Viernes, 23 de diciembre de 2011 | Hoy
Por Javier Chiabrando*
La película Forrest Gump nos enseñó que cualquier salame podía triunfar en los Estados Unidos. No sé si lo recuerda, Forrest era un chico medio corto que de puro seguir la corriente fue héroe de guerra, estrella del fútbol americano universitario, jugador olímpico de ping pong, millonario y tapa de Forbes y figura mediática desde que se largó a correr el país de punta a punta. No fue presidente de pura casualidad. Nadie le dijo que se subiera a un estrado y repitiera las mismas cosas que vienen diciendo desde hace décadas los candidatos. Eso hubiera bastado para que ese país indescifrable lo eligiera presidente. Obama lo hizo, se subió a un estrado, dijo más o menos lo mismo que había dicho Bush y otros Forrest, y lo eligieron. Estaba el pequeño impedimento de que era negro, pero desde Forrest ya nadie en los Estados Unidos se hace el estrecho. Ya lo dijo el escritor Richard Ford: "elegir a una persona de la que no sabemos nada (?) refleja nuestro estado de desesperación".
Forrest y Obama se parecen. Ambos tenían un sueño inalcanzable y en ambos se hace realidad, aunque a medias. En Forrest el sueño es la rubia llamada Jenny, una mujer muy por encima de sus posibilidades, pero que sin embargo lo distingue de los otros hombres. Los otros son más lindos, más inteligentes; ninguno es tan previsible como Forrest, ni pide menos. Forrest no pide ni siquiera sexo. Cuando le toca la oportunidad, pide casamiento. Se conocen de chicos. Ella tiene un pasado terrible, incluido padre abusador. Crece y se va de joda por ahí, se encama con cualquiera y se droga a troche y moche. Ya enferma, para ser exacto, moribunda, se entrega al bueno de Forrest y se casa con él. El casamiento es una pieza de vodevil: gente del pueblo donde Forrest vive, un amigo de la guerra amputado, y nuestros héroes. Nadie de su vida anterior de hombre varias veces famoso.
En la vida de Obama la rubia es la democracia americana. Como Jenny, también estaba muy por encima de sus posibilidades. Básicamente porque es negro. También la conoció de chiquito y se enamoró inmediatamente de ella, como buen norteamericano (aunque él es de Hawai, casi chino, chino negro, por raro que parezca). La democracia americana tenía un pasado más oscuro que el de Jenny: masonería, masacres, guerras, magnicidios y tutti gli fiocchi. El la persiguió toda la vida para esposarla bajo el formato de la presidencia, pero ella tenía cosas más importantes que hacer: se drogaba con el poder de voltear a cualquier país del mundo, incluido Rusia; se acostaba con científicos nazis, fascistas de toda laya, Kadafi, Bin Laden hasta que Bin fue más negocio muerto que vivo. Luego de tanta jarana, Obama la encuentra al fin, como Jenny, un poco enferma. Ya arrastraba media docena de divorcios, uno más mafioso que el otro. La democracia acepta casarse con el muchacho bueno (quizá tenía curiosidad por irse con un negro a la cama). Antes le pidió permiso a Wall Street, que no contestó porque tenía la boca llena de manducarse medio país. Ella considera el silencio como aprobación y se casan. Al casamiento fue mucha gente del pueblo, como al de Forrest. Pero no los que tenían el poder. Esos estaban ocupados construyendo un candidato blanco para el futuro, un Frankenstein que se llame Bob o Will, y además ya se sabe: no se juntan con negros a menos que sean estrellas del deporte.
Según dicen los estudiaron más que yo, los Estados Unidos fueron fundados (ideológicamente, simbólicamente) por puritanos que huían de Inglaterra. Los puritanos eran de origen calvinista, por Juan Calvino, reformador picardo que durante el siglo XVI fundó una teocracia en Ginebra que andaba como auto nuevo. Calvino era un hombre brillante. Era también sanguinario; no desentonaba con la época. La religión de Calvino sostenía que todos estamos predestinados desde el nacimiento, sea al cielo, sea al infierno. De esa forma, la gente (al menos los suizos), vivían meritoriamente como si ya hubieran estados destinados al cielo; algo así como de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, el resto lo barremos debajo de la alfombra. Los americanos vivieron bajo esa idea. Estaban predestinados a ser grandes, por mucha basura que tuvieran que esconder debajo de la alfombra; total, las alfombras las fabrican los países árabes y a esos los invaden o corrompen cuando se les da la gana. Pero la idea de la predestinación tiene quinientos años (un poco menos), y ha caducado. Se cumplió hasta Forrest. Fue el último. Forrest estaba predestinado al cielo, y al cielo llegó. Nunca lo entendió del todo, pero llegó: se casó con Jenny, tuvo un hijo, fue millonario. Fin de la predestinación. Corría porque era tonto, y como buen tonto creía que a las cosas hay que alcanzarlas. Si hubiera sido vivo, hubiera esperado que le llegara lo que le estaba predestinado.
