Lunes, 20 de febrero de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › DESCARRILADOS, SUSPENSO CON CLIVE OWEN Y JENNIFER ANISTON.
La historia dirigida por Mikael Hafstrom se sostiene en el
sex-appeal de sus protagonistas. Un romance clandestino es
el desencadenante de una tensión que crece minuto a minuto.
Por Emilio Bellon
Descarrilados (Derailed), 7 puntos.
Estados Unidos, 2005.
Dirección: Mikael Hafstrom.
Intérpretes: Clive Owen, Jennifer Aniston, Vincent Cassel.
Duración: 107 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Village.
En los días previos a su estreno, Descarrilados comenzó a generar expectativas a partir de que numerosos críticos y la gacetilla de prensa marcaban un puente entre este film y ciertos momentos de la obra de Alfred Hitchcock. Y cierto es que, ya desde el afiche, la figura de un tren, ubicado en el plano posterior, proyectada en la mirada de ambos protagonistas, en un gesto de desesperada contención, podría llevar a pensar en algunos momentos de La sombra de una duda, Pacto siniestro, Intriga internacional y hasta La dama desaparece, todos films, claro está, del maestro del suspense. La información ubicaba igualmente a esta realización norteamericana, con sello inglés por la ascendencia de su actor principal, como un relato con toques a lo Brian de Palma.
Si bien el título, por los motivos ya expuestos, lleva a pensar en el desenfreno y en el desvío, este film que viene ganando un fuerte lugar en la taquilla en diversas ciudades del mundo sólo logra rozar parcialmente el territorio del gran maestro y sí, en notas de efecto y fórmula, en lo que respecta al director de Vestida para matar. Y es que Descarrilados, que en España se conoció como Sin control permite en el primer trayecto del film generar cierta intriga que en algunos momentos, y en su progresión, llevan al golpe de sorpresa.
En la historia de este ejecutivo del campo de la publicidad que habita una tranquila residencia junto a su mujer maestra y su hija, sujeta en más de una ocasión a tensionantes comas diabéticos. Una mujer de actitud generosa y no obstante fuertemente seductora se cruzará en su camino. El rol lo cumple en una insospechada actuación la chica feliz del cine de los 90 y del nuevo siglo, Jennifer Aniston.
En ese viaje de todos los días, un olvido puede abrir una puerta a una nueva situación, y en este caso, lo que legalmente los jueces llaman infidelidad se está por cumplir. En ese tren de las ocho, ese pequeño error casi disimulado permitirá ahora que Charles y Lucinda traben un encuentro que irá abriendo puertas hasta que ambos ingresen a un modesto motel suburbano. Ambos son casados y en pocos minutos una tragedia, que no se puede ni siquiera insinuar, está por suceder.
Desde este film, y desde su denominación en Italia --Atrazzione letale--, la pareja Clive Owen y Jennifer Aniston pasan a ser lo que en la década anterior fueron Sharon Stone, Glenn Close, junto a Michael Douglas, y tantos otros. Pero aquí, lo que cuenta es el después. La figura de ese tercero que llama y amenaza insistentemente, los arrojados encuentros y las próximas ausencias. Y es que el film se puede ubicar en el llamado "thriller psicológico", es decir, una película que provoca sobresaltos y que al mismo tiempo activa impensadas conductas, llegando a revelar los aspectos más profundos, más negados y menos aparentes del alma humana.
Sí, el film logra en algún pasaje causar sobresaltos. Y luego, el público ríe. Y es que la tensión se va acumulando en cada inmediato llamado. Y es que el no poder decir las verdades, por esto de lo que la moral y las buenas conductas imponen, obliga a sus personajes (particularmente para el padre de familia que llevará su riesgo económico hasta el abismo) sin que algo de una verdad, de aquel encuentro pueda citarse.
Al tener siempre presente el espectador la situación que padece la adolescente, presa de esta angustiante dolencia, los espectadores viven cada nuevo episodio como un ejercicio de intolerable crueldad. Como tal vez se vivía frente al drama de la emigrante que componía Bjork frente a su hijo ciego en el film Bailarina en la oscuridad.
Y uno de los grandes hallazgos es que, pese a que pueda resultar previsible en muchos aspectos y que muchas de las situaciones que plantea puedan estar cantadas a viva voz desde el primer momento, no obstante el film mantiene su ritmo, hace crecer la tensión dramática y provoca más de una situación para esconderse en la butaca.
En esta dirección y fuga, en esta persecución desde una voz que siempre ríe y desde una presencia camaleónica de ese tercero, la ciudad se vuelve protagonista. No ya su zona céntrica, brillante, sino la opacidad de los barrios marginados; espacios, por otra parte, que harán emerger los fantasmas interiores de sus personajes.
Trampas, complicidades, coartadas, falsas representaciones. Y la fórmula, montada sobre el sex-appeal de sus actores, logra un degustable efecto de cine para entretener. Y es que la historia de ambos estará marcada por lo brutal, lo violento, lo prolongadamente amenazante. El problema surge después, al finalizar el film, cuando se intentan racionalizar sus engranajes. Pero, mientras tanto, la sala del cine guarda todavía los ecos de interjecciones, sobresaltos y silenciados gritos.
Sobre el tema del chantaje y la amenaza de la difusión de un hecho íntimo, Hollywood vuelve a confirmar la paranoia de la sociedad actual. Sostenida, claro está, por una acribillante idea de culpabilidad y de pérdida de supuestos paraísos terrenales.
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