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Lunes, 11 de septiembre de 2006

CIUDAD › JUICIO LABORAL A UN COLEGIO RELIGIOSO

Si trabajar es una carga insoportable

"Me arruinaron la vida", resume Rosana Martínez el saldo de su paso como recepcionista del colegio religioso Verbo Encarnado, al que le inició juicio por hostigamiento laboral, una figura también conocida como "moobing".

 Por Sonia Tessa

El colegio religioso Verbo Encarnado, ubicado en La Paz 526, enfrenta un juicio por hostigamiento a la trabajadora Rosana Martínez, que deberá resolver la jueza en lo laboral Silvina Laura Quagliatti. El expediente lo tramita la abogada Susana Treviño, especialista en esta forma de violencia laboral conocida también como mobbing. La víctima, que durante 13 años se desempeñó como recepcionista en la escuela privada, conmueve cuando cuenta que la situación le provocó caída de pelo, problemas de columna, depresión y un último intento de suicidio que derivó en una internación psiquiátrica durante diez días. La persecución incluyó injurias con sus compañeros de trabajo ("no sé cuándo me voy a sacar de encima este clavo", le escuchó decir sobre ella a otras personas a la administradora del colegio, Eliana Cecilia Aguilera), la asignación de sus labores a otras empleadas mientras a ella le pedían tareas inútiles, cambios arbitrarios y constantes en el horario de trabajo, menoscabo en el trato, y hasta calumnias sobre una relación lésbica con una religiosa de la orden que tiene sede central en México. "Me arruinaron la vida", resume Rosana.

Asistida primero por la psicóloga Patricia Saganías, y en la actualidad por Gustavo Trabajo, Rosana comenzó con licencia el año pasado, pero obtuvo el alta para volver a trabajar en agosto de este año. El 9 se presentó a trabajar, pero la administradora le impidió retomar sus tareas sin una consulta previa con médicos designados por la patronal. Desde entonces, se consideró despedida y comenzó un intenso intercambio de cartas documento. "Me consideré despedida el 10 de agosto por hostigamiento de la señorita Eliana Cecilia Aguilera y la hermana María Loreley Ifran Alvarez (representante legal y madre superiora del Colegio) en el ambiente laboral envenenado", dice la carta que envió Rosana. La respuesta de la religiosa fue desconocer la acusación por "absolutamente mendaz, maliciosa e improcedente", al tiempo que negó lo denunciado.

La madre superiora reconoció a Rosario/12 la existencia del juicio, pero derivó la consulta al asesor letrado de la institución, Héctor Gustavo Dimónaco. "No fuimos notificados de ninguna demanda en el fuero laboral de parte de Rosana Martínez, con quien ha habido un intercambio telegráfico", indicó el abogado, quien negó el hostigamiento y afirmó que "a esta persona lo único que se le pidió es un control por el médico de la entidad propietaria en el momento que decide reincorporarse a su trabajo, en cumplimiento del artículo 205 de la ley de contrato, que faculta al empleador a chequear el estado de salud del empleado".

Rosana tiene 39 años, habla en un tono bajo como pidiendo perdón, usa un gorro que disimula los problemas de su cabello alguna vez abundante, negro y enrulado. En algún momento de la conversación, las lágrimas le brotan de los ojos, y muy discretamente utiliza un pañuelo descartable para secar sus mejillas. Comienza el relato por el principio, y se extiende en los detalles. Por momentos lo que cuenta resulta insoportable incluso para su interlocutor. "Estuve a punto del suicidio muchísimas veces, el último día del padre me fui hasta el centro, tomé un montón de pastillas, crucé las calles sin mirar, y fui al río, cerca de los silos Davis, ahí dejé mi bolso en el piso y me tiré al agua, después me rescató la Prefectura cerca de la Estación Fluvial", relata sin pestañar, aunque las lágrimas aparecen. Ahora espera cobrar la indemnización que le corresponde por los años trabajados, y también para reparar su sufrimiento.

