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Viernes, 13 de febrero de 2009

ENTREVISTA > RAQUEL PLATERO MéNDEZ

Escribir cien veces: “No soy homofóbico, ni lo quiero ser”

Cuando la escuela desconoce ciertos conceptos como lesbianismo, homosexualidad, transexualidad en su discurso académico, favorece la presunción de que no existen o no deberían existir. La ignorancia otorga argumentos a la homofobia. La española Raquel Platero Méndez, docente, psicóloga, coordinadora del libro Lesbianas. Discursos y representaciones (Melusina, 2008) y coautora del libro Herramientas para combatir el bullying homofóbico (Talasa, 2008), ofrece un panorama sobre lo que ocurre hoy por hoy en el aula y algunas ideas para cambiar la historia.

 Por Liliana Viola

Has dicho muchas veces que la homofobia es una de las principales causas del acoso y la violencia entre adolescentes. ¿Qué te hace pensar esto?

—En mi instituto, como en todos los que conozco, el insulto que más se oye en los pasillos es “maricón”. No se le dice solamente a quienes se presume de homosexuales, se usa para intimidar e infravalorar a los compañeros con una humillación que incide en la definición misma de la identidad masculina. También oigo otros como “marimacho”, “travelo”, “bollera”, etc., un sinfín de términos que muchas veces emplean sin saber qué significan en realidad.

Que se usen palabras que no se conocen bien ya habla de algo que excede al mismo insulto.

—Cuando un chico no es tal y como el ideal de varón tiene que ser, se le etiqueta como nena, maricón, o cualquier otra cosa que permita deshumanizarle, y de hecho da igual que sea gay o no, simplemente vale con que el matón piense que lo es o lo pudiera ser.

¿Pensás que las personas adultas tienen una tolerancia extra para este tipo de acoso en la escuela?

—Creo que todas estas formas de violencia son posibles por la impunidad, minimización y silencio que las rodea. No son conductas fácilmente identificables, y a menudo pasan desapercibidas para el profesorado, que las confunde con actos de vandalismo. O bien piensan que son habituales, que los chavales se “autorregulan” los conflictos y que no es necesario intervenir educativamente. Confundimos propiciar su independencia y relaciones de grupo con indulgencia y les abandonamos a su suerte.

¿Qué significa que los docentes no lo ven?

—Es interesante en este sentido el testimonio de un profesor de matemáticas de un Instituto de Secundaria de Rivas Vaciamadrid, quien afirmaba que no existen conductas homófobas en su instituto. Y lo hacía con una rotundidad que era sorprendente. Una vez que empezamos a hablar y definimos la homofobia en un sentido amplio, para incluir las rupturas con la percepción de “heterosexualidad dominante” y los “roles de género”, él mismo fue capaz de hablar de “ese chico de la cafetería que todos se reían de él”. Al poner nombre ayudamos a identificar los incidentes que están vinculados con la sexualidad del alumnado. Este mismo profesor no subrayaba las discriminaciones específicas del alumnado Glttbi sino que aludía vagamente a que tales discriminaciones se sufren por todos aquellos “que rompen los patrones”, lo que constituye un lenguaje neutral en términos de género y orientación sexual. Y que en cualquier caso afirmaba que había otros problemas “más relevantes”, como la interculturalidad.

¿Cómo abordás este tema en tu aula?

—Hablando y observando lo que sucede y cómo se nombra eso que sucede. El ejemplo más reciente surgió cuando estaban revisando la prensa en un ejercicio en el aula encontramos la noticia en el periódico La Vanguardia de una chica de 13 años, una chavala que ha vivido toda una serie de vejaciones y agresiones por parte de sus compañeras desde el comienzo de curso. Las medidas tomadas por la institución incluían hacerla salir antes de clase y evitar que participara en salidas y excursiones, lo cual no impidió que sufriera quemaduras de cigarrillos, fuera obligada a comer tierra y amenazada con navajas. Aprovechamos para señalar en este incidente elementos clave de este uso de la homofobia como parte central del acoso escolar. La alumna había roto con las normas sociales que prescriben heterosexualidad obligatoria; aparece un suceso precipitador, el hallazgo de sus compañeras de una agenda con un corazón dibujado con dos nombres femeninos, que ha justificado su identificación y castigo por sus iguales. Nos preguntamos si estas conductas podían suceder en su centro y cómo se lo tomaban tanto ellos y ellas. Además hicimos un juego de roles, en los que planteamos una situación simulada y mostraron diferentes respuestas que se podían dar ante esta situación. Ahondamos en el caso, al ver que tres denuncias por lesiones a la alumna y una cuarta por amenazas a la madre no fueron suficientes para parar el comportamiento acosador de las compañeras, ante la falta de acción de las autoridades que finalmente han facilitado el traslado de centro como solución al problema.

