Miércoles, 3 de enero de 2007 | Hoy
Por Beatriz Maino
A don Osvaldo Bayer, por su admirable labor en favor del rescate de la memoria de los 1500 fusilados de la Patagonia
La literatura es un arte dado a luz a causa de la cópula desenfrenada entre la historia -personal o colectiva- y la fantasía de un autor. El que se dedica a leerla, por lo general sabe que se va a encontrar con una ficción, que, por ser tal, está atravesada por esa historia pero como si fuera un prisma, lo que convierte a cada obra en una cierta verdad a la que no puede confundírsela con esta misma.
La literatura también es una materia a "enseñar", para lo cual los profesores eligen e imponen uno de entre los textos ofrecidos en el mercado -que tratan de autores, obras, y movimientos estéticos a los que hay que situar en el tiempo y el espacio porque son determinantes en su producción. A causa de esta mediación institucional, en general, el "libro de texto", como se lo llamaba antes -también en su variante "fotocopia", atenta a nuestras realidades-, ofrece todavía una imagen de cierta respetabilidad, de algo casi sagrado e indiscutible.
La cuestión que voy a exponer con respecto a esto es tan antigua como su promotora la imprenta, instrumento de difusión de las ideas. Sin embargo, uno no deja de sorprenderse cuando aparecen ciertos "errores": en un libro de Lengua y Literatura III perteneciente a una editorial con sólido prestigio, en el marco histórico que contextualiza la producción argentina en la década del `20, aparece la siguiente información: "1921: ...Vuelve a estallar el conflicto de los peones en la Patagonia. En confusos episodios el ejército fusila a decenas de huelguistas..."
A simple vista se comprueba que la cantidad señalada no puede ser un error de tipografía, porque ni el sonido de las palabras ni las letras que las componen lo posibilitan. Cuando no se trata de eso, al origen del disparate -por comenzar a llamarlo de alguna manera- se lo puede encontrar en el mismo texto, debe estar inscripto, necesariamente, en otro lugar. Está en un capítulo anterior: "1880: Asume la presidencia el general Julio Argentino Roca, quien durante su gobierno libera grandes extensiones de tierra fértil en posesión de tribus indígenas".
Esta interpretación de la conquista del desierto, en la cual se homologa masacre a liberación de territorios por medio de una frase con cierto tono épico, es reveladora de que las fuerzas que provocaron lo que David Viñas llama "la tragedia salvaje de los que aún no tienen voz" están vivas y por eso mismo, respaldadas por algún texto consagrado. No hay una literatura del indio, pero sí justificación para los que lo exterminaron.
Además, la violencia de aquella afirmación subyace en el entramado del tejido social, resabio de nuestra fundación como nación sobre los cimientos de la antinomia sarmientina (civilización y barbarie) que no deja de manifestarse en los discursos cotidianos. A modo de ejemplo va lo siguiente, es una de las versiones de la "solución final" de estas pampas, una variante más de lo que se deja oír demasiadas veces: después de la tormenta de granizo que castigó a nuestra ciudad, entre los comentarios generales de lo que había que hacer con los piqueteros, un vecino recomendó, sonriente, quemarlos con un lanzallamas una escalofriante manera de liberar calles y rutas, cuya violencia las equiparan con las tierras fértiles de otras épocas, y a los piqueteros, con representantes de la Barbarie a la que hay que aniquilar en beneficio de la libre circulación de personas, bienes y servicios.
Pero los "errores" en los libros son más peligrosos que el exabrupto de un vecino, porque llegan hasta el aula con muy buenos avales, que, como ya dijimos, los convierten en confiables y gracias a esto multiplican su falsedad en tantas mentes cuantas logren retener su información. Razón por la cual, es de esperar que el docente ejerza la vigilancia sobre lo que estudian esos menores que están a su cargo, a los que se les debe dar la oportunidad de aprender a pensar por su cuenta, con materiales que no sean un vehículo de propaganda -en letra chica, difundida usando solapadamente a una institución que cada vez más se está transformando en ineludible.
No es una cuestión menor, porque así como en este texto Julio Argentino Roca es presentado como un liberador (¿al servicio de quiénes?, el texto no lo dice, y en lo escamoteado está la causa que fue determinante en el establecimiento de la desigualdad en nuestra sociedad) también en él desaparecen de la historia más de 1400 peones fusilados en la Patagonia, y todo eso no son meras palabras. Entre algunas voces de la calle y la voz de algunos libros resuenan las de algunos medios, tienen en común el deseo de la eliminación del Otro, con sus mutaciones históricas, a saber: indio, gaucho, inmigrante europeo (pobre), cabecita negra, subversivo, inmigrante latinoamericano, negro villero, gay, piquetero. Voces a las que no hay que restarles importancia, porque, como vemos, algunos fueron y son capaces de poner en práctica lo que expresan: hay una persona sin aparecer desde hace un tiempo ya, mientras escribo secuestraron y torturaron a otra, "y todo sigue andando".
Por otra parte, como existe la posibilidad de que alguien tenga que utilizar para sus clases un libro que no fue suficientemente controlado al elegirlo, puede aprovecharlo para ayudar a desarrollar en sus alumnos el espíritu crítico hacia la letra impresa recubierta de prestigio, a no creer que algo es verdad porque "lo leí en un libro", afirmación que suele repetirse, y no sólo entre los adolescentes. Como recurso, ya que la materia es "Lengua y Literatura", se pueden adaptar excelentes estudios lingüísticos que les sean útiles para detectar las innumerables máscaras y disfraces de las ideas. Desde el punto de vista de esta ciencia, la palabra "libera", no constituye un error, sino que puede señalársela como un ideologema (mínima unidad del discurso que expresa una determinada ideología). En cuanto a la palabra "decenas", hay que denunciarla como una mentira que está íntimamente relacionada con lo anterior.
Y también puede decir -al que quiera o pueda escucharlo, y si él mismo es capaz de bajarse de su maltrecho pedestal- que todos enseñan desde su ideología, que no hay conocimiento puro -sobre todo cuando se trata de una disciplina perteneciente a, o atravesada por las Ciencias Sociales-, que aquel término sigue vigente a pesar de que han decretado su muerte, que se trata de un "lugar" desde el cual las personas -reconociéndolo o no- eligen, seleccionan, toman decisiones y trasmiten su saber.
La finalidad de esta propuesta no es formar paranoicos, sino enseñarles a estar alerta.
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