rosario

Viernes, 4 de agosto de 2006

CONTRATAPA

Turismo chico

 Por Beatriz G. Suárez

Voy por Rivadavia, la expeditiva, la que conserva envidia hacia el Paranß y a su vez lo desea. Doblo por España y subo, parezco una mujer con salida única. Vereda el San José, la Asociación médica fría hasta el quirófano, un geriátrico donde imagino al amor circulando en dosis homeopáticas. Tomo San Lorenzo, encuentro lo contrario de un semáforo, gente de tristeza farmacológica; por aquí puedo ingresar al centro es decir a terapia intensiva. Camino por Maipú, la taciturna, hallo algo asignable al cruzar la peatonal, llena de hombres y viceversa.

Presumiblemente la ciudad se concentra, arterias, taxis como malos glóbulos, colectivos de humo, sacude pesada la basura y por momentos sufro la electricidad de Mitre o una extrañeza de quiosco solo.

Un impulso me vuelve turista. Rosario es una isla donde mis sentimientos corren. Un número no definido de árboles me recuerda al pueblo y Plaza San Martín volatiliza ansiedad. Sale helicoidal hacia el cielo quemado de

Abogacía, el celeste averiado para siempre por aquellas bombas salariales.

Llego a Oroño, dos palmeras se aman. Desciendo, cruzo un tránsito de cuerdas donde me vibra el corazón porque a Rosario la quiero.

Pasos arbitrarios, rocío, tomas de agua, bomberos, señoras sin trama.

Personas en construcción. Overoles que ayudan a soportar los tonos empresarios. La soledad ocre, el tiempo cruzado de tejido.

El Boulevard solemne lleno de perros semisentados y palomas inoportunas que lo ascienden al limbo y le hacen alma. Dos carriles, uno va, otro no, en la mitad una acera de hormigón armado, la oportunidad de volver indoloro al ruido.

Hacia Brown todo es marino, alguien espera en los silos, fueron de soja y ahora de Pepsi. Colores con rigor suben hasta divisar el río, el río precioso. Se construyen hoteles y vaivenes, un pescador con su pulsión invocante de pez.

Perezco enviada por un turismo neutro a no detenerme hasta llegar a ningún sitio. Camino tal vez hacia el origen del perfume.

Un régimen de vientos, el estado de ese reino que me hace rosarina. Las

calles me ocupan región por región, un programa científico las ordena.

Palabras delta hacen un mapa para servirle al viajero a fluir y conocer sus grumos, la medida de ese mar que acá no existe.

Meticulosamente y con curiosidad pluvial imagino que será de la urbe cuando pase este invierno borracho en que la temperatura sube y baja por su sangre, que será de Cevallos o Rioja dentro de cincuenta años o quinientos.

Me desprendo de todo, corro al confín, hasta la tierra sin edificios o hasta la hora veinte de una mujer que duerme.

Un tejido de temas arma el folleto y entre marcas, cañas y canoas deviene la ciudad.

Eso. La ciudad, una síntesis.

El rigor del relato traduciendo Tucumán al mil setecientos al idioma de Dorrego al cero.

Toda la importancia y la brevedad aspiradas por la escritura.

Rosario en la torsión del diccionario.

De pintura y cemento.

De éter y voluntad en miniatura.

Más versos que parques. Más semillas que pujante crecimiento.

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