Viernes, 22 de septiembre de 2006 | Hoy
Por Beatriz G. Suárez
Con cuerpo discontínuo, alcanzando la madrugada y mientras crece la palabra yuyo, llegó la primavera.
Vino exactamente por el río, con un amor sin eco ni destino, brillando en el puño de Rosario en un potlatch de pétalos e impactos. Sola. Mística.
Mientras la vocecita del invierno pasaba a mejor hielo.
Llegó para explicarnos un dolor con libros de botánica mientras nacen ratones y mosquitos en la memoria de la costa que planta y acompaña.
Es a la vez un hilo de árbol que inunda el contorno y llena la luna, que custodia el azar en el boletín distinto de cada año.
Es fracción de almanaque o una estampita grande donde el calor se anuncia en una extraña comunión de caramelo y vestido liviano. La primavera ahorrada, acuática; lavando río vino, plegándole en olitas la miseria, sentada en el gimnasio vidriado. En varios sentidos poderosa.
Leída en los papeles, en el fondo del diario, con la plata y la lástima por un Paraná que es tumba de pesca para la gravedad del tedio cotidiano.
Llega a la Peña Náutica, a la luciérnaga, en un patín o un cabildo de estudiantes brumosos, a romperlos, a subrayar la falsa autonomía de los catorce años.
Raspa la ciudad hasta sacarle tierra adentro, conde terminan edificios y empieza la verdad.
Lija la barranca hasta la flor. Sopla sauces y vos te arrodillas ante ese ritmo, ante el itinerario repetido del durazno que una vez más regala color rosa a la calamidad de Bancos, Bolsas y comercios.
Vino a escribir como parte de un remedio y haciendo aspaviento o espamento de flores que bautizan los primeros treinta grados.
Septiembre me arde.
Una alergia ante esta copla sin tarifa; la música epiléptica, el festejo, volverme paralela a la alegría, eso no puedo.
Cayó en una misa blanda, en esteras, en alfombras más viejas que el mundo.
Trae un poema que es herencia de Dios, un dios que nunca sufre, una tecnología de sábalos audaces que al aire libre mueren por nosotros.
Vino la primavera y el derroche. Ante la mirada tenue de los brotes todos sacamos algo de la bolsa. Un gorrión, un augurio, un amor torpe, un parpadeo; se produce la tarde con ella, se explora el corazón.
Y en la trampa de los conceptos emerge su nombre. Aún así. Vuelve su fórmula.
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