Jueves, 29 de noviembre de 2012 | Hoy
PSICOLOGíA › CUANDO LOS ADULTOS ESTáN EN VíAS DE EXTINCIóN
Por Sergio Zabalza
Pocas imágenes denuncian mejor la barbarie que una nena de cuatro años asesinada con un disparo a veinte centímetros de su cabeza. Ocurrió hace poco más de un mes en nuestro país. Según parece, el episodio forma parte de una disputa de vieja data entre familias del lugar, aunque por motivos diferentes a los que Shakespeare describió entre Montescos y Capuletos.
Los niños asesinados constituyen un dato relativamente reciente en el paisaje urbano de nuestro país. Primero fue Candela, y tras ella, una seguidilla de crímenes atroces que incluyeron chicos ultimados a manos de sus padres, pero también de sus madres; tal como fue el caso de Adriana Cruz, quien para vengarse de su pareja, ahogó a su hijo de cinco años en la bañera.
Se suele decir que los adultos son una categoría en extinción. La sacralización de la juventud, el culto a la estética, el empuje al disfrute --que comienza con la previa, pasa por la fiesta y sigue en el after--, ha dejado de ser una costumbre adolescente. Cuando el goce pierde los límites se rompen los códigos. Que los niños sean presas de los conflictos familiares no es novedad, pero sí que se los asesine.
Por lo demás, hoy, que cuesta encontrar gente adulta, vale la pena preguntarse qué es un niño. La única respuesta posible a esa pregunta, decía Lacan es: "déjate ser". Demás está decir qué poco margen le dejamos a los chicos para que transiten su ser. El afán clasificatorio que distingue a nuestra época aplasta cualquier singularidad que insinúe desmarcarse del standard esperado. Se suele decir que los chicos gozan de demasiada libertad. No estoy de acuerdo, padecen un control solapado tras los imperativos de éxito, el furor clasificatorio y las etiquetas diagnósticas.
Este ajuste de cuentas entre bandas que hoy nos horroriza es la metáfora oscura de un empuje mórbido contra la gratuidad y la fantasía que encarna la niñez; el costado más brutal de la exigencia de utilidad que distingue a nuestra subjetividad.
Se puede ver en los estadios, donde el juego --esa actividad que distingue a la raza humana por sobre cualquier otra en el planeta-- ya no cuenta. En efecto, es común asistir a espectáculos deportivos en que los barras están más ocupados en agredirse --a veces entre miembros del mismo equipo- que en seguir las alternativas del partido. Hace rato que los adultos no sabemos abrir la puerta para ir a jugar.
*Psicoanalista. Equipo Trastornos Infanto Juveniles Hospital Alvarez.
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