› Por Sergio Wolf
En febrero de 2008 estuve en la Berlinale cuando se estrenó Dead Gay Men and Living Lesbians, la por entonces última película de Rosa von Praunheim, tan heroica y provocativa y política como (casi todas) las otras que viene haciendo desde 1970, y en las que su militancia nunca se impuso a su dimensión artística. El estreno estuvo lejos de la lógica del “mirá quien vino” y fue más un despliegue de ejercicio de la libertad de tipos y costumbres, en un marco relajado y gozoso, aunque varios de los testimonios de la película presagiaban todo lo contrario, con esos estremecedores relatos sobre la opresión a los homosexuales durante el nazismo. En medio de la algarabía me llamó la atención una pareja gay con su ropa de bodas. La seguí con la mirada hasta notar que ambos empezaron a desplegar unos carteles hechos a mano y avanzaron hacia una de las varias cámaras y se detuvieron delante de ella unos segundos. Le pregunté a una programadora de cine alemán qué decía el cartel. Ella lo leyó rápido: “¡Déjennos casarnos!”. “¿En la Argentina los dejan casarse?”, me preguntó. “No, no los dejan”, contesté un poco avergonzado. “Bueno, todavía no los dejan”, dijo ella, remarcando el “todavía”, más confiada que yo en el respeto argentino por los modos de la diversidad. No quise defraudarla, y quizás hasta yo mismo me contagié un poco de su optimismo: “Sí, claro, ya falta poco”. Me gusta pensar que falta poco.
Cineasta, director del Bafici
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