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Sábado, 9 de octubre de 2010

CORREO

La Rosario necesaria

El viernes 1 de octubre participamos invitados por la agrupación GIROS de la inauguración de un local con radio muy bien instalado sobre Avenida Avellaneda casi esquina Mendoza. La propuesta era debatir con otros legisladores y concejales sobre Planificación Urbana de Rosario y las posibilidades todavía ausentes de viviendas sociales. Palabras más, palabras menos, esto fue lo que planteamos.

Entre las hondonadas del barro seco de la calle, unos chiquilines juegan con una pelota casi destruida. Es casi de noche, y la única lámpara de alumbrado público que queda en la cuadra se balancea por el viento, mostrando u ocultando el rancherío que desordenadamente se apiñan sobre tortuosos senderos entre alambrados semi caídos y paredes de madera, chapas agujereadas y polietilenos. Las zanjas repletas de un líquido viscoso y putrefacto, rodean las malformadas manzanas, como reservorio permanente de alimañas e insectos. Una maraña confusa de cables se entremezcla con los pocos árboles que sobreviven. Infaltables, penden de ellos zapatillas rotas, restos de algún improvisado barrilete y bolsas de plástico. En un baldío se acumulan restos de basura y restos de polietileno entre los yuyales, por donde algunos hambrientos perros buscan desesperadamente algo para comer. A unas cuantas cuadras, una iluminación más fuerte permite vislumbrar cada tanto el paso de colectivos que van dejando algunas personas que entre bicicletas, motos y carritos desvencijados apuran el regreso. Esto también es Rosario. Esto y no sólo esa marketinera fotografía que se les muestra a los visitantes y turistas, con imágenes que desde el río aparecen como remedos de una metrópoli del "Primer Mundo". Todos los esfuerzos de la gestión municipal de los últimos años está puesta en el apoyo al desarrollo de grandes negocios inmobiliarios, donde muy pocos se quedan con los beneficios económicos. Ocupan las mejores tierras, desalojando cualquier tipo de actividad productiva, impidiendo el acceso libre e irrestricto al río, salvo para mirarlo desde un automóvil o en algún resquicio de pretendidos "parques". Edificios sin límites de altura forman murallas visuales al resto de la Ciudad, asegurando siempre vistas exclusivas a sus dueños, a costa de impedírselo al resto de los habitantes. Eso, la exclusión, parece ser el paradigma fundamental de estos criterios urbanísticos que han logrado destruir tantas expresiones del patrimonio cultural arquitectónico, despreciando la historia construida para favorecer los intereses de poderosos empresarios de la construcción.

Claudia Saldaña

Diputada Provincial

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