El 7 de marzo de 1993 comenzó su tarea como recepcionista en el colegio. Durante ese verano había visitado la institución, ya que su intención inicial era incorporarse como religiosa a la orden. "Estaban buscando una recepcionista porque se le hacía difícil hacer todo el trabajo a la administradora, Eliana. La hermana Inés, que era española, me la presentó y fue una cuestión de piel. No le caí bien desde el principio", cuenta Rosana.

Entonces comenzó la historia que ﷓según el detallado relato de Rosana﷓ condensa todas las características del acoso laboral. "Me explicaba algunas cosas pero no me tenía paciencia, era autoritaria. Yo le tenía miedo, no me animaba a preguntarle", recuerda sobre la relación con la administradora. Al poco tiempo de estar allí, se dio cuenta de que no tenía vocación religiosa, y rehusó incorporarse a la Orden, al tiempo que ofreció irse del empleo. "Pensaba que las religiosas eran más caritativas, humildes. Era muy ingenua y cuando entré allí vi muchas cosas que no me gustaron", dice sin explayarse. Asegura que su trabajo específico, en la recepción, no generaba quejas de las religiosas, que la instaron a continuar en su puesto. "Atendía bien a la gente, era agradable, simpática, y los padres siempre querían que yo les cobre la cuota porque era ligera y los trataba bien", recuerda. Trabajó durante tres años en negro, hasta que fue blanqueada en septiembre de 1996, tras una inspección de Afip.

"Eliana me menoscababa permanentemente, una vez estaba yéndome de la escuela y escuché que le daba todo mi trabajo para que lo hiciera la otra empleada, pero a mí no me lo dijo", asegura, y afirma también que los cambios de horarios eran permanentes. "Me conozco todos los turnos, mañana, tarde y noche. No sé cómo habría hecho con hijos, porque nunca sabía a qué hora me tocaba trabajar", indica, antes de contar que a fines de los 90 con la llegada de la madre superiora Silvia Elena las cosas empeoraron. "Me trataba muy mal, me decía que yo tuve un problemita, para recordarme la relación sentimental que me habían inventado con una hermana mexicana, y también me decía que nunca me iba a hacer horario corrido", detalla y agrega: "Me daban poco trabajo, estaba nueve horas para no ir los sábados, y sólo me pedían que atienda al público y recorte figuritas, letras, todas cositas que a mí me ponían mal, los mismos alumnos me preguntaban por qué hacía siempre lo mismo".

Rosana no sólo sufría por el trato que recibía, sino también porque le costaba recibir, por ejemplo, los incrementos salariales que se determinaban para el resto de los empleados. "Era una lucha para que me los pagaran", cuenta. Como prueba de su deterioro, Rosana muestra las fotografías donde, en apenas dos años, es una persona totalmente distinta: una treintañera de pelo largo con rulos y sonriente, en 2004, y en febrero de este año, con veinte kilos menos y prácticamente sin cabello. En el reverso de la foto de hace dos años, una compañera le dedicó una frase elocuente: "No dejes que nadie te quite la sonrisa".

La bibliografía sobre mobbing indica que el empleador cerca al empleado, en la mayoría de los casos para lograr que se vaya. La crisis de Rosana estalló en 2003. Se desvaneció en la escuela y debió atenderla el médico de un servicio de urgencias, que diagnosticó stress. Para el año pasado, la situación era insostenible, y debió pedir una licencia por seis meses, que comenzó en septiembre. La psicóloga le dio el alta el 8 de agosto, pero la administradora de la escuela le pidió que sea vista por los médicos de la institución. Con asesoramiento legal, Rosana concurrió al día siguiente a su trabajo, pero no le permitieron realizar sus tareas. Allí se dio por despedida e inició el camino del resarcimiento.

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El colegio Verbo Encarnado de La Paz 526. Sus autoridades dicen que no fueron notificadas de la demanda judicial.
 
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