Miércoles, 15 de febrero de 2006 | Hoy
Ayer, encontré por tercera vez, una frase escrita, en la puerta de un baño público, con palabras que conmovieron mis pensamientos. "Papá te extraño." "Papá te amo." o "papá por favor volvé .", reactivan la angustia que me provocó un pequeño paciente, cuando dejó en mi escritorio, su pedido a Dios: "haz que mi papá me quiera por favor". Las "viudas negras", son arañas seductoras, que aparentan ser pacíficas y atractivas, de hábitos nocturnos que tejen una red de la cual es difícil escapar. Al finalizar la relación "sexual", ingieren a su pareja... No comprendo porqué los periodistas dedican tanto espacio, cuando aparece una "viuda negra" y despoja materialmente a su víctima, pero nunca se refieren, al saqueo afectivo, que padecen los niños, cuando sus padres son seducidos y robados. Algún día comprenderemos que del apego a quienes funcionan como padres, nace el apego a la vida y la sociedad pacífica. Tal como ocurre con el ADN, la estructura de la transmisión amorosa, necesita este vínculo "en doble hélice". Cuanto más perdurable o resistente es a los ataques externos, más fácil llegará el niño a ser adulto entero. Lamentablemente, a las empresas "transnacionales", no les conviene la integridad familiar ni la salud poblacional. Consume más el enfermo que el sano, el solo que el acompañado, el ignorante que el sabio, el desilusionado que el preñado de proyectos verdaderos. Dante Alighieri, le hizo decir a Virgilio, que la felicidad depende de la "virtud", por supuesto relativa a cada época y cultura, pero siempre estará ligada la capacidad de sublimar y transformar los comportamientos compulsivos que instigan los instintos en proyectos que alcancen a los seres queridos, no solo a sí mismo. Por un momento de excitación o "calentura", como suelen decir mis pacientes, se pierden muchos padres y madres. Me cuesta encontrar una respuesta cuerda a las preguntas de mis pacientes ¿Qué haremos en un mundo sin padres reales, apostados en las fronteras del "no puedo", al "no quiero"?. Sin advertencias de peñascos gigantes y llanuras desérticas, sin murallas para tantos fantasmas, sin espejismos, para paliar la sed cotidiana, sin lactancia moral ni la mínima ternura que permita colorear la cotidianeidad? Me siento impotente e incompetente, cuando leo las cifras invertidas, buscando los genes comandantes de respuestas emocionales o sofisticadas tecnologías para ubicar sus zonas anatómicas; sin reconocer que justamente el desarrollo del cerebro, en la infancia depende, del latido cardíaco, nacido en la mirada, alimentada por la ternura cotidiana, en un contexto de libertades inteligentes.
Mirta Guelman de Javkin
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