Obama esposa a la democracia cuando la predestinación ya tenía la fecha de vencimiento caducada. Igual ella decide casarse con Obama porque es el mejor candidato. Los otros roncan, tienen amantes llamadas Lehman Brothers y Goldman Sachs, y seguro que la ponen a trabajar de puta. Obama se casa pero lo que le estaba predestinado no llega. El pobre se creía el renovador de la democracia y termina atajando penales con un equipo formado por Berlusconi, Merkel y Rajoy y el esposo de la Bruni; o sea: el River de Jota Jota. Se creía diferente a Bush pero termina diciendo las mismas cosas y camina igual, como comboy de entrepierna paspada. Se creía destinado a controlar el poder, pero el poder verdadero ni se enteró de tan encerrado que está en bancos y clubes de golf exclusivos donde a los negros no los dejan entrar, por más presidente que seas.
No todo está perdido. Forrest tuvo un hijo con Jenny. La vida continúa. La cara de Forrest preguntando si su hijo es normal o es como él, tirando a tonto, es una de las cosas más emotivas y lacrimógenas que se puede ver en el cine. Jenny lo tranquiliza, como si le dijera "es normal, va a ser banquero". Al fin ella muere y será Forrest el que criará al hijo. El hijo normal será, lógicamente, un buen americano ¿Cuánto tiempo le llevará al chico darle la espalda al padre y negar que existe? ¿Quién podría ser un triunfador teniendo de respaldo social a un padre como Forrest? Para escalar socialmente, el hijo de Forrest deberá negarlo, olvidar que existe; quizá amarlo pero sin mostrarlo en sociedad. Y están también los hijos de la democracia de Obama, que antes iban a la guerra y se creían predestinados a salvar el mundo, y hoy están cerca de negar a su padre, de darle la espalda; quizá lo consideran débil o incapaz, como a Forrest su hijo lo considerará tonto. ¿Qué piden? No se sabe bien. Están ahí, con ganas de incendiar Wall Street, pero no descartemos que pidan mano dura. Esa película ya la vimos. Los hijos de la democracia de Obama se oponen al sistema que adoraban ayer mismo, el que les había predestinado un Cadillac apenas salieran de la universidad. La semana pasada estaban intentando entrar a trabajar en Wall Street, hoy se tatúan al Che en los cachetes. Pero ¿cuántas veces les tuvieron que tocar el culo para que se rebelaran? ¿Qué tendrán que prometerle para que vuelvan a sus casas, como hacían los suizos de Calvino, a trabajar para merecer el cielo para el que se estaban predestinados? ¿Qué resucite John Wayne?
Putean al sistema y es lógico, pero la gente, que no puede cambiar el sistema --ni siquiera entenderlo--, va a optar por cambiar al presidente, como sucedió en España, Italia, Grecia. Quieren cambios, pero los cambios pintan ser peores que el original. Pero Chiabrando, me dirá usted: ¿no te estabas riendo de Obama? Sí, es que prefiero reírme con Obama que llorar con algún Bob Will (además queda bien admirar a un negro que no boxee ni toque las congas). Aún recuerdo estremecido esa escena donde Forrest está a punto de sufrir la humillación de un grupo de jóvenes bien americanos, dientudos, de mandíbulas cuadradas, con ideas casi tan triviales como las de Forrest pero que no se babean. Jenny le grita: "corre Forrest, corre". Y Forrest corre porque alguien se lo dijo y corre hasta que se termina el camino. Porque si hay un camino hay que caminarlo, o correrlo, y si ese camino tiene un final, hay que llegar a él. Como Forrest, Obama corre hacia adelante. No se sabe quién le gritó "corre, Obama, corre", pero el tipo corre para que no lo alcance la crisis o los indignados o los enemigos de siempre. También corre sin pensar, como Forrest, porque total, como buen calvinista, nació con el cielo garantizado. Al menos ya se garantizó el premio Nobel, que no es poca cosa.
*músico y escritor, [email protected]
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