Martes, 12 de septiembre de 2006 | Hoy
Por Miriam Cairo *
I. Por causa de los ruegos, de los elogios y las esperanzas, ¿nace un dios? ¿Narciso? ¿El actor protagónico? Por la belleza del espanto ¿nace un autor?
II. El océano de arriba marcha negro. Está cargado de criaturas y de especies. Dios no se quita el sombrero ni el chaleco de flores. Mientras tanto, sus servidores atan una soga al cuello y arrastran con desdén a las generaciones flacas. Al lanzar su ínfimo rayo, una pequeña estrella se hunde en el piélago de la oscuridad. Su estrecha magnitud es reprobada. Deshonra los rayos opulentos que los astros deben irradiar. Los asistentes del supremo se fastidian y le arrojan el lazo. La canícula asustada huye. Respira con desesperación las burbujas que dejan los peces. Se refugia en una escritura subterránea. Oculta sus iluminaciones de alfiler en el hondo escondite del alma. Escribe lamparitas de bolsillo, guirnaldas intermitentes, pequeños pabilos, fugaces destellos de curiosidad. Sin remedio se gana la ira del supremo que sólo se enorgullece de las grandes iluminaciones de sus estrellas espartanas.
III. Ella transforma su demencia en dogma, su epilepsia en lógica. Ella asume como misión dar cuenta de las vibraciones que se filtran en los bares, en las esquinas, en los zoológicos y las azoteas. Ella habla de los instantes perdidos en la prisa o en la eternidad. No le importan los relojes ni las piernas. Pueden quedar rotos. Cojea con dignidad. El lento trabajo de los años le ha calado los costados impenetrables. Busca el solitario suspiro del viento. Bebe café negro en la mesa de un bar. Entierra y desentierra gubias en la imaginación. Tira al diablo la plana virtud narrativa que la limita.
IV. La canícula flaca tiene el corazón asediado. En el tocadiscos del cielo pasa una y otra vez las canciones viejas de unos ángeles cubanos. A su escondite llegan buenas nuevas. El supremo y sus lacayos organizan un concurso de iluminaciones literarias. La inscripción es gratuita. El jurado, incorruptible. El tema es libre siempre y cuando aluda heroicas desdichas. Pero otra vez la canícula flaca queda fuera. Ella apenas escribió sobre unas flores que murieron por sí solas.
V. Ella puede venir de la ruptura o el principio. Con sumisión testimonia su esfuerzo de canícula aberrante y delicada. Apoya el codo de espiga sobre la mesa y permanece en silencio. Su diferencia no le pesa. A veces la condena y a veces la salva. Las estrellas inmensas se estampan contra el pecho de dios y un cortejo de peces alados custodian su respeto. Pero la canícula flaca apenas se enhebra con sus hilos de luz. El cielo es un espectáculo inmenso. Ella lo espía desde su pequeño espacio interior. Creyéndose culpable de su propia felicidad se esmera para quedar suspendida entre dos causas: la cornisa y el horizonte.
VI. Lee el mismo poema dos días seguidos y se siente extraña. Se saca del corazón un lobo blanco. Escribe cartas de bienvenida a alguien que no llega. Además hay un perro negro y todas las fuentes tienen agua como todas las esposas tienen amor.
VII. La canícula flaca no alcanza a rozar la vida y ni los hechos. Percibe el drama de los grandes astros destinados para la victoria. Ella defiende el secreto impulso de no reconocer a los ganadores ni a los dioses que presumen de ser precisamente ganadores o dioses. Ella se aboca a una traducción anímica de los acontecimientos y los letargos. Abusa de las ligerezas y las marañas. Ella es el fruto irreal de su propia imaginación. Se traduce a sí misma como un pensamiento relatado por otro. Pone en la interpretación todo lo que le falta. Su método no es bueno. Sus procedimientos no son aconsejables. Palpa paredes invisibles. Comete crímenes ajenos. Se esconde tras las máscaras del aire. Ella no es más que una canícula ardiendo en su propio artificio.
VIII. Contra todo lo conocido, ella ha tenido distintos nacimientos. No sólo fue parida de mujer, sino también de libros, de iluminaciones y de eventualidades. Su anatomía, además de ser real, conspira con lo probable. Puede servirse de sí misma concentrándose en la visión de su vientre o de sus piernas. Y cuando disuelve su cuerpo para después vivir aún, lo que hace es sumergirse en las ventajas del que posterga la salida. Quien nunca ha muerto, no podría participar de estos juegos. Ella está eximida de aplaudir su propia estatua porque sus movimientos derivan de otras repeticiones. Los súbitos desenlaces y apuñalamientos no la privan de desdeñar la queja y de ir atemperando el volumen de su vuelo.
IX. La canícula flaca puso una toalla húmeda en el costado dolorido del mundo. No ignoró lo que pasaba en el último minuto del día. Pero aún así se envolvió en la enrevesada trama de sí misma y saludó a la luna como si la viera por primera vez.
X. Ella guarda un corazón tan áspero, tan hostil a los cercos, a las doctrinas celestiales y literarias que espanta. Con un puñal mellado rompe la envoltura enemiga. Su deslumbrante furia la preserva del terror de entrar en los manuales, las estampitas o los cementerios.
XI. Ella recoge el peso de su cuerpo y se queda liviana. Suspira un aire de flores desvanecidas. Prescinde del azote del tiempo cumplido. Ella se demora en la duración. Resbala en los declives y se coloca al final. Su invencible tendencia a escribir y a detenerse, es un impulso de canícula expatriada. Y cuando piensa "no debería hacerlo", lo vuelve a hacer con más fiebre. Su conducta no es sino un impulso del costado izquierdo del corazón. Puede acusársela de puñal y bálsamo cuando fragmenta el discurso y lo lubrica para no provocar paspaduras en la intimidad del lector.
XII. Si es de día, en el horizonte puede haber gaviotas. Y un río oscuro, turbio y bravo como el río de acá. Es difícil explicar por qué se escribe. Ella recuerda que tuvo un abrigo de paño verde y que asistió a un funeral. En el cielo había estrellas de muchos tamaños. Todo lo que fue silencio, rayo de canícula y soledad, anunció la palabra. Su existencia se explica mejor por el humor que por la suerte.
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