Viernes, 23 de septiembre de 2011 | Hoy
Sin dudas, cualquier revisión del musical, aun acotándolo a la relación con la cultura Glttbi, tendrá olvidos imperdonables. Pero no quería dejar la oportunidad de halagar al genial Vincente Minnelli, hacedor de múltiples y suntuosos musicales. En El pirata (1948), Judy Garland sueña una vida de aventuras con su héroe, el pirata Mack The Black, pero un cómico español disfrazado de pirata –nada menos que Gene Kelly– terminará enamorándola. Al final, y como enamorados después de varias secuencias musicales cargadas de erotismo, bailan juntos la canción de Cole Porter, “Be a Clown”, toda una declaración de principios sobre el amor y las identidades fijas.
Tampoco a Barbra Streisand, provista de fastuoso sombrero y envuelta en un glamoroso vestido, bajando magistralmente las escaleras del hotel de Nueva York más camp de la historia en Hello Dolly! O a la pobre Jane Russell, en la plenitud de su sensualidad, desparramando inútilmente su erotismo entre un grupo de jóvenes musculocas en una de las mejores secuencias musicales de Los caballeros las prefieren rubias. O a Leslie Carol en Gigi. O a la siempre conmovedora Audrey Hepburn, esa gran dama, haciendo lo impensable en ella: una florista analfabeta que se metamorfosea en Mi bella dama. O a Nicole Kidman elevada definitivamente al status de icono gay, cantando las canciones de amor más conocidas de la segunda mitad siglo XX en el escenario más kitsch soñado jamás por un gay: el del Moulin Rouge y junto a Ewan McGregor.
A propósito de Vincente Minnelli, en otro musical, Cabin in the Sky, hace que una de las estrellas de la época, Ethel Waters, le diga a su amado: “Oh, Dios mío, ¿por qué permites que le ame tanto si me rompe el corazón?”. Lo mismo me pasa cuando veo a una diva en un musical.
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