Jueves, 14 de agosto de 2014 | Hoy
PSICOLOGíA › SOBRE EL DERECHO A LA OBJECIóN DE CONCIENCIA, LA OBEDIENCIA Y EL SUPERYó
La abolición de la objeción de conciencia deja inermes a las minorías y concede a la ley un poder aplastante sobre toda la comunidad sin distinción de credos o de universo simbólico de pertenencia. Es necesario para la salud de la democracia.
Por José Manuel Ramírez*
En "La psiquiatría inglesa y la guerra", del año 1946, publicado en Otros Escritos, posterior a la 2 guerra, Lacan describe y explica especialmente el trabajo de dos psiquiatras ingleses, Rickman y Bion, -formados en psicoanálisis y muy valorados por Lacan en ese momento-, que llevaron a cabo en los grupos de soldados vueltos de la guerra y en los grupos que desembarcaron en Normandía y recuperaron a Europa del dominio hitleriano. Lo importante a subrayar allí es que Lacan siendo francés, no se amilana en decir que Francia se hallaba en un estado subjetivo de "desmoralización" y que en cambio Inglaterra se encontraba con una moral alta, lo cual no fue ajeno al destino de cada uno de ellos durante la guerra como a su ulterior resultado. Esa desmoralización francesa la atribuye entre otras cosas a que en Francia se había abolido el derecho a la "objeción de conciencia", derecho mantenido en Inglaterra.
El derecho a la objeción de conciencia es un derecho muy especial porque es subjetivo y se trata del derecho que tiene un sujeto a negarse a cumplir una ley cuando una creencia se lo impide, es decir cuando un asunto de conciencia entra en contradicción con la ley. La abolición de dicho derecho deja inermes a las minorías y concede a la ley un poder aplastante sobre toda la comunidad sin distinción de credos o de universo simbólico de pertenencia. Es un derecho que, por eso mismo, su mantenimiento se considera necesario para la salud de las democracias. Ese derecho a la objeción de conciencia se mantuvo en Inglaterra a pesar de la guerra, y Lacan no siendo jurista toma posición como psicoanalista y afirma que dicho derecho debe mantenerse aún en tiempos de guerra. La abolición de dicho derecho produce la antedicha desmoralización porque obliga prácticamente a la docilidad que destaca Lacan que nunca esa docilidad sirvió a la civilización, ni siquiera en el sacrificio, su peor salida. Escribe que "no es por una demasiado grande indocilidad de los individuos que vendrán los peligros para el porvenir humano". Todo lo contrario, los peligros vienen de la docilidad, y la indocilidad es necesaria y puede ser productiva.
Todo esto dicho en el contexto y en relación a un trabajo sobre el Superyó, o sea sobre la docilidad al Superyó, a un poder oscuro del orden de la palabra no simbolizado, por esto oscuro y obsceno. Dicho de otro modo, el Superyó es una escisión en lo simbólico donde un mandato es escuchado como proviniendo de afuera del simbólico, fuera de discurso, como pulsional, alucinado, ante quien la obediencia ciega e indiscutida es mortal para el sujeto, y puede llevar como bien lo dice Lacan a un "abandono cobarde", desmoralización, colaboracionismo y entrega a una muerte aceptada que ni siquiera el sacrificio la ennoblece, que no se confunde a la muerte como acto.
La objeción de conciencia no anula el valor de la ley, sólo la restringe, de manera que no se trata tampoco de que no haya ley, porque la falta de ley hace más feroz al Superyó, aunque parezca contradictorio (1).
En este sentido interpreto al deseo como objeción de conciencia al Superyó, ni éste cede en sus exigencias despiadadas ni el deseo cede, a no ser que se lo obligue a ceder aboliendo el derecho a la objeción de conciencia. O sea el deseo es objeción de conciencia al imperativo categórico. El deseo es resguardo contra el poder, es la famosa escala invertida por la que se puede alcanzar un goce que no sea mero sufrimiento y muerte por la sujeción a una ley. Si jugáramos un poco con los términos valdría decir que objeción remite a objeto, es la misma palabra, el objeto es objeción. El objeto de deseo hace objeción a la ley, digamos, totalitaria. El objeto hace objeción al todo, a los totalitarismos, hace notoda a la misma ley. La agujerea.
Pero todavía para conectar eso que queda escindido de lo simbólico -la voz del Superyó, una pura voz-, para conectar eso que queda escindido y que retorna como repetición o como mandato alucinado o no, no es reintroduciéndolo en el mundo simbólico de buenas a primeras, sino conectando eso escindido al deseo edípico, en este caso, del sujeto. Es decir asumir eso desconectado como un deseo, es mejor asumir un deseo de matar, que no es más que un deseo, que sufrir el mandato de matar desde esa pura voz superyoica.
Dice una paciente, ya mayor, y con un profundo sentimiento de culpa, que le parecía todavía escuchar (la voz) de esa monja alta, flaca, alemana, decirles a ella y a sus compañeras de escuela "No hagan de sus vientres una tumba!", aludiendo al aborto. Ella se hizo ese aborto y es de esa culpa que está queriendo deshacerse en análisis. Una persona inteligente. Ese "me parece estar escuchándola", se refiere a la voz. Asumir su deseo es la cuestión.
En el final de su enseñanza dice Lacan que nada del Superyó podrá entenderse si no se entiende qué es el objeto voz. La voz como aquello que soporta a la palabra y al lenguaje que estructura al inconsciente. La voz como lo escindido del simbólico que retorna en el Superyó imponiendo satisfacerse en el deber. Si el Superyó es herencia del Edipo freudiano, la voz es resto del mismo en su más allá. Sobre el final dirá Lacan que "con este Superyó me las arreglo, te hago reverencias y cosquillas, Ah, querido Superyó!". El final del cuento del Lobo feroz.
(1) "Superyó, del Ideal al objeto. Política, clínica y ética" MarieHélène Brousse.
*Psicoanalista. Editor Psicología Rosario/12. Fragmento trabajo presentado en Jornada EOL Sección Santa Fe del 09/08/14.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.