Jueves, 17 de julio de 2008 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
Thomas Mann, a quien muchos consideraron un apolítico y un hombre de derechas era, sin embargo, un defensor del humanismo, lo que significaba que frente a los acontecimientos del siglo XX que le tocó vivir estuvo en la misma posición que escritores como George Orwell, Albert Camus y los poetas ingleses que fueron a luchar por la República Española, y en muchos casos, a morir por ella. Mann era un hombre de ideas conservadoras pero en un sentido que ya no tienen quienes son designados como tales hoy en día.
Mann, el humanista, aclara que en el humanismo, en todo humanismo, "hay un elemento de debilidad que proviene de su repugnancia por todo fanatismo, de su tolerancia e inclinación por un escepticismo indulgente, en una palabra, por su bondad natural. Y esto, en determinadas circunstancias, puede llegar a ser fatal". Propone entonces un humanismo militante, "un humanismo que afirmara su virilidad y que estuviera convencido de que el principio de la libertad, de la tolerancia y del libre examen no tiene derecho a dejarse explotar por el fanatismo desvergonzado de sus enemigos".
Hemos hablado de España porque cuando Mann pronuncia estas palabras ya había sido expulsado de Alemania, y Hitler, Franco y Mussolini se sentían dueños del mundo. Se dirá que por qué causa no ponemos a Stalin como uno de los carniceros de ese siglo que los tuvo como protagonistas porque se sentían invencibles. Tal vez se deba a que los crímenes que Stalin cometió sobre su propio pueblo se debieron, sobre todo, a una absoluta traición a los principios que sustentaba. En eso se parece a Franco, quien nos sigue pareciendo el de mayor vileza porque las atrocidades que cometió las hizo en nombre del cristianismo, creando de esa manera el mito de la cruzada franquista, que se configuró como algo absolutamente opuesto a los principios de la religión cristiana.
Hablando en particular de España, Thomas Mann dice que es el poeta el que mejor puede protestar contra las brutalidades que estaban ocurriendo. "¿Cómo podría el poeta evadirse, cuando su naturaleza y su destino le han colocado en el rango más expuesto de la humanidad?". Y en España los poetas fueron un ejemplo de inusitado valor. García Lorca fue fusilado y Miguel Hernández, aunque después de la guerra, murió en la cárcel. La mayoría de ellos eligió el exilio, en el cual muchos murieron, salvo dos excepciones que por su longevidad sobrevivieron a Franco y pudieron volver a España: Jorge Guillén y Rafael Alberti.
Agrega luego que lo que pasa en España "desde hace meses constituye el escándalo más inmundo de la historia humana". Y más adelante escribe que los crímenes que comete el franquismo se realizan en nombre de Dios, del orden y la belleza, lo que indigna a algunos católicos franceses, como Maritain y Bernanos: se mataba en nombre de aquello en lo cual es esencial el no matarás. Apunta unas reflexiones (si así pueden llamarse) de Franco en las que éste declara que "prefiere la muerte de dos tercios del pueblo español a ver reinar el marxismo, es decir, un orden mejor, más justo y más humano". Y dicho esto por quien no era precisamente marxista, lo que adquiere un valor que no se ha reconocido adecuadamente (hasta el presente) como algo de particular importancia para quien se dedica a este oficio de poeta, que es el oficio de vivir.
Hubo quienes en España, muerto ya Franco, al hablar de Thomas Mann señalaron que era un intelectual de derechas y que tanto la cultura como la ideología democrática no se compadecían con los ideales opuestos. Un escritor español escribió que, según Mann, cultura y progresismo son siempre incompatibles, de la misma manera que el arte es incompatible con la democracia: "En otras palabras, para citar textualmente al mismo Mann, el espíritu, la inteligencia, son siempre de derechas...".
Es cierto que Mann escribió eso en un libro publicado durante la guerra del 14, diferente en tantos aspectos de la Segunda Guerra Mundial. Es que Thomas Mann sostenía que el humanismo (denostado por tantos hoy en día) "no es nada escolástico y nada tiene que ver con la erudición. El humanismo es más bien un espíritu, una disposición intelectual, un estado de ánimo humano que implica justicia, libertad, conocimiento y tolerancia, amenidad y serenidad; implica duda, también, no en cuanto es fin sino en cuanto es búsqueda de la verdad, esfuerzo lleno de solicitud por desprender esta verdad por encima de todas las presunciones de los que ponen a esta verdad oculta (...) ¿No sería acaso mejor y más sencillo mirar al humanismo como lo contrario del fanatismo?".
Ocurre que sus consideraciones de un apolítico pueden ser leídas de buena o de mala fe. Están aquellos que oponen al pensamiento que en los tiempos de la Primera Guerra Mundial expresaba Thomas Mann el de su hermano Heinrich, quien había elegido una militancia política y creía en ella. Hubo un choque entre ellos, pero en un artículo de Wilhelm Siegler las cosas se ponen en claro. Cuando su hermano muere en California, en 1950, Thomas Mann le erige "un monumento" (son palabras de Siegler) escribiendo su "Informe sobre mi hermano". Es allí donde dice: "La cuestión es que él, a pesar de su delicada constitución física, fue espiritualmente siempre más equilibrado que yo, y por eso entró mucho antes en la lucha política. Si en Alemania se hubiera producido oportunamente la revolución salvadora, se lo habría debido llamar como presidente de la segunda república, a él y a ningún otro".
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