› Por Cristian Alarcón
Cuando les dije a mis padres que era gay se horrorizaron hasta el grito, el llanto y el insulto. Los dejé lamentarse en soledad durante meses. Esperé a que se les pasara el ataque y volví a tratarlos con el cariño de un hijo sin rencores, que podía comprender que para esos inmigrantes chilenos, conservadores, afincados en la Patagonia, era difícil asumir mi diferencia. En fin, corría el 95, ni siquiera se vislumbraba una unión civil en Buenos Aires. Hasta el mercado gay era una quimera de aventureros. Ni las discos ponían camiones para agitar en las marchas del orgullo. La industria cultural masiva no había incluido en su agenda historias de diversidad, y casi lo único que mostraba la tele era la imitación homofóbica de algún cómico nacional. Peleábamos por el Código de Convivencia, mi casa era un refugio de travestis perseguidas por la cana, y ser gay implicaba un acto de rebeldía en sí mismo.
Si entonces, cuando mi madre sollozaba su mala suerte, alguien me hubiera sugerido que a la vuelta de los años terminaría siendo su más grande esperanza de ser abuela, me lo hubiera tomado como un chiste. El hijo del medio se ha distraído hasta los 35 sin vástagos. El menor no sale de la adolescencia a los 25. Mi madre, del otro lado del teléfono, sugiere: “Lo mejor sería que te compraras un departamento, te casaras, y ya van a poder adoptar”. La dejo hablar, como uno debe dejar hablar a las madres cuando ellas y uno ya pasamos cierta edad. Pero no puedo evitar pensar: ¿En qué momento es que de ser el rebelde sin causa de mi juventud pasé a ser el bastión conservador, casi patria, familia y propiedad?
Mi madre se ofusca cuando los legisladores K no se presentan a la reunión de la comisión de Familia para darle impulso al matrimonio GLTTB. Ve alejarse su sueño de ser abuela. A mamá nadie le saca de la cabeza que matrimonio es hijos. Que matrimonio es hijos y es familia, que propietario y casado seré mejor; y con hijos, ni hablar. Cuando en estos días supe del apoyo de Mauricio Macri al matrimonio gay, no pude dejar de pensar en mamá. En que ahora sí, su pensamiento político, su gorilismo a ultranza, coincidiría con sus más íntimas "convicciones personales", que es como el empresario justificó el martes ante el cardenal. Claro que celebro la lucha por los derechos civiles que merecemos. He marchado cada año por este y otros derechos todavía pendientes, he escrito cientos de notas sobre el tema. Pero: ¿no será mucho que Macri y mamá estén del mismo lado en esta también?
Periodista
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