Martes, 25 de marzo de 2008 | Hoy
Por Rubén Vedovaldi
Cuando muera Mariano Mores los diarios ya tienen la foto suya que van a poner y bastante armada la reseña breve o extensa de su vida y obra. La televisión abierta ya sabe cómo va a tratar su agonía si enferma y su deceso cuando suceda.
Cuando muera alguien muy conocido en el mundo del espectáculo, de la política, del deporte, cuando muera alguien que por algún motivo fue primera plana muy famoso y vendió prensa, hay que estar prevenidos y muy atentos para evitar el enorme paquete de oferta mass-mediática vernácula cholulocrática repetitiva desenvuelta a consecuenca de esa inesperada-esperada muerte.
Los medios ya saben cómo hacer de cualquier noticia un lugar común. Cuando muera Mariano Mores, entonces, ya sabemos. No hay que seguir nada que los medios cubran o encubran sobre eso, porque no hay nada de sincero duelo ni hubo nunca nada de sincero amor en ese espectáculo de crear y enterrar fama. Se ha creado un producto, y se lo vende hasta que no da más y después se lo reemplaza por otro y así siempre. No importa la vida ni importa la muerte del ser humano, importa vender, tapar el olor a podrido que sale de los agujeros negros del universo económico-social por unos días inflando esa muerte como una noticia, un más o menos esperado o inesperado suceso, y después siga el baile siga el baile.
Cuando muera Sandro, el ex novio de américa, ("no quiero que me lloren cuando me vaya a a eternidad) no hay que comprar la noticia por ningún medio; inflarán su agonía y su muerte por tv, (no sólo Crónica) y por radio, por diarios y revistas y hasta por Internet. Sólo hay que negarse a comprar ese compacto prefabricado, ir a otro medio o a ningún medio, si eso está simultáneamente en todos los medios como por una semana estuvo la muerte de Jorge Guinzburg o antes la muerte de Olmedo o la de Monzón o la de Yabrán (si ese muerto de rostro desfigurado era en verdad Alfredo Yabrán) o tantas otras. Buscar otra cosa hasta que eso pase o crear en la medida de nuestras modestas posibilidades otros aconteceres, otros mensajes, otro procesar de otras informaciones y formaciones sociales y culturales para otros destinatarios menos masificados.
Cuando muera Mirtha Legrand no hay que comprar la fina alhaja de su maquilladísima muerte, la luctuosa joya rococó de te vendo el velatorio el entierro, la escalera la vueltita, la palabra de los que la conocieron, el escamoteo de la imagen de su hermana Silvia para que la gente no compare, etc. (hasta el congreso de la Nación últimamente vende esa cholulocarcia buscavotos del homenaje con relación a Sandro, a Fontanarrosa, a De Vicenzo, a Chiquita, etc) No hay que comprar nunca nada de eso. No los pusimos en el Parlamento para que inventen premios y castigos o el Oscar o el Martín Fierro.
Cuando muera Nicolás Pipo Mancera guiñando un ojo o Antonio Carrizo con su gorra, o Silvio Soldán en su peluquín o Cacho Fontana con su sonrisa Odol en el aire (un minuto) o Carlitos Balá soplándose el flequillo, cuando muera Horacio Guaraní, (si se calla el cantor no pasa nada), o Palito Ortega ( "cuando me muera no quiero que lloren") o León Gieco ("cuando me muera quiero poder nacer en alguien"). Cuando mueran Pelé o Guillermo Vilas o Diego Armando Maradona, o Facundo Cabral; cuando mueran Irma Roy o Zulma Faiad o Gusana Giménez o Ethel Rojo o Jorge Corona o Caloi en su tinta, los medios, con más o menos impudicia, inflarán cada muerte como un nuevo producto, una nueva edición, extra extra.
Solamente cuando una sola de esas muerte-espectáculo mediático coincide exactamente con la intelevisada muerte de un ser muy querido, un familiar, un amigo muy íntimo de uno, allí uno mide la verdadera dimensión, porque entonces será esa muerte que nos afecta en lo más íntimo y personal la que ocupe todo el tiempo y lugar de nuestro duelo, del verdadero e íntimo duelo personal, no del masivo.
Cuando muera un ídolo de multitudes, los medios van a orquestar siempre el mismo ritual. Ya tienen el archivo preparado. A veces mostrarán las caras tristes de ese público anónimo y masificado que se busca -única novedad- en la mirada de la cámara para que lo vean otros y le digan te ví en la tele entre la gente cuando "pasaban" la muerte de fulano o mengana.
Eso es banalidad de la vidriera catódica, eso no tiene nada que ver ni con el duelo ni con el amor. Cortan y pasan la tanda publicitaria y después vuelven con repercusiones y más de lo mismo o con otro tema-oferta.
