Jueves, 27 de abril de 2006 | Hoy
Por Jorge Isaías *
"Soy, soy aquel muchacho, el fulback de Sportivo
Glorias a Jorge Newery, que alborotó la escuela"
Carlos de la Púa
Por qué elegí jugar en ese puesto tan ingrato es algo que nunca me será develado, como a un creyente la Sagrada Trinidad.
Lo cierto y verdadero es que yo desde muy chico, instintivamente, en los picados me paraba frente al arco, de espaldas a mi arquero porque me gustaba ver como se desarrollaba el partido, desde un lugar creía yo privilegiado para seguir todo el trámite y poder intervenir cuando mi arco peligraba.
En verdad no podía jugar en otro puesto, pero allí me sentía seguro, a mis anchas.
Con el tiempo supe que ese puesto se llamaba "back centro" o "back derecho" o se traducía el back por el de zaguero o como le decían los muchachos "fulbá", simplemente.
Entonces yo siempre que estaba de espectador y veía jugar a los grandes los miraba para ver cómo se desempeñaban en mi puesto, todos los que con variada fortuna pasaron por el Club y aún los de otros equipos pero aquí sólo los que se destacaban.
Por Huracán pasaron casi cronológicamente los que nombro: Quique Moreno, Fatiga Scozziero, el Petiso Capobianco (a quien las pelotas de alto lo pasaban como "alambre caído", según mi padre) el Turco Díaz, el Negro Ferreira (venadense y gran tipo) y así sucesivamente. Los "primos" del otro lado de las vías tuvieron algunos buenos: Virginio (que había jugado en Central) Jorgerino a quien todos apodaban "El rosarino" y que se casó con la Cholita Camiscia y se quedó en el pueblo y tuvieron un hijo a quien llaman Semilla y es "canalla" fanático, mi amigo el Cabezón Albanessi; en Gödeken estaba Cesáreo Rodriguez, que pateaba inevitablemente con la punta del botín, unos tiros para decapitar contrarios y el recio Villalba, de "9 de Julio" de Beravebú. Dos grandes "cepilladores" que dejaban heridos a los delanteros rivales. De hecho yo rechazaba ese juego demasiado brusco.
Del "Min" Villarreal había aprendido desde muy chico a cuidar mi marca (¿quién la cuidaba en ese tiempo?), yo lo sufría todos los partidos ya que mis compañeros no eran de mi misma filosofía y dejaban a los delanteros entrar orondos al área con gran peligro para el Mincho Vega, nuestro heroico arquerito que andaba siempre a los manotazos y por el suelo. Yo diría que se colaban en nuestra defensa como peligro los torpedos dispuestos a fusilar al Mincho en la primera de cambio. A mí eso me llenaba de preocupación y muchas veces nos llenaban de goles.
Es cierto que era un fútbol más lento, pero también más bello espero no ser traicionado por los recuerdos como un ballet en el que muchas veces la torpeza de un defensor terminaba en infracción inevitable, aunque casi siempre sin mala intención. No quiero decir con esto que fueran señoritas ni que todos teníamos habilidad con la pelota, pero la velocidad era muy mal mirada.
"Masquique" Sequeira me cuenta una anécdota de otros tiempos. En Huracán debutaba Néstor Peiretti, el famoso Petiso, pura garra y pasión y se ve que el hombre se quería ganar el puesto, y corría de un lado a otro de la cancha. El Flaco Maggi y el Pelado Míguez, dos cracks ya de vuelta, se miraron atónitos y el primero le pregunta al otro.
¿Y éste adónde va tan apurado?
No sé contestó irónico el Pelado se le estará yendo el tranvía...
Había varios que trataban a la pelota como a la niña de sus sueños: Balazo Renzi, Lallana, el Toto Míguez, el Nino Míguez (hijos del Pelado, primer maestro que tuvimos).
Antes el fútbol se jugaba, hoy se corre, simplemente.
Ese bello fútbol que se comió el "negocio de las liebres", como decía mi viejo, ese fútbol que como tantas cosas se nos fue para siempre. Ahora cuentan sólo los resultados, si hasta los goleadores son tales cuando hacen más de 5 goles en un campeonato y antes para tener patente de tal debía por lo menos pasar de cuarenta.
El fútbol era nuestra manera de respirar, de identificarnos, de estar en el mundo y el amor a una camiseta más importante a veces que una novia.
Las anécdotas de aquel tiempo feliz, pero perdido para siempre, se activa solamente cuando en las mesas del Club Huracán nos reunimos no a recordar, eso viene, casi siempre de suyo en pláticas calmas que no son nunca alteradas, ni cuando las opiniones son encontradísimas la única condición no la ponemos nosotros, sino la historia y el tiempo transcurrido, ya que por razones más que obvias los más jóvenes no pueden opinar.
Y yo, aunque a veces disiento con un recuerdo compartido, nunca refuto a nadie, por dos razones: la primera, por respeto amistoso y la otra porque mientras escucho hablar a mis amigos, no puedo separarlos de aquella bruma lejana de la infancia donde nadie valora en su magnitud este regalo de la vida que nos junta de nuevo como si nunca nos hubiéramos separado y los vientos y las tormentas del mundo que a cada uno fue dejando alguna cicatriz no nos hubiera tocado.
Acá, en el Club Huracán, transitan sin discusión, como un dogma, dos cosas indelebles: la amistad y los recuerdos, y con ellas le hacemos modestamente pata ancha a la "Huesuda" que nos mira con envidia esperando pacientemente su oportunidad.
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