Domingo, 1 de diciembre de 2013 | Hoy
Por Willy Crook
Entré a los Redondos y lo primero que aprendí fue la Cara B del rock, que era ir a ensayar tres veces por semana bajo el rigor prusiano de Skay. Me vino bien, porque el Indio y yo teníamos claro que no sabía tocar el saxo. El Indio estaba verde por mi incorporación, porque mi única habilidad era la tolerancia al alcohol. Yo era como la mascota de Poli y Skay. Me defendían, y esa defensa fue una circunstancia mágica. Lo más lógico es que después de la primera prueba hubieran dicho: “Chau, siguiente”. Me bancaron y fui mejorando. Mis progresos fueron evidentes: el Indio un día me dirigió la palabra. Abrió la boca, me invitó a tomar algo y estuvimos hablando durante dos botellas. Era la manera del Indio de cortar el hielo.
Me bajé de los Redonditos cuando se empezó a ganar guita. Tuve ese extraño gesto artístico, que me enseñaron ellos. Nunca le tuve mucho respeto al dinero. Asimismo, debo decir que cuando necesité comprarme una casa le pedí 10.000 dólares a alguien y nunca me los pidió de vuelta. Ese alguien es Skay. De esa madera está hecho.
Willy Crook fue saxofonista de los Redonditos de Ricota
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