas paleógrafos). Aquí Oski se desencadena en colores, en collages, en la reconstrucción minuciosa de paisajes, en la inserción de objetos hallados que parecen inventados.
Juegos de naipes y altares, dos momentos de una religiosidad a contrapelo que cultiva sin sentido de la gracia, porque sus personajes están siempre deformados por el más tremendo de los pecados originales: no saber contenerse, serios como son, se ríen. Sólo que los tonos de antigua miniatura los absuelven y los consagran a la pintura.
En esta falsificación de la página del misal, del folio amarillento, del tapiz, Oski trasciende la dimensión de la viñeta y elabora un tesoro medieval propio, su alcoba de maravillas enloquece de colorido.
Milán, 1974.
Oski, un monje enloquecido. Del 8 de octubre al 25 de noviembre de 2013 Museo Nacional de Bellas Artes. Av. Del Libertador 1473, CABA
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