Jueves, 14 de agosto de 2014 | Hoy
Por Luisina Bourband
Hoy cumplen once meses los mellizos. Me lo recuerda la chica cuando llega, porque estoy más muerta que viva. Pasé la noche con el bebé desvelado. No tiene ningún problema, sólo que vino con otro huso horario y no le interesa mucho dormir a las horas estipuladas en este lado del planeta. Antes me despierta Benjamín, que va a implorar un lugarcito para acurrucarse en mi cama, pero cuando veo el reloj se nos termina la joda. Urgente, se activa la madre enloquecida, uniforme, leche, peinarse, lavarse los dientes, sonarse los mocos, dale, dale, dale, la mochila dónde está, hoy había que devolver el cuento que no quisiste leer, dale, dale, no juegues, concentrate, no salgas sin la campera. Me agota la forma en que uso el idioma. Todo el tiempo en imperativo, ordenando al niño lo que hay que hacer.
Me había comprometido a acompañarlos al paseo de "Berni para niños". Por qué hago esas cosas? Es evidente, por culpa. Para que no me diga, mamá nunca estuviste en mis paseos. Ilusa de mí, pienso que podré evitar el reproche y dejar a salvo mi narcisismo. No hay nada que se pueda hacer para no ser una madre más o menos. Aparte es absolutamente necesario ser más o menos. Una goodenoughmother, como decía Winnicott.
Llego a la escuela sin decidirme todavía, tanteando a ver cuántas madres van y si me puedo rajar. Llega otra con dolor de panza, en el mismo plan. Cuando la maestra pregunta alguien va en auto?, yo salto con seguridad: Sí, yo! Caí como chorlito. Ponerme automáticamente al servicio del otro, otra de las consecuencias de mi infantil formación religiosa. Las otras me dicen, como si dijeran bingo, entonces vas! Voy. Sin bañarme, sin tomar mate, con un incipiente dolor de cabeza del que ya conozco su destino.
El Monumento a la Bandera parece la Feria de las Colectividades. Repleto de colectivos y niños que quieren jurar la bandera. El colectivo de nuestros chicos estaciona en un lugar equivocado, luego se pierde, va, viene, dos chicos vomitan. Nos enteramos todo por el whatsapp de las madres que están adentro del bus infernal. Varios entusiastasempleadosneohippiescopados nos esperan con una planilla diciendo que llegamos tarde. Por lo tanto el recorrido se acorta. En el galpón no se escucha nada, los chicos andan como bolas sin manija. La idea de una muestra didáctica de arte me apasiona, pero queda en lo abstracto de lo que podría ser, lo que podría regocijarme con haberlo iniciado a mi hijo en el disfrute cultural; porque en lo real es tanto el quilombo que los chicos ni se dan cuenta dónde están. Les hacen pintar unas mariposas preciosas, mientras dos coordinadores discuten por lo bajo si se las pueden llevar o no, optando por la negativa porque no tienen suficientes para bancar toda la mañana. Cuando representan La Orquesta Típica, el cuadro de Berni hecho escenario 3D, presencio desesperada cómo el niño más ambicioso y activo de la salita le quita injustamente a mi hijo el contrabajo con el que estaba tan entusiasmado. Me abstengo de intervenir para no producir un hijo cobarde. Aunque no tanto. Cuando termina esa sección le reintegro el contrabajo y le saco una foto para que no se traume Tomá! Las otras mamis sacan miles de fotos, por lo tanto me relevan del asunto, habrá material para los abuelos.
Después lo peor: el esparcimiento, vamos al parque y tenemos que cuidar que cerca de cien chicos no se vayan a la calle, no se tiren arena en los ojos, no se descabecen con la hamaca. Hasta la maestra me dice: "esto es toomuch para mí". Agradezco tener una aliada en el corazón del acto educativo. Es la cuña para apurar el regreso. Vuelvo agotada, con la cabeza que se me parte al medio, hambre, ganas de mate, urgencia por bañarme y por irme una semana a un spa. Sí, claro, seguí participando. Lo peor es que mi día laboral todavía no empezó. Lo que resta del día me la paso entre los pacientes y perdiendo el tiempo, subiendo fotos del onomástico a facebook; con un partido de fútbol zumbando en mi oído, buscando infructuosamente por los kioscos las babosas de Bajoterra que quiere mi hijo, y varios actos fallidos sin mucha trascendencia.
Por suerte a la noche, vuelvo a torcer mi destino de mujer frustrada, dejo los chicos llorando y a mi marido bufando y puedo llegar al taller de escritura. Ahí sí que comienza otro paseo.
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