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Jueves, 24 de abril de 2014

PSICOLOGíA › RECURSOS TERAPEUTICOS PARA UNA CLíNICA PSICOANALíTICA ACTUAL

Es preciso revisar las herramientas

La autora plantea la valía de estrategias que demanda la clínica actual, asumiendo la complejidad de cada paciente, de cada consulta. Sus reflexiones integran el seminario que dictará el 17 de mayo y el 14 de junio en el Círculo Médico.

 Por Susana Sternbach

Frente a la enorme complejidad que presenta la clínica actual, nuestros recursos teóricos y nuestras estrategias técnicas son herramientas valiosas a la hora de armonizar fundamentos conceptuales rigurosos, flexibilidad técnica y por sobre todo, aceptación de la complejidad de cada consulta singular. Una ampliación de la interpretación a otras modalidades posibles en la práctica clínica en el encuentro con pacientes cuyos funcionamientos son predominantemente fronterizos, enriquece sin duda nuestros recursos terapéuticos al adecuarlos a las lógicas psíquicas prevalentes en quienes nos consultan. Sin embargo, las fronteras entre modalidades neuróticas y fronterizas distan mucho de ser tajantes. Con enorme frecuencia ambas coexisten y se entremezclan. Sabemos que nuestros "mejores" pacientes neuróticos pueden tener en ocasiones desbordes pulsionales, indiferenciaciones masivas, episodios impulsivos o violentos, o acciones que semejan estar por fuera de los circuitos representacionales. O que aquellos otros que por lo general poseen severos trastornos simbólicos en ocasiones nos sorprenden con asociaciones netamente metafóricas, sueños o síntomas subsidiarios de las dinámicas propias de la represión. En suma, debemos situarnos cada vez, con cada paciente, en cada sesión, frente a la complejidad inabarcable de una clínica cuyas fronteras psicopatológicas son difusas, y donde es nuestra escucha analítica la que habrá de guiar en cada momento el abanico de nuestras intervenciones, sin que éstas queden circunscriptas a la linealidad de una presunta estructura que las delimite. No es sencillo.

También la palabra no metafórica, al igual que la acción, el gesto, el afecto exteriorizado a través de la mirada o del cuerpo, constituyen significantes a la búsqueda de una escucha y de una intervención. Y esto, como es obvio, no es privativo de las patologías más graves, sino que puede emerger en cualquier tratamiento con un paciente neurótico si la resistencia del analista no lo desoye.

Juan Pablo estudia ingeniería. Es un estudiante aventajado que de hecho nunca tuvo un fracaso académico. Simpático y jovial, tiene mucho éxito en su vida social y resulta apetecible para las mujeres jóvenes. Sin embargo, guarda un secreto: es virgen. "Es que antes de un examen o de una situación que me ponga a prueba, dice, me cago". Y aclara que esto no es figurativo; a punto tal de que siempre tiene una muda de ropa en su mochila, muda que con frecuencia debe utilizar cuando le "agarran los nervios". Y si ante los exámenes universitarios encuentra algunos recursos para salir airoso del paso, no quiere ni imaginarse el "examen" con una chica.

Se trata de un paciente con quien por lo general es posible trabajar a nivel interpretativo. Sin embargo, frente a determinadas situaciones algo emerge, incontenible, y Juan Pablo funciona a su pesar como objeto de una imperiosidad pulsional irrefrenable. En esos momentos la angustia es desmesurada, catastrófica, y las sesiones no admiten asociaciones ni relatos. Tampoco interpretación metafórica. Se hará necesario ampliar el abanico de las intervenciones, tema cuya amplitud merecería un desarrollo que excede las posibilidades de este escrito. Pero por lo pronto, la presencia y posibilidad empática de un analista dispuesto a prestar momentáneamente su palabra ligadora y su capacidad representacional, además de calmar, favorecen la posibilidad de recuperar recursos simbólicos arrasados por el desencadenamiento pulsional. Como se comprenderá, el silencio, recurso terapéutico eficaz para otro tipo de situaciones, en esos momentos de padecimiento imparable dejaría al paciente solo, a merced de sí mismo. "Intervención" no solo iatrogénica sino cruel, por lo demás.

De modo que la escucha singular, que no confina al analizante a una presunta estructura unívoca, junto con la posibilidad de adecuar el campo de las intervenciones a las diversas emergencias significantes y a la intensidad emocional en juego en cada sesión, forma parte de una aventura analítica cuyos caminos nunca están trazados de antemano.

Esto, siempre y cuando el analista esté dispuesto a encarar el viaje como aventura y no como un tour con recorrido prefijado. Pero esto, claro está, no sólo depende del bagaje teórico; también es privativo de la persona del analista y de su propio viaje analítico.

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Las fronteras entre modalidades neuróticas y fronterizas distan mucho de ser tajantes.
 
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