Viernes, 13 de febrero de 2009 | Hoy
ES MI MUNDO
El joven y apuesto guionista de Milk, Lance Black, se prestó con gracia y no mucho más a una sesión de fotos bajo la mirada del director del film, Gus Van Sant, para la revista Vogue Hommes International. Mientras muchos quedaron admirados por la conjunción de inteligencia y belleza, otros advierten que “tanta exposición” podría hacerle mucho mal a la recaudación de la película y a sus chances de llevarse el Oscar.
Todos los políticos americanos, luego de Kennedy, luego de Lincoln, fantasean con la escena del asesinato, cuanto más demócratas aún más vívida la sangría. Y si en la agenda política (y de contactos) figuran minorías, los fantasmas de Martin Luther King y Malcolm X duplican la probabilidad. Por eso, la frase hoy célebre de uno de los primeros políticos abiertamente gays de la historia norteamericana, Harvey Milk, “Si la bala me llega al cerebro, dejen que la bala abra las puertas de todos los closet”, no es premonitoria ni tan solo romántica. Su latiguillo recogido por varios amigos, “¡no creo que me dejen llegar a los 50!” forma parte de esa concepción tan ridícula como universal de que cuando hay martirio, todo vale doble. Y así fue.
Las frases brillantes de Harvey Milk, tanto las de su testamento como las de sus discursos, ampliadas por la bala que efectivamente entró en el cráneo en el año 1978, cuando apenas tenía 38 años, consiguieron rescatar a algunas almas del infierno. Entre ellas, la del joven, norteamericano también y súper buen mozo, Lane Black, quien a tres décadas del asesinato de Milk se convierte en el guionista de la película que lleva su nombre, que dirige Gus Van Sant, protagoniza Sean Penn y que se acaba de estrenar en estas tierras.
Porque Lance Black, que nació tan solo un año antes de que a Milk lo asesinaran, supo muy pronto, alrededor de los siete años, que estaba condenado al infierno. Empezaba a sentirse atraído por los chicos y no por las chicas y, definitivamente, no podía cumplir con las estrictas expectativas de su padre mormón y de su madre recién convertida, viviendo todos en la inmensidad de un pueblito situado en la más profunda de las Américas. La infancia oscura de Black disimulando y tratando de demorar lo más posible el momento de las brasas es fácil de imaginar. También es fácil de comprender el impacto que tuvo en su temprana adolescencia el haber visto un documental donde Harvey Milk, luego de haber triunfado en las elecciones en San Francisco, declaraba: “En algún lugar, en Des Moines o en San Antonio, hay un chico escuchando esto, y ese chico tiene dos posibilidades. O se viene a San Francisco o se queda peleando donde está”.
Lance Black creció ocultando sus deseos pero convencido de que él y nadie más que él era ese chico del que hablaba Milk. El único, el único raro del pueblo. “Y seguí pensándolo así cuando llegué a San Francisco y empecé a estudiar teatro y empecé a conocer cada vez más sobre la vida de Milk, quien para entonces se había convertido en una especie de padre sustituto para mí.”
El proyecto de esta película que primero pasó por la cabeza de Oliver Stone y que casi pasa por la piel de Robin Williams terminó finalmente, “ahora que es tiempo”, en Gus Van Sant, quien eligió el guión de Black justamente por el recorte que hace de la vida de Milk. El guionista eligió deliberadamente concentrarse en los últimos años, el momento en que llega a San Francisco y emprende su carrera política, la muerte y el efecto que tiene en la gente le ganaron a la juventud de Milk, los proyectos previos, sus amores y sus desamores.
En plena semana de estrenos, la revista Vogue Hommes International invita a Gus Van Sant para una producción glamorosa y espectacular, quieren tomarle unas fotos. Pero el director responde con la loca idea de no ser él la figura esta vez, prefiere darle el lugar a una joven promesa, su guionista. El único guionista y mormón que ha trabajado para la HBO haciendo guiones con temática homosexual. Sin dudas, como se puede apreciar en las fotos que él mismo le tomó, el chico no merece permanecer en las sombras. Y en la nota el texto tiene letra grande, ocupa pocas páginas, muy poco diálogo, ya que lo más impactante aquí son las imágenes. Black, el rubio, aparece en varias situaciones bastante típicas: algo bucólico, saliendo del agua, en un paisaje, en su casa de entrecasa, serio mientras sostiene entre sus manos una foto de Harvey Milk, el verdadero, ningún Sean Penn. Este simpático modo de presentar a un escritor ha significado para algunos un paso en falso. Tanto es así que inmediatamente las fotos en cuestión fueron escaneadas y subidas a Internet para disfrute de los nuevos admiradores y tormento de quienes advierten que este gesto chabacano podría costarle el Oscar a Milk. Hay que ser gay pero no tanto. La era de la corrección política permite despertar monstruos dormidos, pero siempre y cuando haya somnífero a mano. Las fotos se parecen a las que se toman los modelos, pero no son. Las fotos pueden parecer una promesa de futuras tomas pornográficas o eróticas, pero no son más que eso. Lo que definitivamente no son son fotos de un guionista de cine. Y por lo visto, lo que no se admite es que alguien se corra del rol establecido, sea cual fuere. Han pasado treinta años sí, y muchas cosas, pero no estamos en el paraíso.
En esa nota, Lance Black habla muy poco de la película, pero rescata un momento de la filmación. “Lo mejor para mí fue cuando teníamos que hacer la escena de la noche en la que la gente sale con velas a la calle. No teníamos plata para pagar a los extras. Ver de pronto a 5000 personas vestidas con sus ropas de los ’70 caminado en el frío y haciendolo gratis, me hizo sentir una profunda gratitud y a su vez una sensación de que había toda una comunidad con nosotros.”
Sin duda ha pasado mucho desde los tiempos de Milk, pero aún quedan unos ropajes de los setenta y de la época victoriana incluso, que no son de utilería. Por eso, se ven tan lindas las fotos de Lance Black en la revista, tan suelto de cuerpo, tan suelto de ropas.
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