Miércoles, 15 de noviembre de 2006 | Hoy
Por Mario Alberto Perone
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Ahora, en este mismo instante, estoy formando parte del pasado de algunas personas que conozco y cuyos nacimientos se han producido después que el mío y también de muchísimas personas que jamás conoceré y cuyos nacimientos habrán de producirse continuamente durante millones de años.
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¿Cuál es la mujer más importante en la vida de un hombre, la primera o la última?
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Mi balbuceo de recién nacido se ha transformado en esto que escribo ahora, en esto que hablo ahora, en esto que soy ahora. Sigue siendo un balbuceo, un poco más complejo, quizás, pero ésa es la única diferencia. En su fondo, profundamente escondido, está el inevitable temor por todo lo que me atañe mientras vivo. Es ese temor el que da origen a mi lenguaje, que recibo de los otros pero que también invento, esa necesidad de una defensa contra situaciones de todo tipo que debo enfrentar, ese hablar que intenta explicar lo imposible y explicarse a sí mismo, y que jamás llegará a su completud puesto que a medio camino se producirá la ruptura, en un momento en el que, quizás, lo único que se pueda hacer es volver al balbuceo originario, simple y terrible, pero apto para expresar los únicos acontecimientos de los cuales no se es responsable: nacer y morir.
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Dejarse vivir, ¿será equivalente a dejarse morir?
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Después de una hora de estar en el café, comienza la ansiedad por volver a casa. Pero después de una hora de estar en casa, comienza la ansiedad por volver al café. No se puede resolver esto que pasa. Se intenta alargar los períodos, por ejemplo a una hora y media en cada lugar, pero también aumenta el grado de la ansiedad, proporcionalmente al aumento del tiempo. Sin embargo, uno se empeña en lograr una mayor duración en cada ciclo, pero algo advierte que no se abuse demasiado de eso. Hay que llegar a un equilibrio razonable y quedarse allí. Un exceso en la búsqueda de tiempos mayores puede poner en peligro a toda la estructura del propio edificio psicológico.
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Cuando estoy solo, actúo para mí. Mi soledad parece aplaudirme, y mientras lo hace, duele un poco menos.
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Confieso que aún no logro entender qué es eso de la inteligencia emocional, pero me tranquiliza el hecho de que tampoco logro entender eso de la emoción intelectual. A veces, intento una explicación, seguramente precaria, cuando se me ocurre que aplicando (si se la tuviera) la inteligencia emocional podrían encararse las creaciones arquitectónicas, mientras que la emoción intelectual estaría en la base de las creaciones poéticas. (Creo que lo dicho está lejos de ser una originalidad y cerca de ser una soberana estupidez).
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Casi diariamente escucho, a través de una medianera demasiado delgada, las continuas peleas a los gritos insultantes de la más amplia gama, de una pareja vecina. Pienso que ellos están unidos por sus divergencias, que los llevan a agredirse continuamente. En otras parejas que conozco, la relación se mantiene por las coincidencias. El aburrimiento recíproco llegará igual, pero en el caso de mis vecinos, tardará mucho más tiempo. La hostilidad proporciona mayor cantidad de recursos que la alimentan, en tanto que la aprobación mutua y constante acaba con todo al poco tiempo.
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Entre las calamidades de todo calibre que depara el amor, hay una que afecta principalmente al hombre: no amar a la única mujer en el mundo que lo ama.
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¿No habría que estudiar el arte comenzando por los contemporáneos y retrocediendo en la historia hasta llegar a los principios? Estamos inmersos en la producción artística actual, por lo que esa contemporaneidad facilitaría mucho el ingreso de los interesados en esa ardua disciplina. Ignoro qué dirán los pedagogos de esta insensata propuesta. Por las dudas, trataré de no cruzarme con ninguno.
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En un pueblito de Alaska, casi sobre el ┴rtico, cuando se produce el maravilloso fenómeno de la aurora boreal, algunos privilegiados han visto a Ella Fitzgerald caminando grácilmente sobre el hielo mientras canta, sólo para sí misma, "Love for Sale".
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Un extraño acontecimiento está sucediendo en Bagdad: todos los niñitos, apenas nacen, emigran en masa, volando en silencio y velozmente, como si tuviesen alas. Hasta ahora, ni sus padres han logrado saber por qué lo hacen ni adónde se van.
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