¿Conclusión?

—Pues este hecho pone de manifiesto varias cosas: el acoso escolar no es un fenómeno exclusivamente masculino; la homofobia no se detecta como un problema escolar ante el cual hay que intervenir; la alumna no tiene que ser lesbiana para ser acosada por este motivo. Esto era algo que como docentes teníamos que dejar claro, la homofobia no sucede sólo ante aquellas personas que son homosexuales o transexuales.

¿Y la autocrítica entre docentes?

—Nuestra reflexión, ya de cara a los compañeros docentes, es que las instituciones no son capaces de frenar las agresiones ni cuando se producen denuncias ante la policía, y finalmente se está mandando el mensaje de que el problema lo tiene la alumna en particular, quien tiene que cambiar de instituto. El problema parece que no lo tiene el centro, ni el instituto, ni la Concejalía de Educación, ni la sociedad. De hecho, el problema está en todos estos ámbitos, pero nadie se está responsabilizando de abordarlo de forma educativa.

¿Cuáles son las principales causas de la homofobia en la escuela?

—En principio, en los estudios realizados se destaca por un lado el desconocimiento de las realidades de las minorías sexuales que aparecen como un tema tabú y, por otro lado, la ausencia de referentes. Nos alarmamos por las consecuencias del acoso escolar, pero no nos escandalizamos por sus causas: cuando no hablamos de la diversidad sexual y no reconocemos la discriminación específica, estamos contribuyendo a mantener la discriminación que permite el acoso escolar. Al no ponerlo como uno de los conocimientos a adquirir, estamos transmitiendo que es un tema tabú, que no es tan importante como otros que sí enseña la escuela, y que los valores asociados a los varones y la heterosexualidad son los dominantes, hasta el punto de que parecen neutrales. Los chicos y los adultos hoy no saben la diferencia que hay entre un gay, una persona travesti, transexual. La bisexualidad no se respeta como una identidad, por ejemplo, y a menudo se reproducen ideas erróneas sobre la bisexualidad. Al no educar sobre la diversidad sexual ya estamos transmitiendo valores y trasladando conocimientos teñidos de sexismo y homofobia. No es de extrañar entonces que parte del alumnado perciba que han de mantener las normas sociales, que funcionen de hecho como policías de sexo y género a través de un comportamiento abusivo.

Entre 2006 y 2007 entrevistaste a chicos y chicas de entre los 17 y los 22 años. ¿Qué rescatan y de qué se quejan?

—Existe una percepción de que está habiendo un proceso de cambio en torno del tratamiento de la sexualidad en la educación secundaria, especialmente por la reciente aprobación de leyes que han generado un clima de corrección y mayor tolerancia, que asientan la idea de que “ya toca hablar de esto”. No obstante, este hecho es un arma de doble filo a los ojos de Alex: “Parece que los homosexuales somos seres asexuados, como peluchines monos, sin sexualidad, sin fantasías sexuales”. Curro resalta que echó de menos un modelo que enfatizara que “la sexualidad es algo sano y una forma más de expresión”. Este último hecho conecta con la discriminación desde el propio profesorado de las sexualidades no normativas. Ursula destaca el recuerdo de una profesora con actitudes fuertemente homófobas que se plasmaban en miradas, comentarios, que no sólo ridiculizaban al alumnado homosexual sino que coartaban la libre expresión de las orientaciones sexuales por parte del resto.

Respecto de la otra causa que señalabas, la falta de referentes, ¿no notás que hay cada vez más?

—Se están normalizando los referentes homosexuales, pero las mujeres lesbianas que conocemos siguen cubiertas por un cierto aire de caricatura o demonización, mientras que la sociedad tiene un reto pendiente con las personas bisexuales y transexuales. Tenemos mucho trabajo por delante.

¿Diríamos que hay turnos? ¿Minorías dentro de otras minorías?

—Se constata una vez más cómo la construcción de categorías sexuales es un acto puramente cultural y que dentro de un colectivo específico, como el Glttbi, se siguen reproduciendo jerarquías y modelos legítimos e ilegítimos de comportamiento sexual. Como denuncia Ursula: “No es que esté en medio”, sino que la bisexualidad es una forma independiente y autónoma de comportamiento sexual. La falta de legitimidad de ciertas orientaciones sexuales da lugar a que muchos jóvenes no quieran tomar partido en lo que a su sexualidad se refiere; Ursula comparte que existe una cierta “asexualidad” como forma de supervivencia social, que tiene como contrapartida una merma de la libertad de expresión y una limitación de su sexualidad.

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Imagen: DAVID CASTRO
 
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