Lunes, 9 de enero de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › UNA OBRA CLASICA EN LA VISION PERSONAL DE ROMAN POLANSKI
El director polaco le pone su sello a un clásico, al retratar el submundo de Londres, la contradicción de lo aceptado y tolerado y su visión sobre el destino: "A Oliver los hechos se lo llevan por la fuerza. Nunca toma el destino en sus manos porque no puede".
Por Emilio Bellon
OLIVER TWIST (Gran Bretaña, Francia, Italia 2005) 8 puntos
Dirección: Roman Polanski
Guión: Ronald Harwood.
Música: Rachel Portman.
Intérpretes: Barney Clark, Ben Kingsley, Leanne Rowe, Mark Strong, Jaime Foreman.
Duración:135 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Village.
A diferencia de la opinión crítica respecto de su último film, El Pianista, que la llegó a considerar como uno de los más destacados del 2003, esta nueva versión de la ya antológica novela de Charles Dickens no despertó entusiasmo en los escritos de numerosas firmas; y en la mayor parte de los casos, las sucesivas críticas tanto aquí como en España e Italia se esfuerzan en señalar que el filme adolece de un lánguido sentimentalismo y que no pasa de ser una ilustración del clásico inglés escrito en 1839.
Tal vez lo que ciertos críticos no le "perdonan" al siempre controvertido Roman Polanski es que haya abandonado aquellas temáticas tan siniestras y sórdidas que definen grandes títulos de su filmografía como Repulsión (1965), El bebé de Rosemary (1968), El inquilino (1976), entre otros. Y es entonces que tomó partido por aquellas notas que consideran que aquí el mundo de Polanski hay que replantearlo a la luz de la creación de climas, atmósferas, en relación con una revisión de ciertas páginas de su propia biografía, al igual que acontecía con su desgarrador relato de El pianista. Y Charles Dickens, en este caso, no sólo es celebrado como un autor de los días de su infancia, sino que le permite al propio realizador, a la luz de los relatos que le propone a sus propios hijos, revisar imágenes de su propio álbum familiar.
Y es así que Oliver Twist le permite revisar su pasado, desde los días de su condición de sobreviviente, cuya madre fue víctima de los terrores de Auschwitz, cuyo padre un día lo vio partir tras el alambrado. Desde ese momento, su tránsito ve los distintos caminos de una Polonia ocupada y es recibido por algunos hogares católicos y orfelinatos. Es entonces, como en las propias páginas de Oliver Twist, se anticipa la de este genial y siempre sorprendente realizador que desoculta en sus relatos la propia ambigüedad de la realidad. Pese a ciertas propuestas más luminosas, en los films de Roman Polanski (París, 1933) la duda se sostiene, el misterio permanece.
Con una historia que está marcada por el sensacionalismo, la interdicción y la tragedia, Roman Polanski eligió para esta nueva versión de Oliver Twist rodar en la ciudad de Praga, la de su siempre amado Franz Kafka, autor al que el mismo Polanski interpretó en la escena como el personaje de La Metamorfosis. Y tal vez haya que pensar a esta recreación del personaje de Dickens, como ese otro niño que a diferencia de Harry Poter debe enfrentarse a un mundo de injusticias y adversidades. Basta pensar en aquellos primeros momentos del film, cuando el niño escapa de la casa del fabricante de ataúdes, cuando la cámara lo encuadra en su parte inferior, con los zapatos rotos, con los pies sangrantes; privado de alimento y de agua; sí de agua, elementos que en el primer tramo del relato llevará a un gracioso equívoco.
Como en otros films de su valorada obra, la reconstrucción de época le permite a Polanski remitirse a aspectos de nuestro propio tiempo, con algunas marcas que permiten cuestionar los géneros tradicionales e insertar igualmente una mirada irónica: Macbeth (1972), Tess (1979), Piratas (1985) y particularmente La danza de los vampiros, en relación con la tradición de los cuentos góticos. Pero el pasado, también en este caso, le significa poder estar cerca de sus hijos, Elvis y Morgana, de otra manera, tratar de escucharlos, comprenderlos.
Ya en 1908, y posteriormente en 1912, la novela de Charles Dickens, Oliver Twist, fue llevada al cine por productoras inglesas. Pero sin lugar a dudas fue la versión de 1948, dirigida por David Lean, la que colocó una vez más a la obra original en el lugar de los libros más leídos de ese año. En aquella versión, que felizmente podemos hallar en video, el joven John Howard Davies interpretaba al personaje singular y en el rol de temido y sentimental Fagin encontramos a Alec Guinness. En el `68 el director de El tercer hombre, Carol Reed, realizó un musical ganador de seis Oscars, Oliver, interpretado por Mark "Melody" Lester y Roon Moody en el rol del viejo avaro. Un telefilm posterior de 1982 de Clive Donne reunió nuevamente a sus personajes en los roles compuestos por Tim Curry y George Scott.
Pero a diferencia de las anteriores, la propuesta de Polanski escenifica un último encuentro, que si bien está presente en el libro, no fue considerada por los realizadores anteriores y es la situación que se juega en el momento final que permite repensar al malo y al villano de otra manera.
Frente a una historia como Oliver Twist, Roman Polanski reflexiona sobre el tema del destino y lo hace marcando sus coincidencias con el propio Charles Dickens. Así, para ambos, el Destino no es algo que depende de uno, sino de toda una serie de elementos que coinciden y activan una respuesta. En un reportaje publicado en un diario de Buenos Aires a principios de diciembre, el director comenta: "A Oliver los hechos se lo llevan por la fuerza. Nunca toma el destino en sus manos porque no puede. Las pequeñas coincidencias lo cambian todo: como la escena del juez que busca la tinta para la pluma a su izquierda y no la encuentra. Nota que está a su derecha, se estira y ve a Oliver pálido y enfermo. Ese detalle cambia todo su futuro. Si alguien no hubiese cambiado la tinta de un lado a otro, Oliver hubiera terminado sus días muriendo días después".
Ciertamente, el Oliver Twist de Roman Polanski se sostiene, en un primer momento, en los carriles de un relato clásico. Pero la marca, el sello del realizador se hace presente en la manera de retratar el submundo del bajo Londres, la contradicción de lo aceptado y tolerado, la doble cara de ciertas conductas. Igualmente, un encuadre de Roman Polanski transpira cierta sospecha, acusa soledad del personaje en relación con el medio ambiente; sea en espacios poblados por una multitud anónima, o bien en los páramos en los cuales las aves de carrona esperan.
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