Viernes, 16 de junio de 2006 | Hoy
Por Beatriz G. Suárez *
"Deseaba tanto que lloviznara para que el misterio de la noche fuera total..."
María Esther Vazquez
Como un fiel anticipo de palabras descontadas Borges legó infinito e hizo gestos de tal magnitud que pareció la matemática hacer realidad sus números quebrados. Este mes se cumplen 20 años de su muerte y tal vez muchos de una revolución en castellano.
(Citaba fuentes orales pero como si hubieran sido el pasado de la materia).
Puso al espejo de acuerdo con la constancia, se batió a duelo con el fútbol.
Luego de leerlo todos parecemos hombres usados.
Su escritura es la supervivencia del río De la Plata y por ese fervor existe Buenos Aires. Un papel ladrón viene a la contratapa por preferir inconsistencia a homenaje.
Hizo comenzar vidas literarias, hilos e hilos de poemas arrancaron desde él, de sus orillas y duelos a cuchillo o laberintos con apellido Reyes.
Borges junto a la historia de la lengua española, la recorrida del abismo, arte en actividad. Comentado por el mundo.
Xul Solar lo traducía, ambos nos llegaron entre desgracias, sentidos reprimidos, batallas, Junín y obsesión por Lugones. Astros, signos postizos, dialectos inexplicables.
Junio se ha vuelto cruel y a la vez fervoroso, los sustantivos en meandro hacen parejas de lunfardo y gauchesca, Argentina por extensión se hace mundial y también se queda corta.
Llegó al cine con Leopoldo Torre Nilson (otro escalofrío) quien filmó Días de odio basado en el cuento de Emma Zunz, pero Borges ya era visual y mostraba relatos para la eternidad de las palabras. La palabra Almagro.
Fue mucho mas que el mundo, hizo correr sensaciones en los lectores haciendo competir zaguanes y empedrados, todo atrapado en su retina antigua.
Borges, la sustentación del criollo. Un ablandamiento de la opinión pública y por ello caminar hasta el borde.
Calibrado por un idioma que lo comiera todo, duplicado a veces, eco de vúnculos y de humaredas en que el diccionario apenas participa.
Tenemos su obra o la diyuntiva entre la mera idea y el verbo inolvidable.
Borges a 20 años. Hasta quererlo de memoria.
Leer sus libros pero como a través de una ventana que no tuviera vidrio.
Me da la gana de decir que resultó para un académico y también para un lector de mala muerte, su nombre en pegatinas varias.
Borges. Hacer algo con el hollín, la noche oscura, los sueños solitarios.
A 20 años todavía recuerdo mi sentir del ochenta y seis, el de lo que es y el de lo que no puede ser. Todo al mismo tiempo.
Con él traquetearon las cosas hasta decirnos basta, hasta bailar un tango, hasta amigarnos con todos los rincones urbanos.
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