Viernes, 13 de febrero de 2009 | Hoy
ANTORCHAS
“Cercanos al Apocalipsis, tenemos la oportunidad de poner cada cosa en su lugar: que los violadores sean identificados y que las víctimas descansen en paz, libres de las falsas culpas que les han adosado sus agresores. Es hora de que se termine la farsa satánica de acusar al indefenso abusado. Acepto llevar la antorcha de la liberación...” Así, con su estilo rimbombante, comienza el libro que Roberto Piazza sacó el año pasado, casi al mismo tiempo en que montó una ceremonia pública para unirse a su novio con el cielo de la disco Amerika, siete madrinas y mil invitados de testigos. De hecho se escucharon esa noche algunos fragmentos —los más duros— de su autobiografía por altoparlantes. Corte y confesión se llamó el libro, en un juego de palabras de obvia referencia a su profesión de diseñador de alta costura —aunque el mundo mediático insista en llamarlo modisto—, pero que también imponía un corte de cuajo en esa complicidad que imponen los abusadores sobre quien consideran el objeto de su abuso. “Shh, shh, no hables”, le decía Ricardo Piazza a su hermano menor, más de una década menor, cada vez que lo violaba. Que no hable, porque en el silencio todo se confunde: el miedo con la culpa, la culpa con el placer, el placer con el miedo. Que no hable, porque era el abusador el que tenía la palabra: “Gordo puto”, insultaba de día y ante los oídos de toda la familia. Que no hable, porque, total, nadie quería oír. Pero el diseñador habló. Hizo un corte que hirió de muerte el pacto de silencio al que lo habían obligado. Habló y escribió con detalles y con nombres y apellidos. En su estilo rimbombante, recargado, muy de acuerdo con ese estilo que es su firma y al que le sobra todo menos brillo. Y aunque su tribuna habitual —como él mismo dice— es la que fisgonea a la farándula y escucha con sed de morbo los detalles de su vida privada, Roberto Piazza habilitó la palabra para que otros y otras también pudieran romper la falsa complicidad con el agresor. Ahora es su sobrino el que denuncia. El hijo de su hermano se reconoció en ese texto que habla de todo para poder gritar lo que estaba destinado a quedar en el silencio. Y hoy el agresor está siendo juzgado. Como sea, en el estilo que quiera, Roberto Piazza puede decir que esa antorcha del principio ha cumplido su misión liberadora. Eso es lo que sucede cuando lo no dicho, lo silenciado, por fin se pronuncia. De esto se trata, tantas veces, el valor de la palabra.
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