Cuidado con la sensiblería pacata cuando muera Joan Manuel Serrat, cuando mueran Alfredo Alcón o Mercedes Sosa o Silvio Rodríguez, Osvaldo Bayer o Daniel Viglietti. Hay algo que se llamaba pudor y me temo que se vaya perdiendo si no nos cuidamos, si no impedimos la invasión manipulatoria de nuestros afectos.
Cuidado con consumir por los medios amarillos o grices las muertes de los buenos y los malos de la historia humana. No dejemos que manoseen nuestros sentimientos.
Cuando muera Fidel Castro ya sabemos el tratamiento que le va a dar a esa muerte la Caracol, la CNN, Euro-News, TodoNoticias, América te vende, Crónica, La Nación, el Granma, etc.
Cuando muera China Zorrilla, cuando mueran Gerardo Sofovich o Juan Carlos Calabró; cuando muera Jorge Luz, cuando muera Carlos Innombrable Saul, o Raúl Moneta, cuando muera José Luis Barrionuevo o Charly García o cualquier conocido del mundo, del continente, del país o de nuestra provincia, ojo, no hay que comprar el inflado paquete, las estupideces que dicen los movileros o el estúpido silencio que hacen mientras la cámara morbosa mira y vende. Todo funeral pasado por los medios, cuanto más se difunde más se deforma.
Muchos famosodependientes van al velorio televisable no por el muerto sino para que lo vean los medios, así como hacen campañas solidarias por esto o lo otro para que vean su rostro y digan su nombre y la gente no los olvide ni los cambie rápidamente por otros.
El mercado se vende a sí mismo todo el tiempo en todas partes por todos los medios y ser ninguneado por el mercado es, para muchos hombres públicos, peor que morir.
Lo que más admiro de Luis Alberto Spinetta es que jamás, en cincuenta años de músico, le ha dado pasto a las fieras de cholulandia.
No necesitamos toda esa hojarasca que arma la caja boba para banalizar cualquier premio o fallecimiento, cualquier crímen, cualquier descubrimiento de la ciencia o del arte, cualquier triunfo o derrota del deporte o guerra o desastre natural. Los medios masivos cada vez se parecen más unos a otros en todo el mundo. Los medios banalizan si nosotros compramos su banalización.
Ni siquiera las muertes de un Jorge Rafael Videla, de Isabel Martínez, de un Emilio Eduardo Massera o de un Mariano Grondona o José Alfredo Martínez de Hoz pueden ser hoy verdaderas noticias pasando por el filtro de los medios masivos de reproducción hasta saturar y banalización y olvido y a otro tema o a otra tanda. A lo sumo la muerte de Pinochet puede generar algún escupitajo o insulto, la muerte de Videla como cabeza visible del genocidio puede provocar alguna escaramuza entre policía e H.I.J.O.S. o entre familiares del genocida y víctimas sobrevivientes o algún imbécil de Quebracho rompiendo alguna vidriera, pero ya está todo previsto y se venderá la noticia preparada sin mayores novedades.
Cuando mueran Bin Laden u otro demonizado, cuando muera Benedicto XVI; cuando mueran el rey o la reina de España o algún real de holanda o de Inglaterra, siempre lo van a mediatizar para que no nos sirva de nada.
Ya sabemos cómo van a tratar la muerte de Mario Benedetti o de María Elena Walsh, ya saben qué van a decir y que no van a decir cuando muera Gabriel García Márquez o José Saramago o Paul Mc Carthney o alguno de los Rolling Stones o Spielberg o Leonardo Favio.
No dejemos que los medios nos manoseen el duelo ni la fiesta, el amor o el dolor no programados.
Aunque nos quieran hacer sentir el consumidor final, el último orejón del tarro teledirigido, ese poder de comprar o no comprar lo que los medios quieren está en nuestras manos.La conciencia y la desición, corriente o no, está en cada uno que enciende o apaga, que consume y tira o no compra y exige o produce otra cosa y por otros medios si esos no nos sirven.
Cuando oigamos decir que ha muerto Ernesto Sábato o Madonna, Gorvachov, Bill Gates, Pipo Pescador o Menotti o cualquiera que nos haya dado algo de su máscara, de su pan o de su circo, de su humanidad o antipatía, no compremos la noticia en los medios, entre tanda y tanda publicitaria. No hay nada de amor en todo eso y nosotros también somos vitales mortales por esta única vez.
Urge que vivamos cuanto antes nuestros propios deseos, nuestros propios sueños, nuestras opciones o elecciones, nuestros propios amores y duelos en vivo y en directo. Parafraseando a Milan Kundera podríamos decir que la muerte está en otra parte.
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